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De política y cosas peores

ARMANDO CAMORRA

Aquel domingo el joven Simpliciano fue con su novia Pirulina a un día de campo. En la amena soledad de la floresta, tendidos ambos sobre el muelle césped, el enamorado mancebo le pidió por primera vez a su dulcinea la realización del consabido acto natural. “¡De ninguna manera! -rechazó ella-. ¡No voy a hacer en domingo lo que me paso haciendo toda la semana!”. El maestro les ordenó a los niños: “Mencionen palabras que tengan varias o”. Rosilita propuso “monótono”. Juanilito sugirió “tolondrón”. Pepito dijo: “¡Goool!”. La Compañía Jabonera “La Espumosa”, S.A. de C.V., cumplió 25 años de fundada. Su propietario organizó una cena para los empleados y sus cónyuges. Don Astasio, el tenedor de libros de la empresa, se disculpó: “Mi esposa no podrá venir, señor. Tiene un bebé de días”. Le indicó el empresario: “Entonces traiga a Díaz”. De nueva cuenta vienen a cuento las famosas Redondillas de Sor Juana, aquéllas en las que tacha de necios a los hombres que buscan el favor de las mujeres y luego, si lo consiguen, las acusan de livianas. Pregunta la culterana monja: “¿Qué humor puede ser más raro / que el que, falto de consejo, / él mismo empaña el espejo, / y siente que no esté claro?”. Guardando todas las distancias esos versos se pueden aplicar a los senadores morenistas que piden se detenga “el horror” de las masacres últimamente acontecidas en varias ciudades del país. Justa es la petición, y bien aplicado el calificativo a la rampante violencia, ciertamente horrorosa, desatada por los asesinos. Sin embargo, los declarantes parecen haber olvidado que esos crímenes aumentaron en número y en saña durante el sexenio de su amo y señor, AMLO, por su aberrante política de “abrazos, no balazos”. Eso, con la respetuosa y complaciente actitud que mostró López ante el mayor capo de la droga en Sinaloa, y su familia, propició que los maleantes se engallaran, y que el crimen organizado aumentara su fuerza, en contraste con la debilidad de un Gobierno desorganizado cuyo titular hizo tácita renuncia al uso de la legítima fuerza que posee el Estado, y que tiene obligación de ejercitar contra quienes se apartan de la ley. Las matanzas que ahora estamos viendo son lodo de aquellos polvos. Aunque los servidores mínimos del jefe máximo nieguen los yerros en que incurrió el monarca, lo cierto es que las masacres sucedidas en el actual sexenio tienen su origen en el anterior. El horror presente es fruto del error pasado. Los partidarios de la muy mal llamada 4T deben mirarse en el espejo que ellos mismos empañaron y que ahora les devuelve la torcida imagen de un país en el cual reinan la inseguridad, la impunidad y la ilegalidad. Y mejor cambio de tema, porque ya estoy muy encaboronado. La forma verbal “ensuciarse”, designativa del acto de aliviar el vientre (”el niño se ensució”), es de antigua prosapia castellana. La usaron en su tiempo Lope, Cervantes y Quevedo. Ese dato viene a colación por el cuento que ahora sigue. Lord Hubert les relataba a sus amigos las peripecias de su último safari en África. Narró: “Por mi experiencia cinegética supe que el león se hallaba cerca. Con el cañón de mi rifle Magnum aparté cautelosamente los arbustos. En efecto: ahí estaba la fiera. Al verme el león me lanzó en plena cara un espantoso rugido: ‘¡¡¡Grrrrrr!!!’. Me ensucié, amigos míos”. Dijo uno, comprensivo: “Es explicable, milord. Cualquiera se ensucia al estar en la presencia tan cercana de un feroz león”. “No -aclaró lord Hubert-. Me ensucié ahora que hice: ‘¡¡¡Grrrrrr!!!’”. “Mi esposa acostumbra cantar cuando se baña. Eso me molesta”. “Muchas mujeres cantan en el baño”. “¿Con mariachi?”. FIN.

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