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Vámonos con Pancho Villa, mirada crítica de la Revolución

Esta película, considerada en su momento la mejor del cine mexicano, ofrece una mirada crítica de la Revolución, presentando el absurdo del conflicto armado y de la idealización del caudillo por parte de sus soldados.

Vámonos con Pancho Villa, mirada crítica de la Revolución

Vámonos con Pancho Villa, mirada crítica de la Revolución

RAÚL MORA

En una mañana tumultuosa, en el comedor del rancho de Don Tiburcio Maya, un grupo de hombres discuten la importancia de unirse a la Revolución, hartos del abuso de poder de las autoridades. Están convencidos de que la mejor decisión es unirse al ejército de Pancho Villa. Los inseguros terminan de convencerse y entonan el icónico corrido revolucionario La Valentina: “Si me han de matar mañana, que me maten de una vez…”

Desde la primera escena, Vámonos con Pancho Villa (1936) logra conjugar lo individual con lo colectivo. Muestra tanto el clima social y los valores de la época, como las necesidades personales de sus protagonistas. Posee la complejidad necesaria para entender aquel conflicto bélico y para no juzgar a los personajes, sino acompañarlos en una batalla donde los aliados se volvían enemigos en cualquier momento.

El filme es una adaptación de la novela homónima de Rafael F. Muñoz; el guión fue escrito por el mismo director, Fernando de Fuentes, y el poeta Xavier Villaurrutia. Cuenta la travesía de seis campesinos que se unen a las filas del ejército de Pancho Villa, quien los apoda “Los Leones de San Pablo”. Narra sus hazañas durante combates clave de la guerra revolucionaria y muestra cómo poco a poco la desilusión por el conflicto armado va apareciendo en ellos.

Esta obra es una pieza fundamental dentro del cine nacional, encabezando la que fue alguna vez la única lista de las mejores películas mexicanas, hecha por la revista Somos, resultado de la votación de voces importantes de la industria. Fue pionera como superproducción mexicana al implementar técnicas propias de Hollywood; entre ellas el uso de cámaras Mitchell, la sonorización sincrónica y un laboratorio de corrección gamma. También obtuvo un gran apoyo del gobierno del entonces presidente Lázaro Cárdenas, que proporcionó caballos, soldados verdaderos y trenes militares.

Fernando de Fuentes demostró una gran capacidad técnica para coordinar todos esos recursos usados por primera ocasión en el país, logrando una obra de buen ritmo que, aun bajo los estándares actuales, puede disfrutarse. En su momento, sin embargo, esto no fue suficiente para salvar el proyecto del fracaso en taquilla. La incapacidad para recuperar la inversión de un millón de dólares (cantidad descomunal para aquella época) hizo quebrar a los estudios C.L.A.S.A., siendo esta su primera y última producción.

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UNA MIRADA CRÍTICA Y MATIZADA

De Fuentes ya contaba con dos obras sobre la guerra revolucionaria: El prisionero trece y El Compadre Mendoza, ambas de 1933. Estas dos películas evitan mostrar el combate para enfocarse en las cuestiones políticas y sociales que permeaban el movimiento armado. Vámonos con Pancho Villa (que completa la llamada Trilogía de la Revolución) sigue la misma dirección, retratando el conflicto entre líneas.

La mirada de este filme sobre la Revolución mexicana es atípica dentro del cine nacional, ya que evita la demagogia nacionalista que, años después, el gobierno impulsaría para hacer ver al partido en el poder (PRI), cuyo nacimiento fue resultante de esa lucha, como un nido de héroes. La cinta presenta los hechos ocurridos de forma crítica, y tanto guionistas como director dejan ver su postura sobre aquellos sucesos sin caer en melodramas ni endulzamientos.

El montaje, por ejemplo, muestra cómo la guerra parecía algo constante y cuyo final nunca se alcanzaba a vislumbrar claramente. El uso de la elipsis impide apreciar con precisión el tiempo que transcurre entre escena y escena. Sólo nos enteramos que han pasado meses por los diálogos de los protagonistas, cuando se permiten expresar las dudas que tienen sobre su situación ahí.

