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Odio entre hermanos

CARLOS CASTAÑÓN CUADROS

Qué punto más espinoso: el aniquilamiento de personas por personas, la persecución hasta encumbrar la barbarie. Con soberbia se ha descrito al ser humano como sapiens, pero a decir de Edgar Morin, se nos olvida que el homo es un animal. En tal sentido, la tragedia se reproduce sin fin. No cesa. Ayer unos, ahora otros. En el escenario actual, palestinos y judíos retornan a la sangrienta confrontación. Tras décadas de conflicto, agravios y violencia sin fin, los primos hermanos profundizan un presente irreconciliable. Sellaron el punto de no retorno. Pero no siempre fue así.

Para Thomas Hobbes, el hombre es un lobo para el hombre. Su visión es realista, pragmática a más no poder, y con razón, es considerado uno de los padres de la ciencia política. Digo uno, porque la paternidad, como no es extraño que suceda, está en disputa. Sin embargo, en la historia humana, la paz es frágil. Más bien lo que domina es la guerra y el conflicto sangriento. No es necesario remontarnos a largos periodos de la historia, sólo basta ver el siglo XX y su pesada herencia tras la Primera y Segunda Guerra Mundial. La métrica que impuso ese siglo inmediato se cuenta a partir de millones de muertos. A partir de entonces se estableció como estigma, una nueva palabra para describir tremenda calamidad: genocidio.

Sobre el punto, podemos pensar que la historia es maestra de la vida, pero lo que domina, no es el aprendizaje de los errores, sino precisamente que nada se aprende. Las guerras son el pesado ejemplo. Los árabes y judíos no siempre tuvieron mala convivencia, por el contrario, preceden épocas de pluralidad y respeto entre judíos, árabes cristianos e islámicos. Sobre la tierra de esos pueblos, se inscribe una tradición antiquísima, tanto como los tres libros de sus religiones.

Con el final de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), sobrevino el desmoronamiento del Imperio Otomano, y por lo tanto, se disgregó el viejo orden en la región de Medio Oriente y demás pueblos del Levante. En un afán colonialista, Gran Bretaña y Francia se repartieron los territorios, como quien reparte el pastel. Pero la imposición de ese orden, se volvió a replantear al término de la Segunda Guerra, con holocausto judío a cuestas. Los nuevos arreglos de las naciones vencedoras adscritas a la ONU, constituyeron en el territorio de Palestina, el Estado de Israel en 1948. Desde entonces, las fricciones entre judíos y árabes no han cesado. De la guerra de los Seis días (1967), a la guerra del Yom Kippur (1977). Como excepción, se logró en 1979, la paz entre Israel y Egipto, las diferencias y las luchas por el territorio no terminaron. En 1982 vino la rebelión palestina contra Israel, conocida como la primera Intifada. Para no ir más lejos, el odio y la violencia están a flor de piel en la región. Y si bien, hay grupos que sólo imaginan la violencia como la única vía política, otros en su momento, tuvieron la humildad de bajar la cabeza y darse la mano. Sin embargo, el sueño no duró mucho.

Atrapados en la violencia sin salida, el primer ministro de Israel, Yitzhak Rabin, y el líder de la Organización de Liberación Palestina, Yasir Arafat, tuvieron la valentía de atreverse a pensar diferente, incluso, de despojarse de su formación militar y sus ansias de pelea. Para ambos, combatir el fuego con fuego, sólo trajo más incendios.

En un principio, las negociaciones de paz comenzaron de manera secreta en Noruega, para dar lugar a los acuerdos de Oslo en 1992. Ahí se propuso reconocer la autoridad palestina y crear un gobierno autónomo en los territorios ocupados por Israel. Contrario a las inercias, el proceso de paz avanzó, al punto de que 1993, Bill Clinton, presidente de los Estados Unidos, fue el aval de aquél apretón de manos entre los líderes enfrentados. La imagen es histórica y significó para muchos, un símbolo de esperanza. El 4 de noviembre de 1995, en un acto masivo en la plaza de los Reyes de Israel, Rabin expresó su discurso a favor de la paz. Después de cantar, bajó del estrado y fue asesinado a tiros por un radical judío. No sólo asesinó al primer ministro, sino a la posibilidad de construir la paz. Hasta la fecha, Rabin no tiene herederos en Israel, lo cual es una doble tragedia. En las antípodas, está el actual ministro, Benjamín Netanyahu, quien a principios de año casi pierde su cargo por serias acusaciones de corrupción. La guerra lo salvó. Con su permanencia, el odio y la violencia es política de estado.

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Escrito en: Editorial Carlos Castañón Cuadros editoriales

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