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Irán y el inicio del 'Oriente enemigo'

Arturo González González

Israel es, para Occidente, un enclave en el Medio Oriente. Una avanzada de la libertad en medio del fundamentalismo musulmán, como si éste fuera la única realidad de los países en donde el Islam es mayoría. Esta visión tiene que ver con una concepción dicotómica excluyente que divide al mundo en Occidente y Oriente. Es una idea muy antigua, cuyo origen se remonta a la Antigua Grecia. Curiosamente, la raíz de la noción de Oriente se encuentra en Persia, hoy Irán, país que libra en el presente una guerra directa e indirecta con Israel, estado al que el Occidente proselitista apoya como su cabeza de playa en Oriente.

Heródoto intentó explicar el origen de la rivalidad que llevó a helenos y persas a librar varias guerras en el siglo V a. C. Nunca usó el término Oriente, palabra de origen latino que significa naciente. Pero sí marcó una diferencia clara entre las costumbres de las ciudades-estado helénicas y los pueblos "bárbaros" de Asia. En aquel entonces, el Imperio persa, gobernado por la dinastía Aqueménida, era la gran potencia del mundo conocido.

Los persas intentaron someter a Grecia, pero fueron frenados en una resistencia que ha sido convertida por Occidente en uno de los grandes hitos fundacionales de su civilización. Pero Persia se mantuvo como una fuerza influyente que lo mismo seducía, contrataba y sobornaba políticos y mercenarios griegos, parecido a como lo hacen hoy, acusa Occidente, potencias de Oriente. Un siglo y medio después de la fallida invasión, Alejandro III de Macedonia haría de su campaña contra el Imperio persa una venganza para cobrar las afrentas del pasado. Fue el fin de la Persia de los aqueménidas.

La visión de dos mundos cerrados enfrentados entre sí es engañosa. De lado de los persas pelearon griegos, de la misma forma que pueblos "orientales" terminaron sumados a las filas del ejército de Alejandro. No obstante, una corriente histórica dominante ha hecho ver que el choque entre helenos y persas fue la colisión de dos formas de entender el mundo en la que, obviamente, la correcta queda ubicada de este lado de la geografía ideológica. Muy parecido a lo que ocurre hoy con la dicotomía Oriente-Occidente.

El Imperio de Alejandro no sobrevivió a su muerte y se partió en reinos que pelearon entre sí hasta que nuevas potencias los conquistaron. Desde Occidente fue Roma. Desde Oriente, el Imperio parto de los Arsácidas, que se estableció en lo que había sido Persia hasta que emergió una nueva dinastía persa, la Sasánida, que reconstruyó el antiguo imperio aqueménida. La rivalidad entre Roma y Partia/Persia fue un asunto recurrente durante siete siglos, tiempo suficiente para afianzar la idea de Occidente y Oriente como dos mundos aparte y enfrentados. Cuando Persia sucumbió ante la irrupción de los árabes musulmanes que reconfiguraron el mundo más allá de Oriente, la rivalidad con Occidente adquirió un nuevo rostro marcado por la fe: frente a los dominios del Islam se erigieron los reinos cristianos.

Persia reaparece en la historia ya islamizada hasta el siglo XVI con el Imperio safávida, al que sucedieron varias dinastías que encontraron en el contexto geográfico más cercano a sus principales rivales, mientras los imperios coloniales europeos aumentaron su poder e influencia sobre Asia e Irán, específicamente. Tras un golpe de Estado, Reza Kan fundó en 1925 lo que sería la última dinastía iraní, la Pahlavi. Su descendiente, Mohammad Reza, se proclamó emperador y en 1971 celebró los 2,500 años de la fundación del Imperio persa por Ciro II para legitimar su reinado vinculándose con los Aqueménidas. Pero Irán ya sólo era una sombra del poderoso Imperio persa de la antigüedad y el Shah era visto desde dentro y fuera como un monarca títere de los EUA.

Washington brindaba todo tipo de apoyo a la monarquía a cambio de petróleo y de intervención en la política interna. Las crisis acumuladas y recurrentes, la injerencia estadounidense y el creciente autoritarismo llevaron a Irán a la revolución. Pero no fueron las fuerzas progresistas las que se hicieron con el poder, sino las más conservadoras. Así, Irán pasó de ser una monarquía manejada por Occidente a ser un estado teocrático enemigo de Occidente. El mito del Oriente extraño, ajeno y peligroso encarnado en Irán-Persia, se alzó de nuevo en la mirada occidental marcada ahora por EUA.

La relación entre ambos países desde la revolución de los ayatolás de 1979 es una de las más tensas de la historia contemporánea. Hoy Irán es el estado enemigo número uno de EUA y de su principal aliado en Oriente Medio, Israel. Aunque ha crecido en sus capacidades bélicas, el régimen de Teherán sabe que no puede hacer frente a una guerra directa contra el estado israelí. En consecuencia, ha estructurado dos ejes, uno regional y otro mundial, para mantener el asedio a los intereses de Occidente y su enclave. En el primero, llamado Eje de la Resistencia, figuran, además de Irán, Siria, las organizaciones extremistas Hamás, la Yihad y Hezbolá, las milicias chiíes de Irak y los rebeldes hutíes de Yemen, entre otros.

En el escenario mundial, Irán se ha alineado con los intereses de Rusia, a quien brinda ayuda en su guerra contra Ucrania a cambio de apoyo político, económico y militar, y de China, su principal socio comercial. Desde los sectores de poder de Washington se observa a Teherán como una pieza clave de una especie de entente oriental. Lo cierto es que las decisiones del régimen de los ayatolás hoy pasan por la consideración de las capacidades del Eje de la Resistencia y el apoyo que pueda recibir de Rusia y China.

No debemos pasar por alto que, como en el pasado remoto, ni Occidente es unánime respecto a su postura sobre Irán, ni Oriente actúa como bloque o alianza. La Unión Europea ha insistido en reactivar el pacto nuclear con Teherán que Donald Trump rompió cuando era presidente. E Irán enfrenta fuerte competencia regional en el mundo musulmán con Arabia Saudí, Turquía y Pakistán, con quienes mantiene relaciones complejas y cambiantes.

Si se quiere frenar la escalada bélica que invade el mundo, es necesario desechar la visión reduccionista de que estamos ante un nuevo enfrentamiento de Occidente contra Oriente. Este enfoque no ha ayudado en el pasado, por lo que difícilmente ayudará en el presente y el futuro. Suponer que la verdad está sólo del lado de uno de los supuestos bloques es adoptar una postura militante que conduce al conflicto irremediable para exterminar al otro.

Además, quienes defienden la idea de un mundo dividido entre los valores de Oriente y Occidente olvidan que hay otros actores y, sobre todo, que un sólo modelo económico, el capitalista, impera hoy en prácticamente todo el orbe. Si desde la antigüedad había razones para dudar del determinismo de dos civilizaciones cerradas enemigas, hoy esas razones son mayores y más profundas.

urbeyorbe.com

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