El linchamiento, a más de su barbarie, tiene el defecto de ser un anglicismo, si me es permitida esa nimia observación. En efecto, al parecer su nombre viene del de un tal Charles Lynch, juez norteamericano que permitía, y aun en ocasiones ordenaba, castigos ilegales contra reos objeto del odio de una muchedumbre enardecida. La conducta de una multitud es impredecible, pues quienes la integran pierden su voluntad individual y la funden en una especie de voluntad colectiva que no se sujeta ni a la ley ni a la razón. Surge entonces lo más primitivo de la naturaleza humana, y se cometen crímenes que en ocasiones hacen sus víctimas a personas inocentes. Quienes son culpables y objeto de linchamiento son también víctimas, pues su castigo no deriva de la ley, sino de la brutalidad de quienes ejercen la venganza, que no la justicia. Los linchamientos parecen dar la razón a quienes piensan que la criatura humana es mala por naturaleza, y que en ella puede más el mal que el bien. Pensamiento pesimista es ése, pero quizá realista. Rousseau estaba equivocado. Acertó Hobbes. ¡Hasta mañana!...