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Recuerdos de una vida olvidable

¿Es en serio que no soy perfecto?

MANUEL RIVERA

Posiblemente mi amanecer sea parecido al de muchas otras personas, quienes como un servidor cuestionamos si está equivocada nuestra percepción de la realidad nacional o si, de plano, en el país continúan transitando paralelas las agendas de los ciudadanos y gobernantes.

Mientras muchas personas esperan el fin de mes con la incertidumbre propia de ver el carrito del supermercado cada vez más ligero o de tener que caminar solos de noche, unas pocas, afiliadas a alguna franquicia política o partícipes de algún presupuesto oficial, describen un paraíso en el cual resulta ambición desmedida aspirar a mejores ingresos y servicios.

Esa diferencia de interpretaciones hace recordar que al menos durante unos segundos pusimos en duda nuestra percepción de la realidad, cuando en el final de una relación afectiva escuchamos el famoso "no eres tú, soy yo".

No obstante, ese estado de confusión suele ser superado en el México "diferente", donde sigue siendo equiparada la figura del gobernante, como siempre, con la de una divinidad que jamás se equivoca, vocera única de los desvalidos y cronista de lo verdadero.

Estos pensamientos tan poco novedosos me conducen hacia un recuerdo de la época en la que era joven y bello (lo primero circunstancia inevitable y lo segundo mentira flagrante), cuando trabajé en un importante periódico del norte del país, empresa hoy venida a menos, pero que siempre reconoceré como una de mis tres grandes universidades.

Entre las entrevistas que realicé en mis primeras semanas como reportero de ese diario figuró la que hice a Salvador Pérez Chávez, titular del área de prensa en el sexenio de Alfonso Martínez Domínguez en Nuevo León.

No tengo claro cuál era el tema, pero sí la desagradable sorpresa que temprano me llevé en el siguiente día cuando vi publicada la nota, pues tenía un error garrafal en un elemento que, desde mi punto de vista, acababa con la credibilidad del contenido que había redactado. Atribuí la noticia, si mal no recuerdo, a "Salvador Pérez Gómez", crasa equivocación que me avergonzó.

Apenado por mi falla, pedí al editor en turno de la sección local que publicáramos una fe de erratas en la que yo aceptara mi culpa, petición que tuvo una respuesta que hasta la fecha, además de recordar bien, me ayuda a ejemplificar la soberbia y el cerrar los ojos frente a lo evidente.

"El periódico nunca se equivoca", me respondió tajante con base en una supuesta política editorial que impedía aceptar errores. Sin embargo, asumiendo una pose magnánima, me prometió que en otra ocasión permitiría que entrevistara a la misma fuente, oportunidad en la que podría citar correctamente su nombre.

Por supuesto que no estuve de acuerdo con la propuesta y esa misma mañana fui a la oficina del funcionario para presentarle directamente mi disculpa.

Con toda su admirable experiencia y don de gentes, Pérez Chávez me mostró su comprensión, explicó que se trataba de un error común en los reporteros jóvenes y descartó dolo en lo publicado. Me acompañó después hasta la puerta de su oficina, haciéndome sentir no sólo liberado de culpa, sino agradecido por el tono paternal de sus expresiones. Por último extendió su mano para que nos diéramos un nuevo saludo fraternal, acción simultánea a sus palabras finales:

"Y, por favor, no se preocupe, amigo Manuel Ramírez", dijo divertido mientras cerraba la puerta después de cambiar intencionalmente mi apellido Rivera, obligándome a regresar al periódico tras tomar una sopa de mi propio chocolate.

Una vez más me acojo en este espacio a lo dicho por mi mamá cuando suponía que estaba ocultándole algo: "Dímelo antes de que me entere en otro lado".

Reitero este día las palabras de mi progenitora en previsión de que algún día se me conceda el íntimo deseo, negado públicamente, de reintegrarme a algún presupuesto desde el que me diga "a prueba de errores".

Que el amanecer de hoy y los restantes sean perfectos para usted.

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