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‘La poesía es la posibilidad de sentirte existente’, Saúl Rosales presentará en El Siglo su nuevo poemario

La música de Grieg y Beethoven, la arquitectura de Guadalajara, la ingesta de alcohol, las espinas de la rutina doméstica, el relieve de los sueños, la rebeldía del espíritu, el cinismo de evidenciarse, son tópicos abordados en los versos del lagunero.

Saúl Rosales (Ramón Sotomayor)

Saúl Rosales (Ramón Sotomayor)

SAÚL RODRÍGUEZ

Sus manos han abierto una vieja edición con la poesía completa de César Vallejo. Bajo el desorden de sus grises cejas, el maestro Saúl Rosales Carrillo (Torreón, 1940) hojea multitudes de versos. Avanza, detiene la mirada vaga al elegir un poema de Trilce (1922): “Vusco volvvver de golpe el golpe./ Sus dos hojas anchas, su válvula/ que se abre en suculenta recepción/ de multiplicando a multiplicador,/ su condición excelente para el placer,/ todo avía verdad”.

Su voz da vida a la obra del poeta peruano. Dice que es increíble, asombroso por el atropellamiento que se permite hacer del lenguaje con esas aparentes fallas de ortografía. Entonces busca en la mesa otro libro, lo abre, porque leer también es aventurarse a otros mundos. Allí se deja asaltar por Ramón López Velarde: “Hoy, como nunca, me enamoras y me entristeces;/ si queda en mí una lágrima, yo la excito a que lave/ nuestras dos lobregueces”. Como Stephen Dedalus en una playa imaginada por James Joyce, una emoción le hace cerrar los ojos al sentenciar que el poema es desolador.

A sus 83 años, el maestro afirma lidiar con el insomnio y la intrusa desmemoria, aunque en general goza de buena salud. Habita aquí, en este departamento rodeado por sus libros, con sus dos perros asomándose por la ventana desde el llano de su patio. Aquí, inconsciente de su fulgor, donde intenta dibujar con palabras a su primera máquina de escribir: una Olivetti portátil que le ayudó a manufacturar sus primeros versos y que regaló a un chico pobre prospecto de escritor.

“El poema es una careta que oculta el vacío”, escribe Octavio Paz en El arco y la lira (1956). Saúl Rosales considera que todo poema es un retrato de su autor. Él mismo se ha atrevido a esbozar sus facciones en Falacias para un autorretrato (2023), poemario publicado por el Instituto Municipal de Cultura y Educación (IMCE), en su colección Viento y Arena, el cual será presentado el próximo jueves 25 de enero, a las 19:00 horas, en las instalaciones de El Siglo de Torreón, donde el escritor Jaime Muñoz Vargas y la poeta Nadia Contreras aportarán comentarios.

No es la primera vez que el autor emplea la idea en una de sus obras. Lo hizo hace años en Autorretrato con Rulfo, ese cuento donde narra su encuentro con el creador de Comala y desnuda las inseguridades que entonces le invadían. En su nuevo poemario, el lagunero desea que se le retrate, que se le vea con las mentiras que lo han construido.

La música de Grieg y Beethoven, la arquitectura de Guadalajara, la ingesta de alcohol, las espinas de la rutina doméstica, el relieve de los sueños, la rebeldía del espíritu, el cinismo de evidenciarse, son tópicos abordados en los versos del lagunero. Octavio Paz escribe que la poesía es revolucionaria por naturaleza. Para Saúl Rosales, la poesía acaba siendo un juego entre lector y autor, donde el tablero es el propio libro. Si la literatura es una secuencia de adivinanzas, “la poesía es la posibilidad de sentirse existente, de sentirse vivo, de ser en sí mismo”.

Acudo a su poema “Epifanía de perdedor” en Falacias para un autorretrato, ¿qué existe en la derrota que la prosa no es capaz de abarcar y la poesía sí?

Es que en la poesía lo dices de manera más inmediata y en la prosa hay que desarrollar esta idea de derrota. Pienso ahora en Demetrio Macías, el protagonista de Los de abajo (1915). ¿Qué pasa con él? Se da cuenta que al final se entera de que fue inútil la lucha, que no condujo a lo que se esperaba; está desarrollado en cierta cantidad de páginas. En Rulfo hay varios cuentos, incluso en ‘Pedro Páramo’ hay este sentimiento de derrota que debe ser desarrollado, aun con un tono poético, aun con mucho lirismo, a lo largo de páginas. Y el poema no, el poema tiene la capacidad de presentarlo en cuatro o seis versos, o en cuatro o seis páginas. El impacto de la poesía es más inmediato. La derrota, como una sensación de fatalismo, de pérdida, de frustración, se puede manifestar más fácilmente en la poesía.