La propuesta visual del cinefotógrafo L.A. Draper, quien contaba con un Gabriel Figueroa (a punto de despegar) como operador de cámara, logra capturar la esencia de la Revolución Mexicana al retratar a las muchedumbres en los vagones del ferrocarril, las soldaderas, los músicos y más figuras representativas. Su estilo es más parecido a las fotografías de la época que a las representaciones cinematográficas posteriores, las cuales sobre estilizaban el ambiente a partir de las imágenes de nubes y magueyes heredadas de Eisenstein.

El general Villa es interpretado por el actor Domingo Soler, quien dotó al Centauro del Norte de matices contrastantes. Encarna al ídolo de masas que brinda esperanzas de victoria al pueblo; al hombre con una puntería envidiable, carismático al hablar, benevolente, que reparte maíz a la gente para que no pase hambre. Pero también deja ver a un Villa cruel, aquel que insulta a sus soldados durante la batalla para empujarlos a hacer lo imposible, aquel a quien no le importa que maten a un grupo de músicos porque todas las tropas ya tienen uno, aquel que abandona a sus guerreros leales cuando enferman. Interesante que en toda la historia del cine nacional, nunca se volvió a representar de esta forma al caudillo celebrado este año por el actual gobierno.

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El lado vil de Villa está aún más presente en un final alternativo de la película, descubierto años después de su estreno. Este otro cierre lo revela más cercano a la derrota: en su desesperación por conseguir reclutas fuertes, es capaz de matar a mujeres y niños sin compasión. No se tiene muy claro por qué esta parte fue cortada; si fue por censura, si era reiterativo o si el diretor consideró que podía desviar la narrativa, pero es importante verla como un complemento enriquecedor de la obra.

LA DESILUSIÓN DE LA GUERRA

Vámonos con Pancho Villa sigue el mismo arco dramático de los grandes filmes antiguerra, aquellos que denotan lo absurdo de los conflictos bélicos a partir del entusiasmo de ciudadanos que, luego de luchar por su país, terminan desilusionados por la manera en que los gobiernos los usan como carne de cañón por motivos altemente cuestionables. Algunas películas que siguen esta línea son Gallipoli (Weir, 1981), Masacre: ven y mira (Klimov, 1985) o Nacido el cuatro de julio (Stone, 1989), todas ellas de diversas regiones del mundo.

En la cinta mexicana, los Leones de San Pablo van encontrando la muerte uno a uno. El crítico de cine Jorge Ayala Blanco cataloga sus decesos como “estúpidamente heroicos”, ya que ni el general Villa, ni el conflicto armado, ni el tiempo, se perturban ante ellos. El director, sin embargo, no es indiferente a los fallecimientos de sus personajes: los filma de manera que quedan marcados en la memoria, como el hombre que yace sin vida en los magueyes o el joven soldado huertista asesinado en el rescate de los villistas.

El último plano de la película demuestra la postura de Fernando de Fuentes respecto a la muerte de sus personajes. El tren, el objeto más representativo de la Revolución, ya no está; sólo queda un hombre desilusionado caminando por las vías en sentido contrario, hacia la oscuridad. Sabe que perdió a sus amigos y únicamente queda la nada. La muerte “a lo macho” que buscaban los Leones de San Pablo era banal: no tenían una conciencia clara del cambio social que se buscaba con la Revolución, sólo creían en Pancho Villa.

Aún hay discusiones profundas sobre si la vida tiene algún sentido, pero si algo nos quieren decir De Fuentes y Villaurrutia es que la guerra no es motivo para perderla. Si nos han de matar mañana, qué necesidad hay de adelantarse.

Vámonos con Pancho Villa está disponible en el canal de YouTube de la filmoteca de la UNAM y en la plataforma Filmin Latino.

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