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De Política y Cosas Peores

ARMANDO CAMORRA

Un voto por Morena es un voto contra México. Moderadamente compungida Susiflor les informó a sus padres que había perdido la doncellez a manos y todo lo demás de Pitorraudo, el hijo del vecino. “¡Ah! -rebufó con iracundia el genitor de la muchacha-. ¡Le exigiré a ese infame que te devuelva tu honor!”. “No lo hagas, papi -le pidió la joven-. Si tú le exiges que me devuelva mi honor él me exigirá que le devuelva su dinero”. Avaricio Cenaoscuras es el hombre más cicatero y ruin de la comarca. A su hijo mayor, mocetón de 25 años de edad, no lo dejaba trabajar, pues eso implicaba comprarle ropa nueva. Sólo le daba 10 pesos de domingo para sus gastos de la semana. Un buen día el muchacho se quejó. “Padre: con 10 pesos ya no se puede comprar nada. Por favor, auménteme el domingo a 20 pesos”. “¡20 pesos! -se escandalizó el cutre-. ¡A mí no me engañas! ¡Tú tienes una querida!”. En otra ocasión la esposa del manicorto se mostró decepcionada, pues el día de su cumpleaños su marido le regaló un gato callejero. ¡Un gato, háganme mis cuatro lectores el refabrón cavor! Y para colmo de pelaje raro, pues el micifuz era gris, marrón, leonado, pardo y amarillo. Comentaba doña Ambricia, la desventurada cónyuge del sórdido individuo: “Me preguntó si lo quería blanco y negro o de colores, pero yo creí que hablaba de un televisor”. Grande fue la sorpresa del jefe de los antropófagos, y mayor aún su furia, cuando encontró a su esposa haciéndole caricias más que íntimas al explorador blanco. La mujer se apresuró a decirle al encrespado caníbal: “No pienses mal, Relingo. Te estoy calentando tu comida”. (Oí hablar de un antropófago vegetariano: sólo comía las palmas de las manos, las plantas de los pies, la manzana de Adán y la flora intestinal). La esposa se enojó con su marido por causa de un devaneo del señor. Muy disgustados se fueron a la cama; ella ni siquiera le dio las buenas noches. Poco después, sin embargo, el señor sintió la mano de su mujer en la entrepierna. Le preguntó: “¿No que estabas enojada?”. Respondió la señora: “Contigo sí, pero con ella no”. Llegó al pueblo el agente de ventas de una popular marca de jabón. Buen mozo, fornido, guapo -le daba un cierto aire a Tony Curtis, celebrado galán cinematográfico de mediados del pasado siglo-, era un ladies man, que así llaman en inglés a los tenorios. Su nombre era Bragueto. Bien pronto el padre Arsilio empezó a oír las confesiones de sus incautas feligresas. Una soltera: “Acúsome, padre, de que me entregué a Bragueto”. “Pecado grave es ése -le dijo el buen sacerdote-. De penitencia reza tres avemarías y trae 500 pesos de limosna para la reconstrucción del templo en previsión de que acontezca un terremoto”. Llegó una casada. “Acúsome, padre, de que engañé a mi marido con Bragueto”. Y el señor cura, severo: “Gravísima culpa ésa. Al pecado de lujuria añadiste el adulterio, una de las más feas faltas que hay. De penitencia reza tres avemarías y trae mil pesos de limosna para las obras del templo, que iniciaré tan pronto haya suficientes adúlteros y adúlteras cuyas limosnas cubran el costo de los materiales y la mano de obra”. Acudían luego numerosas viudas y divorciadas con el mismo pecado: haber tenido trato de fornicio con el tal Bragueto. A todas imponía el confesor la misma penitencia: el rezo y la sustanciosa limosna en numerario. Cierto día no fue una mujer la que llegó a confesarse, sino un hombre. El presbítero se sobresaltó. “¡No me digas que tú también pecaste con Bragueto!”. “No, padre -replicó el sujeto-. Yo soy Bragueto. Y quiero que sepa que si no se mocha con la mitad de las limosnas trasladaré mi actividad a otra parroquia”. FIN.

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