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Recuerdos de una vida olvidable

¡Ay, qué dolor!

MANUEL RIVERA

Tal vez no debería decirlo, pero señalo al periódico El Siglo como el culpable de este intento de artículo editorial, que inició recordando el numeral 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, donde se afirma que la libertad de opinión y expresión es un derecho que incluye el de no ser molestado por esas manifestaciones.

Publicar recientemente que el uranio es el nuevo contaminante del agua subterránea de La Laguna que se añade al arsénico y que en Coahuila aumentan los casos de cáncer cervicouterino y de mama, me remitió no solamente al pasado en el que me dediqué a escribir discursos para que mis patrones diseñaran su propio mundo y reclamaran admiración por ello, sino que obligó a preguntarme si las instituciones del Estado y los gobiernos que las administran tienen un fin superior al de contribuir a que las personas alcancen el bienestar, cuyo componente principal es la salud.

Mis mensajes partían de la información que se me daba y aceptaba era verdadera. Por supuesto trataba de revisar sumas y porcentajes, distinguir entre anhelos y hechos, y retirar exageraciones o promesas evidentemente incumplibles.

Pero como me lo sentenciaron algunas malquerientes, "todo se devuelve". Un mal día atestigüé en Zacatecas el accidente que sufrió mi hijo cuando un caballo cayó sobre él y, de paso, golpeó mi oficio.

Debido a que recientemente había construido un discurso sobre la modernidad del Hospital General, mensaje que a más de uno trasladó a Houston y hoy lo ubicaría en el mismo centro de Dinamarca, de inmediato llevé al accidentado a ese nosocomio.

"No hay nadie atendiendo, pero si quiere entre y en ese cuarto vea si hay alguna silla de ruedas, para que lo baje", me dijo el vigilante. El lesionado y yo estuvimos unos minutos en el área de urgencias, suficientes para entender el engaño a la población en el que yo había sido copartícipe involuntario. Afortunadamente pronto encontramos ayuda en otro hospital.

Después de más de 10 años, en pleno 2024, viví una situación parecida en la sede de Tesla y de lo Nuevo, el estado de Nuevo León, supuestos atributos que lejos de causar risa deberían recordar el valor de la humildad.

La semana pasada acudí a dos centros de salud en el municipio de García, dependientes de la secretaría estatal del ramo, visita infructuosa para la persona que con una herida menor trasladé para ser atendida, pero experiencia ilustrativa para mí, pues aun sabiendo que no se trató de una muestra estadísticamente válida, sí me dio un indicio de la desvergüenza y falta de humanidad como constantes en el ejercicio de algunos reyes de la primavera, que conciben la administración pública como la oportunidad que brindan para ser venerados, no como una acción cuyo fin último es el bienestar de las personas.

Lo escuchado en ese transitar en la insensibilidad describe mejor el caso:

"No hay doctor", "este centro no le corresponde", "hable con el jefe" (no estaba), "saque su carro porque los doctores se enojan cuando entran a su estacionamiento" (no había un solo médico, me dijo la señorita a la que pregunté dónde me correspondería morir en caso de emergencia; el aparcamiento, este sí, seguramente era más amplio que muchos en Dinamarca), "el procedimiento dice que primero hay que encontrar el perro que mordió" (el can, además de callejero, vive en un país donde ni la búsqueda de humanos es prioritaria) y "¿seguro de que es por aquí?" (pregunta lógica ante la ausencia de señalamientos y circulación sobre terracerías debido a "calles" intransitables).

Tales expresiones me hicieron evocar cuando sentía sobre mi persona miradas que me reconocían como "estúpido" o "soñador", cuando en algunos cuartos de guerra señalaba que ni portadas en revistas para regocijo del ego del jefe ni anuncios "disneylescos", serían más efectivos que atender a la gente que sufría problemas de salud.

Periódico El Siglo: ¿por qué advertir sobre lo importante cuando es tan cómodo seguirlo ignorando?

¿Por qué no me esforcé para ser un saludador rey de la primavera, abriendo los ojos para disfrutar la adulación y cerrándolos frente a la realidad? ¿Es más inteligente quien usa a los otros para beneficio propio o quien ni los usa ni se beneficia de ellos?

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Escrito en: Recuerdos de una vida olvidable Columnas Editorial Manuel Rivera

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