Las ramas del nogal se ven dobladas.
El peso de las nueces que cargan las inclina y las acerca al suelo. Pronto dará sus frutos, y luego descansará su sueño del invierno.
En cada árbol yo veo un silencioso profesor. ¡Qué de cosas enseñan esas criaturas vegetales! Dan mucho, y piden casi nada.
Los hombres somos como la piel de Judas -así dicen en el Potrero de quienes hacen daños-, en tanto que los árboles son como la piel de Dios.
Este nogal me enseña que debemos llegar a nuestro invierno con carga generosa y darla a los demás antes de reposar.
Que los años nos inclinen y doblen por el peso del abundante fruto que llevamos, no por la fatiga de una inútil carga de egoísmo, de mezquindad y resquemores.
Yo me acerco al nogal.
Al fin hombre pequeño, volteo a todos lados a fin de cerciorarme de que nadie me oye, y luego le digo al árbol en voz baja: “Quiero ser como tú”.
¡Hasta mañana!...