Navidad ultrabarroca por Sor Juana
Resulta una curiosidad que, en ocasión del nacimiento de Jesús, el niño sea visto como una abeja y la virgen María como una rosa. Así sucede en un romance escrito por Sor Juana para “un certamen que pedía esas metáforas”, informa el erudito sorjuanista Alfonso Méndez Plancarte.
Para el sentido común, tal simbolismo es transparente porque sabemos que la abeja requiere de la flor. Pero el mismo Méndez Plancarte anota que en la antigüedad se creía que ese productivo insecto se gestaba en aquel bien de la naturaleza; proporciona varias fuentes de autores que creyeron que la flor era la madre de la abeja.
De la más fragante Rosa / nació la Abeja más bella / a quien el limpio rocío / dio purísima materia, dice la primera cuarteta del romance sorjuanino. El rocío inmaculado es quien materializa la nueva existencia que se habría gestado en la flor.
En la siguiente estrofa las lágrimas del recién nacido aparecen como perlas: Nace, pues, y apenas nace / cuando en la misma moneda / lo que en perlas recibió / empieza a pagar en perlas. Las lágrimas y el llanto del niño serán como un subtema del romance. Así se ve en la tercera estrofa donde la poesía de Sor Juana transforma el rocío en llanto del alba y las lágrimas del niño hacen verlo como Sol: Que llore el Alba no es mucho / que es costumbre en su belleza / mas ¿quién hay que no se admire / de que el Sol lágrimas vierta?
En las siguientes dos cuartetas Sor Juana desarrolla la idea de que Jesús fue hijo único y por tanto se conserva lo inmaculado de la Virgen pues no es menester rocío / después de nacer la Abeja, dice nuestra poeta con sutil atrevimiento al pensar en el modo de fecundar y más cuando en la clausura / de su virginal pureza / ni antecedente haber pudo / ni puede haber quien suceda.
La relación de dependencia que surge tras el parto entre la madre y el recién nacido, entre la Rosa y la Abeja, la mira así Sor Juana en la séptima y la octava cuartetas: pues dándole el néctar puro / que sus fragancias engendran / no sólo antes la concibe / pero después la alimenta.
La novena estrofa anuncia que la Abeja corresponde a la alimentación que le proporciona la Rosa y de esa manera hay reciprocidad entre ambas. Una y otra se otorgan sus gracias, pero nótese que aquí ya aparece la masculinidad del recién nacido: Hijo y Madre, en tan divinas / peregrinas competencias / ninguno queda deudor / y ambos obligados quedan.
La cuarteta siguiente, con variantes metafóricas, reitera la relación de correspondencia nutricia entre la virgen María y el recién nacido Jesús. La Abeja paga el rocío / de que la Rosa la engendra / y ella vuelve a retornarle / con lo mismo que [la alienta]. No se necesita mucho esfuerzo mental ni de sensibilidad para mirar a través de las metáforas.
Los dos últimos versos de la siguiente estrofa (la onceava), reiteran la relación: Ayudando el uno al otro / con mutua correspondencia / la Abeja a la Flor fecunda / y ella a la Abeja sustenta.
Antes de atender la última cuarteta digamos que quizá, sólo quizá, Sor Juana, amante de los símbolos, lo metafórico, el sentido figurado, quiso componer doce estrofas sobre la natividad cristiana porque el doce es múltiplo de tres y aquí el tres sería el de la trinidad del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo de la religión católica. (Por ello Dante habría usado el tres en toda su Divina Comedia).
La doceava estrofa, pues, humanizará al Niño Dios, quien como todos los niños llorará por su necesidad de alimento y la Virgen, como lo hacen las madres, lo nutrirá con lo que Sor Juana llama néctar. Las lágrimas del recién nacido serán por el sustento; el rocío de sus lágrimas será gratificado con el alimento materno: Pues si por eso es el llanto / llore Jesús, norabuena / que lo que expende en rocío / cobrará después en néctar.
