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PERO EL AMOR, ESA PALABRA...

LUCÍA OLIVARES

Una de las descripciones más lindas y reales de aquello que todo ser humano va persiguiendo dice que “el amor es un estar continuado, no un súbito arranque”, del libro de Erich Fromm El arte de amar.

Cuántas veces nos hemos rendido, nos hemos cansado, nos hemos desilusionado ante una idea difuminada, una figura con grietas, una nobleza resquebrajada y la pasión pausada, lenta, desganada. ¿Cuántas veces le hemos reprochado a la vida por no darnos lo que uno merecía?, ¿cuántas veces la insatisfacción nos ha cegado a los placeres más grandes de la experiencia humana?, ¿cuántas veces hemos estado frente a la decisión del amor y la hemos desechado… por miedo, apatía e indiferencia? “Pero el amor, esa palabra… moralista, Horacio, temeroso de pasiones sin una razón de aguas hondas…”, capítulo 96 de Rayuela, novela de Julio Cortázar.

Cómo es posible que hayamos cargado de moralidad lo menos reglamentario y tangible de la vida… lo más místico, inquietante, doloroso, espiritual, involuntario que vive el ser humano. ¿No será entonces que no cabe en los estatutos sociales que mantienen el orden de los pueblos y las grandes ciudades? Es como si pensáramos en el amor como el agua y no como el mar… porque el agua toma la forma de quien lo contiene y el mar está vivo, alberga vida, tiene su propio ritmo, una fuerza indescriptible, acaricia y golpea, calma y destruye… y a pesar de todos los pesares, siempre queremos que nos toque, aunque sea un poquito. Nadie se quiere ir de este mundo sin conocer el mar… nadie se quiere ir de este mundo sin amar.

Fromm describe el amor como un arte que se trabaja, se pule, que no se limita a una sensación placentera o de merecimiento, sino de dádiva, de entrega. ¿Cómo ser dignos de amor o cómo ser dignos de amar? Una letra hace toda la diferencia y una persona también. ¿El amor será una experiencia individual o colectiva?, ¿se necesitan dos o con uno basta? El autor de El arte de amar señala que ningún proyecto o empresa tenga tan claro y seguro el fracaso como lo que socialmente hemos identificado como amor porque todas las sonrisas se desdibujan, todas las pieles adelgazan, todos los cabellos se destiñen y la juventud no se va… la vejez llega. ¿Qué sostiene, entonces, eso que llamamos amor? Una ilusión.

¿Qué sostiene el verdadero amor? Una decisión. La decisión de apreciar la sonrisa, las lágrimas y la rabia, la complicidad del tacto y la intimidad de las miradas, la libertad y transparencia de lo que no necesita ser maquillado, los aprendizajes de los años que nos convierten en mejores seres humanos.

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