Desde diferentes medios de difusión nos enteramos de los avances del proyecto Agua Saludable (ASL), de lo que más sabemos es que un gran esfuerzo de bombeo del agua desde la fuente hasta la planta de tratamiento se ha terminado (bien o mal, no sabemos, el tiempo lo dirá) luego de ser tratada el agua nuevamente se bombea hasta los sitios de almacenamiento desde donde se volverá a bombear para lograr su distribución en las sedientas ciudades.
El uso del bombeo en todas las etapas del proyecto nos indica un gran gasto de energía y seguramente uno de los costos de operación del proyecto más significativos será el consumo de electricidad.
Este enorme consumo de energía está relacionado con grandes emisiones de gases de efecto de invernadero. Pero esto no ha sido una preocupación de quienes tomaron la decisión de “taparle el ojo al macho” con este proyecto.
Si bien la descripción anterior aparenta un proyecto sencillo, en realidad no lo es. Se trata de un proyecto de alta complejidad que enfrenta diferentes desafíos: quizás el más complicado y costoso, pero también de los más importantes es el de la distribución, esto es, que finalmente llegue el agua potable y sin contaminantes a las llaves o grifos de nuestras casas, lo cual se ve complicado debido, por un lado, a la anticuada infraestructura hídrica de los sistemas municipales y, por otro, a las deterioradas tuberías y válvulas de los mismos.
El resultado obvio de la desmesura del deterioro de los sistemas es la pérdida del agua a través de fugas, la cual, a nivel global, según el Banco Mundial es de 8.6 billones de galones al año, divididos en una relación 60:40 entre los países de bajos ingresos y de altos ingresos respectivamente. Pues sí, no somos los únicos que vivimos en una ciudad descuidada y mal planeada, pero, ya saben, consuelo de muchos… El punto es: si la situación es tan grave entonces lo que procede es el reemplazo total de las tuberías.
¿Es esto económicamente posible? Y ¿si no es por este camino? ¿Entonces por cuál? Cito nuevamente un documento de Paul Hawken en el que después de hacer un análisis de una situación como la que se describió antes, opina: “mejorar la eficiencia de la distribución del agua depende en gran medida de las prácticas de gestión” en este tema continúa diciendo “la presión es importante” “si hay mucha presión el agua busca formas de escapar, si es muy poca, las tuberías de agua pueden bloquear el servicio”.
Lo que entiendo del análisis de Hawken es que la identificación de las fugas de agua es clave y que en esta tarea el uso de sensores y software deberán ser parte de las prácticas de gestión.
El autor cita dos casos exitosos en el tema: el de un grupo de Ingenieros ingleses que desarrolló metodologías y técnicas para reducir las fugas de agua, que se aplicaron más allá de la Gran Bretaña. El otro caso ocurrió en Manila Filipinas, ciudad en donde las pérdidas de agua por fugas andaban cerca del 50%. En esta Capital, se logró reducir con éxito las pérdidas a la mitad y se pudo dar el servicio a 1.3 millones de personas adicionales, con un suministro de 24 horas a casi todos. Lo que se haya hecho en Manila debe estudiarse.
Ningún proyecto como el de AS puede funcionar sin tener resuelto el reto de la distribución. Reducir la brecha entre el agua que entrará a los sistemas municipales y la que logre salir de la llave o grifo tendría que ser una de las metas del proyecto. No está nada sencillo pero no es tampoco un pretexto para darle entrada a los vientos privatizadores del agua.
En Manila Filipinas, al reducir con éxito sus pérdidas a la mitad, la empresa de agua pudo prestar servicio a 1,3 millones de personas adicionales y lograr un suministro de veinticuatro horas para casi todos. A la fecha, son pocas las historias de éxito.