Holocausto es una palabra muy conocida que, luego de la segunda guerra mundial, los judíos repitieron hasta que en todo el mundo se le dio connotación de sacrificio absurdo y atroz perpetrado por los nazis en contra de este sufrido pueblo.
Desde el punto de vista etimológico este vocablo proviene del griego Holos, que significa algo integral o total, y otra voz griega: Kaustós, que tiene el significado de quemado. Entonces tenemos ya el compuesto derivado Holocausto que puede interpretarse como algo que se quemó en su totalidad.
En principio, ningún significado religioso tiene esta palabra, pues se trata de algo, de cualquier tamaño, destruido en su totalidad por un incendio, y esto puede ocurrir en diversas circunstancias, como un accidente o una quemazón causada con plena intención.
Después, con el paso de los años y hasta de los siglos, Holocausto se usó en la antigüedad para designar a lo que se había sacrificado a los dioses, siempre y cuando dicho sacrificio incluyera el fuego, único medio conocido entonces para quemar las cosas. Y esto se comprende muy bien, pues algo que es destruido por el fuego se puede asumir como recibido por la divinidad, pues quien lo ofrece ya no lo ve a causa de su misma destrucción.
A partir del siglo XX, después de la Segunda Guerra Mundial, esta palabra se aplicó a diversos hechos funestos, desde los pogroms (ataques violentos) contra los judíos en Rusia y la persecución y asesinato de los armenios por parte de los turcos durante la Primera Guerra Mundial, hasta la embestida japonesa en contra de ciudades chinas y los incendios en gran escala en los que morían centenares de personas. Pero luego los judíos tomaron esta palabra para sí mismos, pues desplegaron una gran propaganda política para señalar las barbaridades que cometieron los nazis contra ellos.
Hay mucho de verdad en el uso de la palabra holocausto para designar este fenómeno racista en la Europa del siglo veinte, pues Hitler y sus seguidores pretendieron quemar a todo el pueblo descendiente de Abraham, casi literalmente, pues los hornos crematorios en los campos de concentración reducían a cenizas los cadáveres de los judíos, y los nazis pretendían que toda esta etnia desapareciera de la faz de la tierra, entonces sí fue un holocausto, también en el sentido etimológico de la palabra.
No es el único holocausto que ha sucedido en la historia reciente, pues muy bien podemos recordar el genocidio de Ruanda, aquel intento de exterminio de la población tutsi por parte del gobierno hegemónico hutu de Ruanda del 7 de abril al 15 de julio de 1994, en el que se masacró a cerca del setenta por ciento de los tutsis. Se calcula que entre quinientos mil y un millón de personas fueron asesinadas, y aunque no se utilizó fuego, los resultados fueron un verdadero holocausto. Asimismo, podemos calificar de holocausto a los efectos de la guerra entre los bosnios y los croatas en lo que fue la antigua Yugoslavia.
El hecho es que el holocausto es una masacre de exterminio en contra de un pueblo, cualquiera que éste sea. Desde hace ya algunas semanas, estudiantes de varias universidades en los Estados Unidos, tanto en Texas y en Washington, como en Nueva York y California, están protestando por otro holocausto, ahora perpetrado en contra del pueblo palestino, que poco tiene que ver con los terroristas de Hamas, pero que sufre de hambre y muerte, además de bombardeos incluso en los hospitales. En la franja de Gaza los civiles están siendo masacrados y no se sabe hasta cuándo cesarán los ataques. Por otra parte, la ayuda humanitaria les llega a cuentagotas a causa de la burocracia retrasada por la política.
Ideologías aparte, todas las masacres con intención de exterminio total son holocaustos, y no importa quiénes sean las víctimas ni quiénes los victimarios.
