Este amigo con el que tomo la copa -varias- los martes por la noche dice cosas que escandalizarían a alguien con menos años que los míos. Además, con tres caballitos de tequila galopándome entre pecho y espalda no hay nada que pueda escandalizarme, ni siquiera la realidad.
La última vez que nos reunimos me dijo:
-Dios está en todas partes: en la montaña, en los desiertos y los bosques, en el mar, que son sus templos. Incluso quizás está también en las iglesias de los hombres. Pero el mejor lugar para buscarlo es dentro de nosotros mismos. Debemos encender en la noche del alma la luz de la fe. No encendamos, sin embargo, las hogueras de los fanatismos.
Hace una pausa mi amigo. Sé entones que a continuación dirá una de sus heterodoxias. La dice, en efecto, al tiempo que llena otra vez su copa y la mía:
-Bebamos, Armando. Hace menos daño el que está ebrio de vino que el que está borracho de Dios.
Bebemos, en efecto, y la bondad divina desciende sobre nosotros.
¡Hasta mañana!...