No
Ayer me invitaron a la presentación de un libro. Yo sabía que tenía la tarde ocupada, que me las vería negras para poder asistir, pero de todos modos dije que sí. Recientemente, me hablaron para conducir una actividad de carácter social. Tenía tiempo pensando que ya debía ser muy mesurada para no saturar con mi presencia. Sin embargo, me comprometí a asistir. Por estos días me ofrecieron un boleto para acudir a un concierto. Hace tiempo que me da pereza pensar en sonreír y hacer como que soy la más feliz del mundo, cuando sólo quiero estar en mi cama escuchando un buen podcast o viendo algún documental; con todo y eso, acepté el boleto.
Por supuesto que en el recuento de cada día me doy de topes por no ser capaz de decir “no”. ¿Qué me pasa? ¿Por qué el miedo a ser rechazado? ¿Si digo que no ya no me invitarán? ¿Me juzgarán chocante por no aceptar?
Creo que sí, subyace un temor de ser apartado si no eres condescendiente. No te gustaría que se modifique la buena impresión que alguien tiene de ti y eso da pie a otras preguntas: ¿Tengo que convencer a las personas a través de mis renuncias personales de que merezco su aprecio, su cariño o su consideración? ¿Por qué siento culpa si no estoy, no respondo o no actúo conforme a lo que los demás quieren?
Todo esto lo conversé con una querida amiga psicóloga. Le advertí que no me viniera con este cuento de la autoestima a estas alturas de mi vida, que tampoco me dijera que mi actuar era producto de mi niña herida, del débil amor recibido en mi infancia. Le prohibí darme una de esas explicaciones profundas de que en el fondo de mi subconsciente había esta actitud que me dicta hacer cosas que no quiero como sacrificio espiritual para la liberación de mi alma pecadora (¿de dónde inventé eso?). Ella, muy sabia, me dijo: “Tú eres la típica paciente que le quiere decir al médico qué le debe recetar”. Por supuesto que nos reímos, pero, luego de distender el ambiente, mi tolerante amiga no se quedó con nada:
“La creación de personajes, resultado de la falsa identidad, trae como consecuencia que actúes, que digas, que calles, que interpretes, que percibas, lo que ese personaje creado construyó como parte de su personalidad, y que es tan poderoso, que ha hecho que te olvides, acalles, escondas lo que tú sí quieres realmente”.
Por supuesto que entendí lo que me decía, por supuesto que nuestro actuar obedece a la historia personal, por supuesto que el sueño de algunos seres humanos o, mejor dicho, la fantasía de fantasías, es caerle bien a todos y que además nos quieran. ¡Cuánto trabajo personal por delante! La tarea es descubrir en el día a día quién está respondiendo por mí, eso demanda observación y consciencia. Para poder identificar el personaje que sale a escena, sería preciso tomarte unos minutos antes de responder para saber desde dónde proviene tu voz. No contestes de bote pronto, date tu tiempo, incluso difiere la respuesta, observa tu cuerpo, cómo te sientes ante un sí o ante un no, pondera las ventajas y las desventajas, qué ganas y qué pierdes; esa valoración te será muy útil. Si dudas, vas a abrir un camino cuando ofrezcas la contestación; tienes que estar convencido de la postura que vas a asumir, la firmeza es indispensable.
Vale revisar cómo te sientes cuando alguien rechaza una invitación que tú haces. ¿Cuál es tu postura?, ¿te cuesta aceptar el no?, ¿empiezas a hacer historias de por qué no tuviste la respuesta esperada?, ¿lo atribuyes a que hiciste o dijiste algo que al otro no le gustó?, ¿lo consideras un desprecio? Contestar estas preguntas te puede acercar a los motivos por los cuales tú rechazas la posibilidad de decir no.
Lo cierto es que por prejuicios nos abandonamos. ¿Qué hay más importante que nosotros mismos? Nada, porque si somos capaces de darnos el primer lugar en nuestras vidas, seremos capaces de valorar la vida de los demás. Es justo como eso que repetimos de memoria: nadie puede dar lo que no tiene, nadie puede amar al otro si no se ama a sí mismo. Por encima de lo que demanden de ti, está tu bienestar, tu descanso, tu tranquilidad, tu paz. Si alguien no lo acepta, será su problema. Si alguien no te quiere cerca por ello, te hará un favor; hay desprecios que se aprecian y hay restas que suman.
Atreverse a decir “no” es un síntoma de madurez, un indicativo de evolución, una expresión de amor hacia el interior. Que se queden los que se tengan que quedar, mientras tú no te pierdas a ti mismo.