Hace algunos años, me encontraba con mi familia en una reconocida cafetería de Polanco en la Ciudad de México, en la mesa contigua se encontraban dos personajes de la TV cultural de México y un argentino que al parecer era escritor ya que conversaban sobre su último libro, su emotiva charla por momentos catártica y llena de carcajadas que resonaba en aquel pequeño salón hipsteriano, en el que se servía por cierto muy buen café. No pude dejar de escuchar que se trataba de un libro sobre el cambio climático y me interesé en su charla, me convertí así en una oreja que no podía distinguir ni la orientación del libro ni la posición de ellos frente al cambio climático. Fue hasta que uno de ellos, el más rechoncho y calvo que había hablado poco pero que comía ávidamente los panecillos que se encontraban en el centro de la mesa, que dijo, con determinación y con esa solemnidad casi aristocrática que sólo los intelectuales emplean: la humanidad siempre ha necesitado de algo a que tenerle miedo, por eso se ha inventado un montón de cosas cómo los cuatro jinetes del apocalipsis del Nuevo Testamento de la Biblia, entre muchos otros ejemplos, de hecho, cada sociedad en sus diferentes épocas ha tenido su propio invento.
Los demás asintieron y tocó el turno al escritor que aún con migajas de pan en aquel gran bigote de Morsa comentó: mi libro es el resultado de un informe que elaboré para una fundación que me pagó para viajar por todo el mundo en busca algo destacable sobre el cambio climático, después continuó con un gran choro que me hizo perder de plano mi interés de oreja metiche.
Aquel acontecimiento había ocurrido algunos años antes de la pandemia. Había visitado la librería Gandhi en donde compré un libro en el que se evaluaban los resultados de los primeros diez años desde la creación en 1992 de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC), que es el Foro multilateral de toma de decisiones sobre el cambio climático, al que asisten la mayoría de los países. En este Marco la Organización de las Naciones Unidas, organiza cada año una conferencia conocida como la conferencia de las partes (COP), en realidad se organizan tres COP la del Calentamiento Global y Cambio Climático, la de la Pérdida de Biodiversidad y la de Desertificación, pero la que atrapa la atención mundial es la primera, la de medioambiente. Obviamente, por los riesgos que implica el cambio climático para la humanidad y para toda la biosfera en su conjunto. Previamente se había creado en 1988 lo que se convertiría en el brazo técnico científico de la CMNUCC, cuyos informes dan contenido a las Conferencias: el IPCC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático).
Durante los últimos 31 años, hemos leído no sólo siglas y acrónimos nuevos, también conocimos sobre plazos para mitigar las causas del calentamiento global, y de temperatura tope para evitar una catástrofe a escala planetaria.
Destaca un extenso periodo que inició en 2005 cuando entró en vigor el protocolo de Kioto que pretendió poner en funcionamiento la CMNUCC, comprometiendo a los países industrializados a limitar y reducir las emisiones de gases de efecto de invernadero (GEI) de conformidad con las metas individuales acordadas. Huelga decir que no obstante que dicho protocolo se extendió hasta 2020, los resultados principales de reducir y limitar los GEI, no fueron exitosos, de hecho fue un fracaso, aunque es en este periodo en el que se logró un nuevo acuerdo en la reunión de Copenhague, en el que se reconoce, oficialmente y por primera vez, la necesidad de reducir a 2 grados centígrados el aumento de la temperatura de la tierra hacia 2050, considerando las temperaturas pre revolución industrial, aunque no se incluyó la obligación de reducir las emisiones para lograr este objetivo, ésta fue la decepción de Copenhague.
Aun dentro del periodo extendido de Kioto, en 2015 se adoptó el acuerdo de París, en el que se logró un tratado internacional jurídicamente vinculante que cubre todos los aspectos de la lucha contra el cambio climático, tanto la mitigación como la adaptación y los medios de implementación, mucho optimismo se desprendió de este acuerdo, pero a la postre nada bueno ha sucedido y, aunque en este acuerdo se matizó el acuerdo de Copenhague reduciendo el aumento de la temperatura a 1.5 grados centígrados hacia 2050, en comparación con los niveles preindustriales.
La condición sine qua non para que esto se mantenga así, o no se llegue a las temperaturas mencionadas es la reducción de los GEI, pero, para darnos una idea de cómo están realmente las cosas veamos cómo estaba la concentración de dióxido de carbono en el año 2016, apenas un año después del acuerdo de París: la concentración de dióxido de carbono superó las 400 partes por millón. Antes de la revolución industrial era de 280. Algunos científicos han realizado comparaciones y han encontrado que concentraciones similares se presentaron hace 4 millones de años, en el Plioceno, la temperatura media del planeta era entre 2 y 3 grados superior a la actual, suficientes para derretir los glaciares de Antártida o de Groenlandia y aumentar el nivel del mar por lo menos 6 metros si no es que más.
¿Hasta dónde el cambio climático actual nos aproximará a esas condiciones del Plioceno?
De acuerdo con el IPCC la actual tendencia de las emisiones conducirá a un calentamiento global de 3.2 grados centígrados hacia 2100, lo cual supondría consecuencias catastróficas.
Luego entonces, los tres alegres compadres de Polanco están equivocados.