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Cada uno de nosotros es dueño de lo que dice (en el mejor de los casos) y cada receptor es dueño de lo que interpreta, no es posible tener el dominio de los demás.

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MARCELA PÁMANES

¿Se llevaron mi paz o ya la entregué? Hay días así, y en la reflexión termino por darme cuenta que sin querer o queriendo vamos colocándonos en esa posición donde quedas en medio de un ir y venir de situaciones que no te pertenecen y quedas involucrado en el rejuego entre las partes actuantes.

Las más de las veces ése que queda en medio es el que sale más dañado, porque al final ronda en la cabeza y pulsa en el corazón la idea que pudo haberse evitarlo, sin embargo, hay una buena cantidad de personas que consideran la omisión como el pecado más grave que pueda existir y prefieren el riesgo que la apatía.

No hacer nada es conceder, no hacer nada es validar, guardar silencio. Es volverte cómplice de hechos que dañan y que son difíciles de reparar.

Siempre he sostenido que quienes nos dedicamos a preguntar como oficio y como ejercicio de vida, no somos jueces, sino vehículos a través de los cuales viajan las dudas, los deseos de saber más, las inquietudes, las congojas de mucha gente y la conclusión no puede ni debe ser la aprobación o la reprobación de un hecho expuesto, porque siempre nos quedaremos cortos en elementos para hacerlo; además, no es lo que nos corresponde.

Sin embargo, también sé que los valores que se portan son expuestos a través de la manera de preguntar, de la elección misma de las interrogantes, del hilo que vas tejiendo en torno a un diálogo que puede construir o destruir. No puedes, por lo tanto, eximirte de responsabilidad o fingir ser víctima.

También se asoma por ahí una sensación de culpabilidad. Entiendo que es el ego que reclama su lugar, haciéndote suponer que la historia gira alrededor de ti, cuando la historia tiene su propio curso y como el agua va encontrado el lugar por donde escaparse. No es tuya, no te pertenece, es una vivencia ajena sujeta a comprobación.

El abordaje de tema difíciles trae consigo el no darle gusto a nadie, pero ¿estamos haciendo lo que hacemos para gustarle a alguien porque se sintió respaldado o porque supuso que por un momento encontró aliados? ¿O el disgusto de quienes se ven afectados o dañados por lo que se revela debería ser sujeto a consideración?

Dicen por ahí que la madurez es ese estado que adquieres cuando puedes ver con anticipación las consecuencias de tus decisiones. Estoy de acuerdo, pero también sé que anticiparse con precisión es difícil. No somos los mismos todo el tiempo, hay circunstancias personales que se entrecruzan; puede ser que un recuerdo de la infancia, una experiencia en las mocedades, vaya haciendo que el pasado y el presente se entremezclen y no se alcance a dimensionar lo que viene luego. En otras palabras, la madurez es un proceso que no tiene fin. Hoy eres dueño de ti mismo y mañana no, por lo que el impulso puede ganar terreno fácilmente y cuando actuamos guiados por ello ya podemos imaginar el resultado.

Cada uno de nosotros es dueño de lo que dice (en el mejor de los casos) y cada receptor es dueño de lo que interpreta, no es posible tener el dominio de los demás. Uno confía en ser asertivo, en utilizar las palabras correctas para expresar las ideas, sin embargo, cuando para mí el rojo es el de la sangre y para ti es el de la rosa, ya se establece una diferencia notable. Aunque el lenguaje es un código establecido, cuando digo amor las connotaciones pueden ser distintas.

Es imposible intentar ser mediador si quedas entre el fuego cruzado, si el ataque es la mejor defensa, si las deudas emocionales se intentan cobrar con la descalificación. Si esto sucede, la posibilidad de la reparación de los daños no es la prioridad y lo que importa es que “mi verdad” se reconozca.

Atravesar el túnel de la intranquilidad también es una decisión que puede ser fluctuante. Por minutos recuperas la paz y por horas regresas a la autocrítica feroz, llena de rechazo a las elecciones que propiciaron la guerra interna. En momentos así intento poner énfasis en mi intención, ratifico los porqués y dejo que fluya el pensamiento taoísta: cuando no sepas que hacer, no hagas nada. 

Y con todo ello ratifico mi compromiso: preguntará aunque extravíe la paz, ya me encargaré de buscarla. 

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