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Verdad Amarga

Recordando a Higinio Esparza

ENRIQUE SADA SANDOVAL

Para Daniel Macías Esparza

"No te equivoques…yo también nací en un pesebre. Justo entre un buey y una mula".

Al menos en dos ocasiones fue lo que le escuché referir a Higinio Esparza Ramírez, periodista legendario que marcó pauta en la Historia del acontecer informativo en la Comarca Lagunera.

Nacido justamente en donde los Estados de Coahuila y de Durango confluyen o en donde se difuminan sus linderos como si fueran un mismo cuerpo, en el antiguo Cañón del Huarache: donde bandas de revolucionarios se aprestaron para atacarse entre sí o atacar al bando federal durante las cuatro Tomas Heroicas de Torreón entre 1911 y 1916, Esparza no escatimó nunca referir las limitaciones de su entorno en lo que fue su primer infancia ni negó jamás sus orígenes laguneros, de los que ciertamente se sentía muy orgulloso. Y es que algo de fuego y otro tanto de estoico solía salirle a flote en la sonrisa al igual que en la mirada.

Aunque asentado en su casa colindante con la Calle de Budapest en la ciudad de Gómez Palacio, donde tenía su biblioteca al igual que su acervo personal, tuve el honor de conocerlo en el predio de la casa de una de sus hijas en lo que fuera la otrora Ranchería de San Carlos-Carlos Real, Durango-donde en un espacio abierto y rodeado de enormes álamos y pastos verdes, cercano al Río Nazas, solía preferir descansar en la compañía de sus nietos y bisnietos.

Ahí era en donde se le podía encontrar de alguna manera más libre y cercano, salpicando con comentarios puntillosos de su propia vida tanto como las vidas ajenas-las de varios personajes pintorescos que conoció por su oficio y la de las grandes personalidades con quienes logró tratar-la charla de sobremesa que bien podía extenderse desde el mediodía hasta las horas de la noche.

Esparza llegó a las puertas del Diario El Siglo de Torreón un 2 de julio de 1956 y lo hizo en un momento clave para la Empresa; esto es, cuando el periódico necesitaba de manera urgente a alguien en el Departamento de Redacción que dominara ortografía y mecanografía simultáneamente para poder cubrir una vacante poco común en aquel entonces como lo era la de cablista.

La elección no pudo ser más afortunada para todos, sorprendiendo a muchos incluso ya que al poco tiempo también se había convertido en el redactor de columnas más rápido haciendo uso de las viejas máquinas de escribir, de donde pasó inmediatamente a convertirse en reportero -más allá de su destacable labor mecanizada- cubriendo notas en la región y en los Estados de Coahuila y de Durango, persiguiendo la noticia o buscando la verdad detrás de los hechos.

Armado por lo que se había convertido en su vocación logró trascender el ámbito de lo regional y llegando a disponer de una columna propia en el mismo Diario -posteriormente publicará también en otros medios como el Diario de Saltillo y Victoria- donde haciendo despliegue de agudeza intelectual solía escribir para deleite del lector con aquella inconfundible estampa irónica que es tan propia del humor inglés, al estilo legendario de Jorge Ibargüengoitia.

Durante más de 66 años de carrera logró hacerse de varios reconocimientos en virtud de su profesionalismo, mismo que lo persiguió aún después de la tumba haciéndose ganador nada menos que del Premio Estatal de Periodismo de Coahuila que ganaría post-mortem, siendo recibido por sus hijos justamente el año pasado.

En estas fechas era común verlo alrededor de la mesa de sus hijas en Carlos Real o en Ciudad Lerdo, Durango; con la mirada rebosante de humor y la palabra ingeniosa, luego de capotear con gracia a sus bisnietos que iban y venían jugando entre las mesas.

Se le recuerda como un heraldo de la Vieja Guardia del Periodismo por su profesionalismo al igual que por su ejemplo en el desempeño de lo que debe ser un verdadero periodista; esto es, como un hombre que nunca tuvo ni se permitió limitante alguna para acceder al acontecer inmediato que se escapa, por la fugacidad de los hechos mismos, para plasmarlo en papel y tinta con el fin de hacerlo de conocimiento público.

Como un personaje cercano tanto como entrañable para quienes tuvimos el honor de conocerlo y de tratarlo, se le extraña.

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