EDITORIAL Caricatura Editorial columnas editoriales

Cuando el día se hizo de noche

Carlos Castañón Cuadros

Asombroso, magnífico, impresionante. En una palabra: extraordinario. Así se vivió el eclipse total de sol. Esa maravilla astronómica, nos permitió, quizás por una vez en la vida, conectarnos con algo mayor. Si bien, un fenómeno que desde los babilonios tiene explicación, sus efectos trascienden el conocimiento. No se trata sólo de la razón, sino de cómo los cuerpos celestes, generaron tantas percepciones y tantas sensaciones. Escuché con atención el testimonio de un joven de veinte años que me platicó su experiencia con el eclipse. "Ya iba de salida en mi moto rumbo al trabajo, cuando me percaté que en esos momentos era la hora del eclipse. Me asusté y me regresé a mi casa hasta que pasó la oscuridad". Otra persona me compartió que pidió no ir a su trabajo. Me dijo con temor, "ese día no quise salir". Hay mucho de contemporáneo, en ese antiquísimo libro, La Odisea, donde Homero refiere la terrible oscuridad del dios Erebo como efecto del eclipse. Al final de esa historia, nadie cree la predicción Teoclímeno, hasta que "el sol ha desaparecido del cielo y se ha extendido funesta niebla".

Previo al eclipse, miles se reunieron en sitios públicos como el Bosque Urbano, la Plaza Mayor de Torreón, el cerro de las Noas y el estacionamiento del estadio del Santos, por mencionar algunos lugares. La expectativa era mayor, y como muchos, leímos recomendaciones, guías y otras referencias. Pero nada se compara con lo que vino después. El precioso momento en que el día se hizo de noche. Y aunque el día amaneció nublado, como los días previos, llenos de furiosas tolvaneras, llegó la hora en que los astros se alienaron y el cielo se despejó. Una ventana directa se abrió en el momento exacto. Son las 12:12, mientras los chanates y las palomas regresan tranquilas a dormir. Mi gato salió una y otra vez al jardín, insistiendo como un perro. Tampoco quiso que nadie le contara nada. Él se arrogó el derecho a salir. En el piso, las hojas del limón filtraron los rayos en forma de docenas de lunas. Cuánta belleza, en tan pequeños detalles. En balde quise tomar fotografías; mejor preferí ver.

Antes de ese lapso oscuro de cuatro minutos y 10 segundos, venía a lo lejos, como en los escasos días que cae un aguacero, el horizonte imponente, oscuro, oscuro. Rápido avanzó hasta cubrir todo. Durante el momento exacto, se escucharon gritos y exclamaciones. Imponente, la luna cubrió el sol. En la plaza muchos se abrazaron, aplaudieron y hasta lloraron. Por unos minutos, la inmensidad nos llenó de alegría, curiosidad y temor. Entonces, la sensación de ver tanta belleza, para algunos aterradora, nos llegó a lo más íntimo. Varias horas después, ya por la noche, no terminé de cavilar lo que vimos en el cielo. Sin duda, la inmensidad rebasa el pensamiento.

A medio día, palpamos esa luz, que tal vez no volvamos a ver, y que antes no había visto. Ese destello que llenó nuevamente la oscuridad con claridad inusitada. Entre luz blanca y amarilla, pero nada comparable a lo que solemos ver diariamente entre los días y las noches. Entonces, recordé esas cosas únicas, cuando en la madrugada mi padre nos llevó a las afueras de la ciudad para ver el paso del cometa Halley en 1986.

Pocas cosas recordamos tanto, como el día de una boda, el nacimiento de un niño, o ese enorme regalo de presenciar un eclipse. En medio de la oscuridad, aparecieron las perlas de Baily, visibles a simple vista.

El ocho de abril quedó en la memoria, como el día en que vivimos dos días. Por espacio de cuatro minutos, hasta el más despistado, se conectó con la enormidad astronómica. Si la vida nos lo permite, la próxima cita será el 30 de marzo de 2052.

@uncuadros

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

TE PUEDE INTERESAR

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 2288864

YouTube Facebook Twitter Instagram TikTok

elsiglo.mx