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Culpar a presidentes no soluciona nada

JOSÉ SANTIAGO HEALY

Con cierta frecuencia analistas y medios mexicanos exponen argumentos sobre el narcotráfico y el crimen organizado que en nuestra modesta opinión son débiles y algunos evidentemente falsos.

Quienes hemos vivido en el noroeste del país sabemos por diversas experiencias que los capos de la droga sentaron sus reales desde hace muchas décadas en los estados de Sinaloa, Sonora y posteriormente en Baja California.

Algunos expertos hablan de que los cultivos de estupefacientes -en especial mariguana, amapola y opio- iniciaron en el triángulo dorado de Sinaloa, Sonora y Durango, a partir de la Segunda Guerra Mundial.

En aquellas décadas no existía el nivel de violencia de hoy en día, pero sí el trasiego constante de drogas de México hacia los Estados Unidos. En años recientes el tráfico de cocaína, junto a la producción de mentanfetamina y fentanilo, han superado el negocio de los cultivos.

Recuerdo bien la "Operación Cóndor" que el gobierno de Luis Echeverría llevó a cabo en Sinaloa en la década de los 70 y que provocó cientos de muertes pero también decomisos importantes de droga.

En 1974 viajamos a Culiacán, Sinaloa, a un torneo deportivo y cada madrugada unos 30 policías federales que se hospedaban en nuestro hotel, salían presurosos y armados hasta los dientes a realizar sus pesquisas.

Después nos enterábamos de balaceras y sensibles bajas en ambos frentes de la contienda.

En una ocasión comíamos plácidamente en un restaurante del centro cuando se escucharon detonaciones muy fuertes, uno de los meseros gritó a pulmón abierto a los comensales: ¡Todos al suelo, es una balacera!

Estuvimos unos segundos pecho a tierra, muertos de miedo, cuando el mismo mesero se levantó y con voz ya relajada espetó: "Pueden levantarse, era el escape de un camión".

En esas regiones del país y seguramente en otras como Guerrero y Michoacán, el crimen organizado ya existía y hacía de las suyas.

En los años 80 varios carteles se fortalecieron ante la irrupción de la droga de moda la cocaína y su asociación con los narcotraficantes de Colombia.

En Guadalajara se registraron varios sucesos sangrientos incluyendo un bombazo al prestigiado hotel Camino Real, esto provocó que un grupo de editores pidiera al presidente Miguel de la Madrid su intervención para frenar la escalada de violencia.

De la Madrid envió a un alto militar de toda su confianza a enfrentar al narco, los resultados fueron en principio sorprendentes pero al paso de los años la complicidad ganó la partida.

Carlos Salinas realizó varios intentos para someter al crimen organizado cuando en Sonora el narco se apoderó de Caborca y de las fronteras, el paso de drogas era intenso y la violencia vino en aumento en Nogales, Agua Prieta y San Luis Río Colorado.

Lo mismo ocurría en Baja California, en especial Tijuana, ciudad que se convirtió en la sede del cártel Arellano Félix, gracias a su vecindad con California, el estado más rico de Estados Unidos y el mayor consumidor de drogas.

Por lo anterior resulta erróneo por no decir falso atribuir la crisis de violencia que vive México a la llamada guerra contra el narcotráfico iniciada por el presidente Felipe Calderón. Hay quienes añaden a Vicente Fox como culpable porque no hizo lo suyo en su régimen.

Vivíamos en Tijuana cuando Calderón emprendió su batida y a decir verdad logró resultados sorprendentes, el problema fue que los siguientes gobiernos no continuaron con la tarea, en especial el de Peña Nieto quien tiene mucha culpa del estado actual del país.

Calderón tuvo grandes pifias como la de contratar a Genaro García Galindo, pero al menos en Baja California designó a un valiente militar que enfrentó al narco sin temores ni reservas.

El crecimiento desorbitado del narco en México y la violencia tiene que ver con las fallidas estrategias de los gobiernos federales en los últimos cincuenta años, pero también con la impunidad, la corrupción del sistema policiaco y judicial, amén de la complicidad de una parte de la sociedad mexicana.

El diagnóstico, pues, debe ir más a las raíces y no quedarse en culpar a uno o dos presidentes del desastre de seguridad.

Esto sin ignorar que el gobierno de López Obrador pasará a la historia como el más inepto y complaciente de la historia, sin embargo hay que reconocer que heredó el problema multiplicado.

Apenas lo atacó por encima y jamás quiso o no pudo llegar al fondo. La creación de la Guardia Nacional es un acierto pero no se avanzará si policías municipales y estatales siguen bajo el mando del crimen organizado.

Esperamos que tanto Claudia Sheinbaum como Xóchitl Gálvez y Jorge Álvarez no caigan en el error de culpar solo a presidentes de la violencia cuando se trata de una compleja situación que comenzó a gestarse hace por lo menos 50 años y como tal requiere de un plan estratégico con acciones inmediatas y con resultados sólidos a corto, mediano y largo plazo.

Se necesita reinventar un sistema de seguridad nacional que realmente funcione y que no esté sujeto a los cambios sexenales de presidentes y partidos políticos.

A grandes males, grandes remedios. No aceptemos planes sobre las rodillas y menos los populistas que prefieren echar tierra a su alrededor y luego esconder la cabeza.

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