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Los primeros 'comicios judiciales'

JUAN ANTONIO GARCÍA VILLA

En el capítulo 61 de la segunda parte del Quijote, Miguel de Cervantes narra lo que le sucedió al caballero de la Triste Figura en la última etapa de su tercera salida, rumbo a Barcelona. En el camino se topó con un singular personaje, que el autor de la inmortal novela llama Roque Guinart. Parece que éste fue un personaje histórico, en la vida real conocido como Perot Roca Guinarda, nacido en 1582. Era un bandolero dedicado, al frente de una gavilla, a asaltar por los caminos de Cataluña.

En su encuentro con el bandido, Don Quijote logró establecer buena relación con él, a grado tal que en señal de amistad lo acompañó hasta las cercanías de Barcelona. Sobre el punto, escribe Cervantes: "Tres días y tres noches estuvo don Quijote con Roque, y si estuviera trescientos años, no le faltaría qué mirar y admirar en el modo de su vida: aquí amanecía, acullá comía; unas veces huía, sin saber de quién, y otras esperaba, sin saber a quién, dormía en pie, interrumpiendo el sueño, mudándose de un lugar a otro".

Es decir, al salteador de caminos le parecía irrelevante dónde amanecía, qué comía, de quién huía, a quién esperaba, de qué manera dormía o cuándo interrumpía su sueño. Lo importante para él era asaltar, robar, causar daño a sus víctimas.

Cambiando lo que haya que cambiar y toda proporción guardada, lo mismo ocurre con la llamada reforma judicial. Para el autor de la iniciativa de ésta, lo importante es aniquilar a ese Poder y someterlo al suyo, el ejecutivo, a como dé lugar. Lo demás es irrelevante y carece de toda significación.

Carece de importancia que el proceso legislativo de esa reforma constitucional haya sido tortuoso y tramposo, sin ajustarse a las normas mínimas que rigen a este proceso, sin pizca de civilidad, y hasta francamente gangsteril. Luego la servil rapidez como las legislaturas estatales aprobaron la minuta de la reforma constitucional, en bajuna competencia para hacerse acreedoras a una especie de campeonato de ignominia. No puede ser, el país regresó en el tiempo casi medio siglo.

Todo "justo a tiempo", para que el tlatoani recibiera con la debida oportunidad su regalo de despedida, según ofreció y dijo el torvo capataz del partido oficial. Partido, por cierto, donde la unanimidad es verdaderamente conmovedora, no alcanzada siquiera ni en los partidos de corte estalinista. ¿Se habrán dado cabal cuenta de ello?

Publicado el ukase en edición especial vespertina del Diario Oficial, apenas la víspera de su entrada en vigor, como lo indica su Primero Transitorio, todo ello para que apresuradamente, el día siguiente, tuviera inicio oficial el proceso electoral de los primeros comicios judiciales.

Primeros comicios de esa índole, aberrantes, para los que en apariencia no han caído en la cuenta de la inexistencia de la necesaria ley reglamentaria y de la falta de presupuesto, alrededor de nueve mil millones de pesos, en cálculo grueso, porque en realidad nadie sabe a cuánto ascenderá. Arranca pues ese proceso electoral sin reglas y sin dinero.

Pero lo anterior poco importa. Igual que a Roque Guinart no le interesaba lo que consideraba meramente secundario sino sólo lo que consideraba importante para él: asaltar, perjudicar, causar daño. Tal vez impulsado por viejos resentimientos, ancestrales complejos y ánimos vengativos. Quizá.

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