En varios poemas de su libro aborda su visión socialista. ¿En la tarea de construirnos a nosotros mismos tenemos una parte explotadora y otra proletaria?

Sí, sin duda, porque estamos condicionados por el modo de producción económica, el cual se sustenta por el hecho de producir para ganar. ¿Qué hay tras esto? Un cultivo del egoísmo. En tanto vivimos en este mundo donde está de por medio la codicia, la necesidad de ganar o el prurito de conseguir bienes, estamos actuando de manera burguesa. ¿Quiénes son los que ponen el ejemplo en la sociedad? Los dueños de los medios de producción, los que hacen producir de manera enajenada para ellos obtener ganancia. Por ejemplo, el propietario de una fábrica tiene su maquinaria parada. Al día siguiente toda su maquinaria empieza a funcionar porque llegan quienes las hacen producir. Esos que van a producir lo hacen restándole tiempo a su vida, están dando su tiempo, viviendo enajenadamente. Y el salario que reciben no es suficiente, porque si fuera suficiente, según lo que producen, no habría ganancias para el propietario de la maquinaria, es decir, el burgués. Entonces, nosotros nos desarrollamos en este medio de producción. Toda la sociedad está estructurada para estar reproduciendo esta condición psicológica, de apetitos que necesitan ser satisfechos. La televisión, el cine y ahora también las redes, nos muestran sociedades opulentas que nos despiertan el apetito por ser como ellas. Curiosamente, eso sofoca nuestra condición de proletarios. Y sí, todos tenemos eso.

Beethoven es otro personaje recurrente en sus versos. El musicólogo Ricardo Miranda ha llegado a decir que sin el genio de Bonn no existiría nada en la música.

Sí, yo creo que sí, nada de nuestra música contemporánea, porque Beethoven revolucionó a partir de hacer música como la tradición le dictaba. Pero llegó un momento en que se descubrió a sí mismo como capaz de transformar y decir, primero que nada, lo que él sentía. Entonces, en ese despertar de su espíritu, va a aparecer el despertar del romanticismo, de la rebeldía. El hecho de producir una música que no es como la tradicional, es una manera de negar lo anterior y de rebelarse contra él: “Yo ya no produzco música como la de antes, ahora produzco música como la que tengo necesidad de producir”. Y bueno, nos da toda su obra novedosa que va a fundamentar el romanticismo y que es música con sus propias características de arrebatos, de caídas en la profundidad de la melancolía.

¿Qué luz poética se necesita para revelar un autorretrato?

Una luz justamente como la del laboratorio fotográfico. Una luz que está encendida, que permite moverse, no perjudica y es roja. Creo que una luz similar hace que produzca el poeta. Ahora bien, de esa penumbra salen luces. Sale una luz condensada que es la obra. Trayéndolo a la personalidad, es esta luz interior que es el espíritu vital, el ánima o alma. Son sinónimos absolutos ánima y alma, porque está expresado el ser. El ánima, pensémoslo como verbo: animar. Entonces, el ánima de todos nosotros es lo que ilumina la obra, el hecho mismo de ser seres humanos.

¿Todo poema es un autorretrato de su autor?

Sí, todo. Aun el que describa, por ejemplo, un árbol, o que describa un crepúsculo; allí encontramos al autor por necesidad. Ahora bien, esto no quiere decir que eso sea el total de su biografía, es un destello, apenas un destello de su condición de ser humano. Por eso tiene este título equívoco, de ‘Falacias para un autorretrato’. Es decir, quiero que me retraten, quiero que me vean, con las mentiras que yo soy.

Si en lugar de haberle ordenado que entrevistara a Juan Rulfo, le hubiesen encargado entrevistar a la poesía, ¿qué le habría preguntado?

Le habría preguntado: “¿Cómo se puede convivir contigo?”, porque, curiosamente, quienes asumimos el oficio de escritor, bien o mal, casi siempre empezamos o escribiendo versos o escribiendo cuentos. Casi nadie empieza con la aspiración de una obra grandiosa, o por lo menos de mucho aliento. Esto se debe a que uno no ha convivido lo suficiente con la obra de otros para calibrarse y hacer algo valioso. En cambio, si uno convive mucho con la poesía, quizá uno llegue a ser un buen poeta, pero se necesita mucha convivencia. Yo he leído mucha poesía, he leído mucho a Beltrot Brecht, me gusta releer Elegías de Duino (1923), de Rainer María Rilke; Cuatro cuartetos (1941), de T. S. Eliot; porque me gusta leer poesía, pero no logro asimilar la calidad de aquellos poetas.

Recuerdo un verso en Vestigio de Eros, uno de sus anteriores poemarios, ¿escribir poesía es llegar a la república de la emoción?

Sí, la poesía es básicamente eso: emotividad, aun la más descarnada.

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