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Recuento

HIGINIO ESPARZA RAMÍREZ

Por un tiempo Higinio cubrió la jefatura de redacción, la asignatura le obligaba a salir tarde por la noche. Recuerdo que llegaba a casa y lo primero que hacía era sentarse al televisor para ver películas de miedo y cuando terminaba continuaba, acostado, con la lectura de relatos de terror. Por las mañanas el reclamo era por los constantes sobresaltos que interrumpían el sueño. También cuando cubría accidentes mortales acompañado de Mario Moreno, periodista gráfico, las pesadillas surgían. Durante su retiro profesional las escribió a detalle, aquí algunos de sus inquietantes sueños (HAEN).

FANTASÍAS ANIMADAS EN LA ALMOHADA

Fangales y socavones en un asfalto desintegrado por las aguas putrefactas que escapan del averiado drenaje, un cielo gris ensombrece la ruinosa calle. No hay gente. Una lechuza surge de pronto por una de las desvencijadas puertas y una cabeza humana cubierta de cieno aparece asomándose a su lado y la saludo: ¡Quihubo Fausto! Y responde con un gesto, no con palabras, porque no hay sonido en el insalubre ambiente. Todo está silencioso y lúgubre, sólo yo siento las vibraciones del chapoteo que generan mis pisadas en el lodo.

Camino a trompicones y me aferro a la pared para no caer en un callejón que desemboca en el misterio. No hay más allá y me pierdo en un laberinto. Camino y camino hacia el poniente pero de repente me doy cuenta que regreso al mismo lugar de fetidez y vapores que emergen del suelo. La lechuza es parlante y me indica el rumbo que debo tomar para continuar mi camino. ¿Hacia dónde? No lo sé. Adelante y a mi alrededor sólo hay criptas empotradas en una larga fosa y huyo de lo que creo es una premonición.

Deambulo pero no avanzo y sigo en el mismo espacio de desolación y tristeza. A lo lejos, pero muy lejos, escucho rezos y cantos y me pregunto: ¿Estoy en un cementerio? ¿Los hatos de cempasúchil que vendía durante mi infancia panteonera siguen grabados en mi mente? ¿Influyen en mis sueños?

Camino sin un rumbo cierto y pregunto por una fonda de fritangas. -Siga derecho, la encontrará a la siguiente cuadra, me dice una voz salida de la penumbra. Llego al punto indicado y no hay nada. Doy la vuelta al caserío informe y tenebroso. El panorama no cambia, parece una maqueta funeraria. Entre más quiero salir, más me adentro en un paisaje que conduce a ultratumba a las almas errantes.

***

En la sala de redacción hay tres personajes: A, B y C. El primero llegó con un peinado afroamericano, con medio cráneo mondo y lirondo de la frente para atrás. Un cambio radical de la imagen acostumbrada. B se burla y A lo tumba al suelo de un puñetazo; lo pone bocabajo y le baja los pantalones hasta las rodillas y comienza a mordisquearle los glúteos, primero uno y luego el otro. A continuación le entierra agujas en cada nalga y lo hace llorar. Los pinchazos sangran y entonces A se voltea hacia C y le dice: -Sigues tú. C le responde: -Pero si no te hice nada, no me burlé de ti. -Por si las dudas, y la da un fuerte empellón. C no pierde el equilibrio y toma un hacha del escaparate que guarda el equipo para combatir incendios, le tira un tajo y lo degüella. La cabeza salta por los suelos escurriendo sangre, sangre que le alisa el pelo y le devuelve su antigua fisonomía.

***

Le retuerzo la cabeza al individuo, el cráneo estalla y saltan los ojos, lo vuelvo madeja, pero no muere. Reacomoda brazos y piernas; se levanta y reanuda el acoso, se aparece en todos los lugares por donde trato de ocultarme, Se encuentra de pie, rígido, con un rostro gris y ojos mortecinos. Me meto a una cantina y salgo por la otra para eludirlo, pero no lo consigo. Ahí está, de nuevo, silencioso y terco. Huyo por las faldas de la montaña, rodeo una fuente parecida a las que adornan el Palacio de Versalles, solo que las figuras dominantes son de Francisco Villa y su matón Rodolfo Fierro, montados a caballo con el agua saltarina alrededor. Mi perseguidor me espera, otra vez, sentado en un león de piedra que forma parte de la decoración pero no me mira. Su cabeza se mueve hacia un lado, luego hacia el otro y comienza a girar vertiginosamente. Me marea y me alejo corriendo, aterrorizado, con escalofrío; finalmente comprendo: es mi mente la que ha forjado el esperpento con cráneo de alcancía y ojos colgantes que ahora me estremece y atribuyo su asedio a un regaño suyo tiempo atrás.: -Intégrate a la familia, no huyas ni te escondas, me dijo, y desde entonces, su figura fantasmal y desarticulada me agobia cada vez que despierto.

***

La locomotora arrastró al automóvil en el crucero del kilómetro 11-40. Lo embistió de costado y le fue dando vueltas y vueltas. A veces se le veía (al coche) con las ruedas hacia arriba y en otras con el capacete al aire y un brazo desesperado emergiendo por la ventanilla del lado izquierdo. Luego de cinco o seis volteretas, la máquina frenó finalmente. Por esa misma ventanilla de la aplastada carrocería, salió reptando y maltrecho el conductor, cubierta la cara de sangre y tierra y una iracundia feroz. Dirigió fulminante mirada al maquinista y le dijo con voz pastosa pero fuerte: ¡Hijo de tu tiznada madre! ¿Por qué no frenas? Desde hace un buen rato con el brazo y su mano te estoy pidiendo que te detengas. Infeliz: ¿Por qué te ríes?, reprochó entre nubes de polvo y vapores de la máquina de vapor... La locomotora, apenada por las mentadas de madre, ya no se movió, se volvió humo, dejando en paz al retorcido hacinamiento de láminas, fierro y llantas de lo que fuera un coche Cadillac último modelo. Pero el percance no fue en vano: creó un paso a desnivel por donde los trenes pasan por arriba y los coches por abajo.

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