El roble es un símbolo. Está situado delante de la Casa de Juntas de Guernica en el País Vasco. Fue conservado porque representa la libertad de los vizcaínos. Bajo su sombra se celebraban las asambleas de las Juntas Generales a las que acudían representantes de los diferentes municipios. Eran tiempos de la edad media y primaba un orden y una organización feudal. Sin embargo, en este lugar simbólico los participantes juraban respetar la voluntad del pueblo.
Antiguamente se celebraban los casamientos allí y muchos comerciantes que pactaban contratos realizaban los pagos poniendo al árbol como testigo irrefutable.
El roble actual se plantó en el 2005, es un retoño descendiente del original que data del siglo XIV y se va transmitiendo a las siguientes generaciones como un alma impregnada de sentido.
Durante el bombardeo de 1937, en la guerra civil española, los franquistas tenían un objetivo: destruir ese ícono de rebelión y autonomía. Se echó a correr el rumor durante la invasión a la ciudad que los soldados cortarían el árbol con hachas.
Sin embargo, la realidad urde sus resultados de manera misteriosa, las bombas no dieron en el blanco y un grupo de vascos armados rodearon el lugar para evitar que fuera dañado.
A través de la historia los hombres construyen sus símbolos y se identifican con los valores que representan. Estos sentimientos trascienden más allá de los estandartes porque son verdaderos.
¿Cuál es la razón por la que tienden a perpetuarse?
Los hombres son capaces de vivirlos, no sólo trascender en sus elementos simbólicos. Por eso el árbol o lo que quede de él, significa nada menos que la libertad para los vascos, no es sólo un retoño de su historia.
Los símbolos por sí mismos no tienen valor, tienen el valor que les dan las personas.
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