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ARMANDO FUENTES AGUIRRE (CATÓN)

El rey Cleto asistió a una fiesta popular. Cuando llegó el monarca la gente prorrumpió en una estruendosa silbatina. La rechifla fue tan sonora que se escuchó en todos los reinos comarcanos.

El Primer Ministro se preocupó mucho por aquella estrepitosa silba. Pero el Rey Cleto tenía por norma no preocuparse: para algo era rey, para no tener preocupaciones. Así, ordenó a su Primer Ministro que redactara un edicto secreto por el cual en adelante, para efecto de las encuestas, los aplausos serían considerados silbidos, y los silbidos contarían como aplausos.

Cada vez que el rey Cleto aparecía en público la gente le silbaba. Y el rey Cleto decía muy satisfecho:

-¡Caray, cómo me aplauden!

¡Hasta mañana!...

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