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Mirarnos en el espejo de las elecciones en América Latina

JORGE ÁLVAREZ FUENTES

Importantes procesos electorales están teniendo lugar en distintos países de América Latina, en medio de dificultades, crisis políticas, sociales y económicas. Tenemos frente a nosotros casos muy distintos como las elecciones primarias en Argentina, las presidenciales anticipadas en Ecuador o las generales en Guatemala; sin pretender hacer falsas equivalencias con México, cuando hemos entrado en una abierta contienda preelectoral. El futuro estará en juego en 2024. Otros procesos de alternancia política han ocurrido en Brasil, Chile, Colombia y Perú, pero no habrá tal en El Salvador ni en Venezuela, aunque haya también comicios. Los gobiernos latinoamericanos enfrentan multiplicidad de problemas. La mayoría de los regímenes políticos en la región, de signo ideológico y talante democrático distintos, viven tiempos contestatarios, inciertos, con movimientos, proyectos y reformas constitucionales que se disputan en los congresos, en las calles, en las redes sociales, luego de fracasar al enfrentar la pandemia, haber adoptado medidas insuficientes para revertir el exiguo crecimiento económico, perpetuado la pobreza y el subdesarrollo, haber claudicado en combatir la violencia y la inseguridad, permitido el auge del narcotráfico, el aumento en el consumo de drogas y la ampliación del crimen organizado.

Lo cierto es que muchos gobiernos y gobernantes han defraudado a sus sociedades. Han sido incapaces de solucionar graves problemas de gobernabilidad, seguridad y sustentabilidad. Muchos siguen hablando en forma maniquea, faltando a la verdad. Repiten sin cesar que son o fueron gobiernos democráticos, gobernantes electos por una mayoría, de izquierda o de derecha, con un cariz contrario al de sus predecesores, que recibieron un "indiscutible" mandato popular, convencidos que pueden hacer lo que les plazca. Sin embargo, todo ese andamiaje y construcción narrativa, con demasiada frecuencia, ha resultado ser una coartada, una argucia para polarizar y atrincherar a los ciudadanos, para poner a unos contra los otros, para ganar adeptos y establecer adversarios. También para hacer que el discurso autoritario predomine y ocupe casi todo el espacio público, ocultando los esfuerzos ciudadanos, las movilizaciones, la toma de conciencia, e igualmente para desvanecer los fracasos, las promesas incumplidas, la exclusión social, los crímenes impunes, las injusticias y la desigualdad persistentes.

De manera pertinaz, al aproximarse nuevas elecciones, quienes hoy detentan o aspiran al poder parecen no tener empacho en seguir hablando a sus seguidores de transformaciones y cambios, de una continuidad necesaria, de logros y avances para así poder renegar y minimizar las falencias de las políticas y los yerros de las administraciones públicas fallidas, la práctica y aceptación generalizadas de la corrupción y la simulación en el cumplimiento de la ley. Por todo ello resulta tan importante y oportuno observar las dificultades y obstáculos que se esconden detrás de otras elecciones y vernos reflejados en ellas, de frente, sin ambages.

En Guatemala, la celebración de las elecciones estuvo marcada por la polémica y la descalificación. La primera vuelta precedida por la exclusión de algunos partidos, la eliminación de candidatos e intentos de control o subordinación de las instituciones electorales, así como el asedio contra medios críticos u opositores; incluso por algunos intentos para descarrilar por completo el proceso, judicializándolo. Ocurrió cuando la clase política tradicional en el país vecino, que ha detentado el poder ejecutivo en las últimas dos administraciones, se vio sorprendida por los inesperados resultados de la primera vuelta, cuando no vieron venir o prefirieron desconocer tanto el hartazgo como el creciente malestar popular que finalmente lograron movilizar la candidatura y galvanizar el triunfo de Bernardo Arévalo al frente del recién partido Movimiento Semilla. Ahora vendrá, a partir de la inminente declaratoria formal de su victoria y hasta enero un largo y complicado proceso, desafiante pero esperanzador, para sentar las bases de un importante e inédito proceso de negociaciones y acuerdos para sacar adelante el gobierno de un mejor país, frente al llamado "pacto de corruptos", -ese entramado de elites burocráticas, empresarios, militares y narcos- que, recordémoslo, en 2019, consiguió acabar con la Comisión Internacional contra la impunidad en Guatemala.

Desde ahora debemos tener presente, con claridad, que la actuación de la sociedad civil organizada y el apoyo y acompañamiento internacional serán fundamentales, tanto al sur como al norte del río Suchiate; puesto que las campañas, la misma contienda electoral y los desenlaces postelectorales no estarán exentos de riesgos de ingobernabilidad, aun de posibles intentonas autoritarias.

Ecuador también ha celebrado la primera vuelta de unos comicios anticipados, en medio no sólo de la crisis de ingobernabilidad provocada por Guillermo Lasso, el impopular presidente derechista, quien disolvió el Congreso para esquivar su destitución en un juicio político por corrupción, sino después de años de embates y crímenes de los carteles mexicanos y colombianos que cobraron la vida de un candidato presidencial, a días de las elecciones. Luisa González, candidata del partido del expresidente y mandamás Rafael Correa enfrentará en segunda vuelta al exlegislador de derecha Daniel Novoa en octubre. Cuando también los argentinos tendrán que elegir entre una continuidad peronista que los tiene al borde del default y una temeraria apuesta con el impresentable Javier Milei.

Si las fuerzas políticas pierden el centro, si olvidan que los ciudadanos saben discernir, pueden ser conservadores en unos asuntos y progresistas en otros, si prospera la idea que hacer política es arreglarse arriba, se agudizará la crisis de representatividad, sobre todo si los integrantes de las disminuidas clases medias y los jóvenes -que son mayoría- deciden no salir masivamente a votar.

@JAlvarezFuentes

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