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Los impulsos de Trump en América

ARTURO GONZÁLEZ GONZÁLEZ

La estrategia global del futuro presidente de Estados Unidos, Donald Trump, es dejar que los aliados europeos de la OTAN se hagan cargo de Ucrania y que Israel termine de redefinir el status quo de Oriente Medio, para concentrarse en Asia Pacífico y obstaculizar la hegemonía regional de China. En los últimos días, Trump también ha dado señales de su estrategia en América. Y lo ha hecho con su clásico estilo estridente y desparpajado.

El republicano amaga con comprar Groenlandia, hacer de Canadá el estado 51 y recuperar el control del Canal de Panamá. Además, aviva la idea de atacar a los cárteles de la droga en México con su aviso de declararlos organizaciones terroristas. Tenemos que ser cuidadosos con la interpretación que hagamos de estas intenciones. Ya sabemos que el método Trump de "negociación" es tirar la liga al extremo para jalar al oponente hacia una posición de ventaja sobre él. Para entender las razones detrás de estas aparentes ocurrencias radicales, debemos trascender la forma e ir al fondo. Y el fondo tiene que ver con la geopolítica y la geoeconomía, las cuales explican la militarización de las relaciones internacionales desde Washington. Vayamos por partes.

A Estados Unidos le urge aumentar su acceso al Océano Ártico. El calentamiento global ha propiciado un deshielo que si bien es una catástrofe medioambiental, ha abierto nuevas oportunidades de navegación y de explotación de los abundantes recursos energéticos del Polo Norte. Las grandes potencias quieren aprovechar dichas oportunidades y han movilizado recursos militares en esa zona del planeta. Los países con mayor presencia en el Ártico son: Rusia, con un litoral que abarca casi el 50 por ciento del círculo polar; Canadá, entre 20 y 25 por ciento, y Dinamarca que, a través de Groenlandia, alcanza un 20 por ciento. La presencia de Estados Unidos en el Ártico no llega al 5 por ciento con Alaska. Conseguir acceso privilegiado por parte de Canadá y Dinamarca le daría una presencia similar a la de Rusia.

Además, China proyecta desde hace años la Ruta de la Seda Polar, un corredor de navegación comercial que reducirá el tiempo de traslado entre los puertos chinos y europeos hasta en un 40 por ciento. Para concretar el proyecto, la actual alineación de intereses entre China y Rusia es vital. Y Trump lo sabe. Por otra parte, Groenlandia es rica en recursos naturales como gas y petróleo, necesarios para apuntalar a Estados Unidos como potencia energética; minerales estratégicos para el desarrollo de la industria tecnológica, y agua dulce, un recurso que en los próximos años se convertirá en el principal motivo de conflictos. La estrategia de Trump con Canadá y Dinamarca parece ser amenazar con la "solución" más extrema para asustar y obtener concesiones de los gobiernos de ambos países. Una negociación fiel a su estilo de "mira lo que puedo hacer si no me das lo que quiero".

Algo así ocurre con el Canal de Panamá, cuya soberanía recae desde hace 25 años en el país centroamericano, misma que recibió de Estados Unidos, principal usuario de la vía con 74 por ciento de tránsito marítimo. Le sigue China con 21 por ciento. Pero el gigante asiático ha aumentado su presencia en el canal a través de sus empresas que invierten en proyectos de infraestructura. Pekín controla los puertos de Colón y Balboa, dos de los cinco que se ubican en el Canal. Y va por más. El avance económico de China en Panamá es visto por Estados Unidos como una afrenta a sus intereses geoeconómicos y hegemónicos. Nuevamente Trump lanza la medida más radical -recuperar el control del canal- para amedrentar al gobierno panameño y obtener de él lo que busca: que ponga freno a la presencia china y dé entrada a empresas e inversiones estadounidenses. Un hecho importante es que durante casi todo el siglo XX Panamá fue una especie de protectorado de Estados Unidos, y hoy el principal socio comercial del estado centroamericano es China. Dos hitos marcan el viraje de Panamá: la plena soberanía sobre el canal en 1999 y la ruptura de Panamá con Taiwán para establecer relaciones diplomáticas con China en 2017. Pekín superó a Washington como principal socio de Panamá en 2020, es decir, en medio de la pandemia.

El caso de los cárteles de la droga amerita una lectura doble en clave interna y externa. Declarar a un grupo u organización como terrorista amplía las facultades del gobierno de los Estados Unidos dentro del territorio de la unión. Le permite congelar activos financieros, combatir el lavado de dinero, criminalizar cualquier acción vista como apoyo a la organización, usar más herramientas de inteligencia y espionaje, ampliar las restricciones migratorias y aumentar las facultades de deportación. Son medidas de impacto interno y conllevan un incremento del poder del presidente de Estados Unidos, quien puede brincarse controles, eliminar contrapesos y actuar con mayor discrecionalidad en materia de seguridad y migración. Además, dado que los cárteles de la droga tienen extensas redes y ramificaciones en la Unión Americana, parece que Trump pretende limitar la operación de las mismas o, en su defecto, ejercer un mayor control sobre ellas.

En clave externa, declarar a los cárteles como organizaciones terroristas significa para el gobierno de Estados Unidos contar con una carta extra de presión y negociación en su relación con el gobierno de México. La amenaza de una posible intervención en territorio mexicano serviría a Donald Trump como baza para obtener de la presidenta Claudia Sheinbaum concesiones en materia de seguridad y migración, como una alineación de objetivos e intereses. La destreza del gobierno mexicano para convertir esta posible afrenta en una oportunidad para disminuir el poder de los cárteles está a prueba. Falta ver también si la declaratoria de Trump toca el aspecto fundamental del control de armas, uno de los objetivos principales de México en la lucha contra la delincuencia organizada.

Respecto a la posibilidad real de una intervención de Estados Unidos en México so pretexto de combatir a los cárteles, debemos reconocer un hecho histórico: Washington no necesita una declaratoria de terrorismo para llevar a cabo operaciones armadas o de inteligencia en otros países. A lo sumo, la declaratoria puede revestir de cierta "legalidad" o "legitimidad" a sus acciones en el extranjero, pero no es una condición sine qua non. Por lo tanto, creo que la medida anunciada por Trump busca, primero, incrementar sus poderes dentro de Estados Unidos y, segundo, contar con otra medida de presión para el gobierno mexicano.

Canadá, Groenlandia, Panamá y México forman parte del "America First" de Donald Trump. Quien ha creído, siguiendo sus dichos, que el magnate republicano traerá "paz", debe pensarlo bien dos veces. La forma trumpiana de negociar es dura y potencialmente conflictiva. Pero hay que leer bien sus intenciones.

Te deseo un 2025 lleno de serenidad, valor y sabiduría.

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