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De Política y Cosas Peores

ARMANDO CAMORRA

“ ¡Te amo, Corita!” -le dijo el vehemente galán a su dulcinea en el campo nudista. Respondió ella bajando la vista: “Por lo que estoy viendo lo que sientes por mí no es amor, sino puro deseo”. (En fabla de confesonario se llama “tumefacción” o “conmoción” a lo que lisa y llanamente es erección). “Vengo a registrar mi candidatura a diputado”. “¿Tiene usted antecedentes penales?”. “¿Qué es requisito?”.”Está bien que te llames Toro Sentado -le dijo la mujer del jefe indio a su marido-, pero también hay otras posiciones”. El agua que brota del pozo en El Temporalito no sabe a gasolina: sabe a gloria. El Temporalito es un predio en el rancho del Potrero. Está en alto, y mira al alto monte llamado de Las Ánimas porque tiene dos picos separados por una gran distancia. En teología de pueblo se conoce como “el ánima sola” a la que en el purgatorio debe purificarse entre las llamas antes de merecer entrar al Cielo. Yo he visto una imagen del ánima sola en una iglesia de las de antes del Concilio, ésas que por sus altares y retablos con cuadros y efigies de vírgenes y santos parecen templos, no salones de eventos o bodegas. Todos decían que en El Temporalito no había agua, de ahí su nombre, pues en él la siembra era de temporal, vale decir confiada al precario milagro de la lluvia. (En aquellos años, los de mediados del pasado siglo, se decía que había tres modos de ser pendejo: sembrar de temporal, comprar billetes de la Lotería y votar por el PAN). “No hay agua en El Temporalito”, aseguraban todos, incluso don Abundio, que en el rancho tiene el título de “la esperencia”, o sea la experiencia, el que más sabe de las cosas del lugar. Yo siento un gran respeto por la experiencia, aunque -necio que soymuy pocas veces sigo sus consejos. Así, desoyendo el de todos, llevé al Temporalito a mi buen amigo Sergio García, conocido desde sus años de estudiante en la Escuela Superior de Agricultura “Antonio Narro” con el mote de “La liebre”, y que tiene el raro don de sentir el agua bajo sus pies, y hablar con ella. “Claro que hay agua aquí -me dijo después de caminar, silencioso, por el terreno-. ¿Qué no la oyes? Nos está llamando”. Añadió luego que el agua no era mucha, pues su voz era queda. “Sacarás una pulgada y media, cuando mucho, pero será agua buena”. Su vaticinio se cumplió. Otro excelente amigo, Poncho Garza, fue con su máquina perforadora, y a los 70 metros hizo salir un chorro de agua cristalina que nos premió con su claridad y su frescura por haberla sacado a ver la luz. De esto hace ya dos décadas. Ahora lo que era sólo un terreno de secano es un pequeño bosque de pinos piñoneros cuyo rosado y dulce fruto gozarán los hijos de mis nietos, si es que las cotorras serranas acceden a compartirlo con ellos. Toda agua, lo mismo la que cae del cielo que la brotada de los senos de la tierra, es agua bendita. Contaminarla en cualquier forma es un pecado, y un pecado mortal. Razón tienen entonces los vecinos de un populoso sector de la Ciudad de México al protestar porque el agua que beben sabe a gasolina, y para colmo a gasolina de no muy buena calidad. La autoridad de esa alcaldía debe apresurarse a resolver el problema. El hecho de que esté arriesgando su futuro político es lo de menos. Lo de más es que su tardanza en resolver este problema pone en grave riesgo la salud de sus gobernados. La niñita oyó a su papá decir que su secretaria era una muñequita. Le preguntó, curiosa: “¿Y también cierra los ojos cuando la acuestas?”. El sacerdote maya les indicó a sus compañeros: “En adelante las doncellas serán para nosotros. A los dioses del cenote les arrojaremos unas galletitas”. FIN.

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