Siglo Nuevo

Nuestro Mundo

Las dos fuerzas del desarrollo humano

"El aprendizaje debe alternarse con el desprendimiento. Está claro que si soltamos lastres, nos elevamos. Si nos deshacemos de cargas nos aliviamos".

Las dos fuerzas del desarrollo humano

Las dos fuerzas del desarrollo humano

ANTONIO ÁLVAREZ MESTA

Cuando escuchamos o leemos la palabra aprendizaje pensamos de inmediato en la adquisición de saberes y destrezas. En su sano juicio nadie podría negar su importancia, pero hay que aclarar que no todo puede ser adquisición, igualmente resulta indispensable una oportuna eliminación. La fuerza centrípeta del aprendizaje siempre ha de alternarse y equilibrarse con la fuerza centrífuga del desprendimiento.

La fuerza centrípeta de nuestro desarrollo es la que opera cuando leemos, investigamos, escuchamos conferencias, asistimos a cursos y talleres, visitamos museos, vemos documentales, disfrutamos conciertos, etc. El verbo aprender (del latín apprehendere) por su etimología significa atrapar, capturar, prender a alguien o algo. En todo el mundo se han articulado enormes sistemas escolares para que los jóvenes capten contenidos culturales que las sociedades consideran valiosos para su subsistencia y su mejora.

La fuerza centrífuga del desarrollo personal radica en el desprendimiento, ya que consiste en eliminar todo tipo de lastres agobiantes como son los apegos neuróticos, las creencias erróneas, los rencores añejos, los mensajes que menoscaban la autoestima y los condicionamientos dañinos como el vivir dependiendo de opiniones ajenas. Es un hecho que la mayoría de las familias son disfuncionales y que los ambientes sociales son contrarios al florecimiento sano de la personalidad. Por eso, hay que borrar las grabaciones que se han arraigado en nuestro ser y que nos impiden florecer. En psicoterapia Gestalt se les denomina introyectos y equivale a tragar ruedas de molino.

Además de las modernas psicoterapias, desde épocas remotas se ha dado cauce a la fuerza centrífuga a través del contacto con la naturaleza, y también mediante la danza, el canto, la expresión corporal, la entrega erótica, la creación poética y toda suerte de prácticas meditativas.

Efectivamente, las danzas giratorias de los derviches, las peregrinaciones devotas, el recitado de mantras o jaculatorias, las asanas y el pranayama propias del Yoga, las formas del Tai chi y del Chi Kung, la catarsis del teatro, la caligrafía del Zen han probado su efectividad a lo largo de los siglos. Por supuesto, en su evolución la humanidad ha encontrado muchos más canales para esa imprescindible fuerza centrífuga. Entre estos están los deportes, la creación artística y todo tipo de acciones lúdicas. Por algo en el subcontinente asiático a la vida se le llama Lilah y se considera un juego sagrado.

El aprendizaje debe alternarse con el desprendimiento. Está claro que si soltamos lastres, nos elevamos. Si nos deshacemos de cargas nos aliviamos. Aliviarse de acuerdo a su etimología es volverse liviano, lograr la sana ligereza que permite fluir con la vida. Los que fueron jóvenes en los años setenta usaban a menudo la expresión alivianarse. La sílaba extra daba más fuerza a ese verbo tan mexicano.

Menos es más insistía Ludwig Mies van der Rohe, genio alemán de la arquitectura. Esa frase paradójica es además la divisa del minimalismo, que ya no es sólo es una corriente arquitectónica, sino un completo estilo de vida, una forma de existencia basada en la austeridad. El minimalismo es una filosofía que nos enseña a vivir con más ligereza, a valorar lo que es verdaderamente importante y a quedarnos solamente con lo esencial.

La vida es un equilibrio entre poseer y dejar ir, escribió el místico sufí Rumi. Y otro genio de Medio Oriente, nada menos que el poeta libanés Gibrán Jalil, enseñó que el olvido es una forma de libertad.

En Gargantúa y Pantagruel, una de las primeras novelas de la historia, François Rabelais escribió que cuando Ponócrates se hizo cargo de la educación del joven Gargantúa le dio a beber agua de eléboro, “para que olvidara todo lo que había aprendido con sus anteriores preceptores”. Sin duda hay experiencias que debemos dejar atrás definitivamente y ya no verlas más. El texto evangélico no podría ser más tajante: “Ninguno que ha puesto su mano en el arado y sigue mirando atrás es apto para el reino de Dios”, Lc 9:62.

Quedémonos pues con lo que nos beneficia, hagamos alianza con las partes sanas y cortemos lo que obstaculiza, sofoca y lastima. Viajar ligeros de equipaje nos permitirá avanzar más y disfrutar mejor la travesía.

Leer más de Siglo Nuevo

Escrito en: el siglo desarrollo humano Antonio Álvarez Mesta

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de Siglo Nuevo

TE PUEDE INTERESAR

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Las dos fuerzas del desarrollo humano

Clasificados

ID: 2277694

YouTube Facebook Twitter Instagram TikTok

elsiglo.mx