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Benita y la elección del poder judicial

Diego Petersen Farah

or qué nadie quiere participar en la elección del poder judicial, se preguntan Sheinbaum, Zaldívar y Fernández Noroña? ¿Por qué no hay filas de jóvenes engominados queriendo ser las Benitas y Benitos Juárez del futuro? Quizá esta historia ayude a entender.

Supongamos la existencia de una joven, en Guaymas, Sonora, casualmente de nombre Benita, que está pensando en inscribirse. La abogada, que acaba de cumplir los 30, cree que ella puede ser una buena jueza federal. Aunque nunca ha sido muy entusiasta de estudiar las leyes, cree en la justicia y le duele cuando ve a una persona arrollada en los tribunales por el simple hecho de ser pobre.

Como buena abogada, lo primero que revisó fue la legislación electoral. ¡Uff! Sorpresa: no hay reglas para esta elección. ¿Cómo es posible, pensó la abogada, que la inscripción al proceso se cierre antes de que se emitan las reglas de competencia? Sin embargo, Benita no se deja desanimar por ese nimio detalle, pues confía ciegamente en que los diputados y senadores harán reglas justas. Revisa entonces cuáles son las normas generales en la Constitución y lo que ha dicho el INE.

Los candidatos no podrán hacer campaña y los partidos políticos quedan excluidos de la elección, lee la joven. Su primera reacción es de júbilo: ¡habrá piso parejo! Sin embargo, cuando lo piensa dos veces se da cuenta de que, en realidad, lo que no hay es piso: si no puede hacer campaña, cómo le hará para obtener votos. Lo que le permite la ley es ir casa por casa, recorrer todos los domicilios de su distrito judicial. Ella no es muy buena con eso de los números, así que recurre a la calculadora del celular. Según el último censo en Sonora hay poco más o menos 875 mil viviendas, cerca de 300 mil en su distrito judicial. Si visita cien casas diarias, tres mil días puede recorrerlas, es decir necesita ocho años y solo son 60 días de campaña. No, no es una buena estrategia, concluye la brillante joven promesa de la justicia. Lo mejor será ir a medios de comunicación y tratar de convencer a los votantes de que ella es la mejor a través de anuncios y entrevistas. ¡Ups!, tampoco se puede. El INE ya dijo que todos coludos o todos rabones, así que los tiempos oficiales se repartirán por igual. Piensa entonces en pedir apoyo a una prima que, como dijo el presidente, al parecer tiene dinero, para hacer buenos y convincentes spots. Riiing, suena de nuevo la alarma: la ley prohíbe recibir apoyos públicos o privados, cada uno se rascará con sus propias uñas. Así pues, si ella quiere participar en la elección tiene que dejar su trabajo para hacer campaña, pagar la producción de los anuncios con su dinero, y hacer su propio grupo de representantes, con costo para ella, para cuidar sus votos en 1,200 casillas. La joven abogada llega a la conclusión de que la única forma de competir en esta elección es violando la ley, comprando votos o con un padrino en Morena.

Benita, que sigue creyendo en el derecho, va al lavabo, se moja la cabeza, se quita el peinado engominado a lo Juárez y decide no participar.

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