Mientras el gobierno de Andrés Manuel López Obrador consumó esta semana una andanada más en contra del Poder Judicial de la Federación con la eliminación de 13 de los 14 fideicomisos que eran parte del patrimonio de este poder de La Unión, utilizando sus mayorías legislativas tanto en la Cámara de Diputados como en el Senado de la República (Morena y sus partidos aliados), la naturaleza una vez más nos hace recordar cuan frágiles somos.
Una tormenta tropical bautizada con el nombre de Otis evolucionó en pocas horas en el océano Pacífico sur mexicano a un fenómeno ciclónico categoría 5, la máxima en la escala de huracanes de Saffir-Simpson utilizada para clasificar los ciclones tropicales según la intensidad del viento, desarrollada en 1969 por el ingeniero civil Herbert Saffir y el director del Centro Nacional de Huracanes (NHC) de Estados Unidos, Robert "Bob" Simpson.
El huracán Otis, con vientos de más de 250 kilómetros por hora tocó tierra el martes pasado a las cero horas en el bello puerto de Acapulco, Guerrero. Fue tal el desarrollo del meteoro que azotó apenas pasada la media noche, no obstante se esperaba su arribo entre las 4 y las 5 de la mañana del pasado martes.
Los estragos y destrucción causados en Acapulco, un municipio que se aproxima a una población de casi novecientos mil habitantes y destino turístico de 977 mil personas sólo en la pasada temporada veraniega, son espeluznantes por el nivel de devastación.
La reportera de El Siglo, Angélica Sandoval, se encontraba en el lugar debido a un viaje con motivo de la cobertura de la Convención Internacional Minera que habría de celebrarse en el propio Acapulco. Tuvo que dejar de lado su agenda sobre el mundo minero para en primera instancia resguardarse de la furia de Otis, y luego ejercer su vocación periodística y dar cuenta del desastre.
Los daños fueron de tal dimensión que, en pleno siglo XXI, Acapulco, en las primeras horas posteriores al paso del meteoro, quedó parcialmente incomunicado. La telefonía celular como tradicional, así como los servicios de conexión a internet quedaron fuera de servicio, por lo que la información al resto del mundo de los daños causados apenas llegaba a cuenta gotas.
La periodista Sandoval da cuenta de primera mano lo que se vivió los primeros minutos del pasado martes, donde volaron vidrios, ramas, colchones de las habitaciones, cayeron techos y diversas estructuras, así como automóviles quedaron atrapados entre el escombro, las albercas quedaron desfiguradas y "chocolatosas".
Según versiones de algunas personas que se encuentran en los albergues, en tiendas de autoservicio ya se comenzaron a presentar actos de rapiña y hay personas con trastorno por estrés postraumático y lesionadas.
Se había dicho que ayer llegarían algunos autobuses a la zona hotelera para comenzar con traslados a Chilpancingo, Guerrero y a Ciudad de México. "Bendito Dios que seguimos vivos, porque algo bueno tenemos que hacer en este mundo", dijo una turista peruana mientras rezaba junto a otro grupo de personas en uno de los lugares de resguardo.
Hasta el momento de escribir este texto, 27 personas han muerto y 4 se encuentran desaparecidas. Los daños son multimillonarios y pasarán meses para que Acapulco pueda siquiera empezar a regresar a tener la cara que tenía antes de la madrugada de este fatídico encuentro con Otis.
Pequeños somos, no hay duda que ante la fuerza de la Tierra con fenómenos como Otis se nos recuerda cuál es nuestro lugar en este planeta del que tanto solemos como especie atentar contra su ecosistema. El calentamiento global es más que una realidad y eventos como el de Acapulco suceden por efectos del cambio climático, en el que mucho hemos contribuido la humanidad. Y se sabe que cada vez serán más frecuentes.
