El cristal de tu carne retrata los espejos.
Y tú me miras. Miras. Y me miras. Me miras.
Y yo te beso. Beso. Y te beso. Te beso.
Espejo y flor se vuelve tu integridad rendida.
En resplandor y aromas se diluye tu cuerpo.
Y no sé si es de vidrios la luz de tus pupilas
y si lo que acaricio es la carne o el pétalo.
Al fin tus muslos se hacen lápidas de agonías.
Tu delirio de lirio se agota. Sobre el pecho
se me queda tu larga cabellera dormida.
Entonces pienso la hora en que, muerta la vida,
no quedará en la alcoba, de todo lo que veo,
más que un azogue roto y una flor derruida.
AFA.
¡Hasta mañana!...