-YA NADIE CREE EN MÍ.
-En eso nos parecemos. También cada día que pasa menos gente cree en mí. Somos, como suele decirse, compañeros del mismo dolor.
-¿A qué atribuyes que la creencia en nosotros vaya desapareciendo?
-Realmente no lo sé. Lo que sí sé es que los hombres han dejado de tenernos miedo.
-Es cierto. Y como ya no nos temen, cada día se portan más mal.
-Tienes razón. ¿Qué podemos hacer?
-Nada, me temo. Sólo resignarnos.
-Resignémonos, pues. Dentro de un siglo o dos seremos quizá cosa del pasado.
Se tomaron del brazo y fueron los dos camino abajo.
No supe quiénes eran, pero me pareció que a ambos los había visto antes; a uno pintado en el techo de la Capilla Sixtina y al otro como una de las figuras de la lotería de cartones.
¡Hasta mañana!...