Al repetir la palabra quiero significar que era un católico de verdad, creyente y practicante. Respetuoso de la jerarquía celeste, y de la terrenal, nunca se refería al Papa como “el Papa”. Decía con reverencia: “el Santo Padre”.
Dado a las heterodoxias no tengo su misma devoción, y me pregunto entonces qué le sucede al buen Papa Francisco. En el transcurso de unos pocos días ha incurrido en dos deslices verbales que llevan a pensar que de vez en cuando, como Homero, el Espíritu Santo dormita. Primero dijo el Pontífice que en algunos seminarios de Italia hay “un ambiente marica”, y luego exhortó a un grupo de sacerdotes jóvenes a no caer en el mal hábito del cotilleo pues, declaró, “los chismes son cosa de mujeres”. Añadió: “Nosotros tenemos pantalones. Tenemos que decirnos las cosas a la cara”.
No faltará quien tilde a esas palabras de machistas y misóginas. Yo no lo hago, más por cariño a la memoria de mi tío que por consideración a Jorge Mario Bergoglio. Sin embargo, me atrevería a pedir que el Papa, no obstante ser jesuita y argentino, se encomiende con humildad de vez en cuando a San Ramón Nonato, a quien se representa con un candado en la boca, y que recite la popular jaculatoria que acá dice la gente cuando teme hablar de más: “San Ramón: ponme un tapón”.
¡Hasta mañana!...