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Las lluvias y las presas

MANUEL VALENCIA CASTRO

En alguna época la expectativa de prosperidad regional se apreciaba en relación al llenado de las presas, principalmente de la presa Lázaro Cárdenas mejor conocida como El Palmito y se ponía mucha atención a la ocurrencia de lluvias, particularmente en la parte alta de la cuenca.

En el presente, aquella expectativa casi ha desaparecido aunque los agricultores que se benefician con el agua que almacenan las presas mantienen un interés legítimo en el asunto. No obstante, la ocurrencia de lluvias continúa atrayendo nuestra atención y de paso nos inquieta si las presas están o no recibiendo volúmenes importantes de agua, quizás las sequías prolongadas y severas que se han convertido en tendencia, han cambiado la percepción, aunque también habría que decir que la bonanza actual agropecuaria se ha basado más en el agua subterránea que en la de las presas.

El punto es que no ha llovido o, para ser más preciso, ha llovido muy poco no sólo localmente, en la parte alta de la cuenca en donde las lluvias se reflejan en el llenado de las presas tampoco han ocurrido: las presas están vacías, la Presa El Palmito tiene aproximadamente el 24% de su capacidad y la Presa Las Tórtolas, cuyas entradas provienen principalmente del Palmito, tiene un 45% de su capacidad.

No, no es halagador el panorama, no solamente se compromete un ciclo agrícola, ahora también se pone en riesgo la disponibilidad de agua potable. Los tiempos de abundancia de agua ya se acabaron, debemos pensar ahora en acciones concretas que nos permitan adaptarnos a lo que viene.

El cambio climático ya está ocurriendo y localmente se expresa en lo que más nos incomoda: olas de calor más frecuentes e intensas, además de prolongadas, y ausencia de lluvias.

Algunos climatólogos identifican un ciclo del agua mayor por donde circula aproximadamente el 60% del agua que proviene del océano, a nosotros este nos llega como sombra de lluvia o como la cola del huracán. Pero hay otros pequeños ciclos que provienen del continente y que circulan el agua de la evapotranspiración de los ecosistemas, a menudo estas son las lluvias que nos refrescan en breves temporadas. Pero ya tampoco están ocurriendo: los vórtices calurosos que se levantan desde la tierra seca y árida impiden la formación de las nubes.

Las olas de calor evaporan hasta la última gota de humedad del suelo lo cual impide o dificulta la filtración de agua promoviendo un mayor escurrimiento. Esta condición puede provocar inundaciones y en algunos lugares incluso deslizamientos de suelo.

La condición de resequedad de los suelos de la sierra en la cuenca alta puede ocasionar un llenado rápido de las presas pero la infiltración será mínima perdiendo así la capacidad de iniciar los flujos de humedades que en algún momento llenaron nuestros acuíferos, espectaculares reservas de agua hoy mermadas y al borde de la extinción.

Si hay algún trabajo de conservación de suelo y agua en la cuenca alta, debería estar enfocado a crear la condición de esponja que promueva la infiltración del agua. Debemos evitar a cualquier costo que los ecosistemas de pino encino de nuestra cuenca alta colapsen.

A partir de la experiencia y estudios llevados a cabo en otras regiones, el cambio climático además de escasez de agua y calor también trae tormentas. Los extremos climáticos son ya una certeza. Y en nuestras ciudades grises sin vegetación sólo se pueden esperar inundaciones.

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