Sir Galahad montó en su brioso corcel y se dispuso a salir de su castillo al frente de sus hombres para marchar a la Cruzada. El Papa había convocado a todos los príncipes cristianos a ir a oriente a rescatar el Santo Sepulcro, que estaba en poder de los infieles.
El señor tenía plena confianza en su esposa Guinivére, pero por sí o por no hizo que el herrero del pueblo le colocara un cinturón de castidad. Así la integridad de la dama estaría doblemente protegida: por su virtud y por los hierros del fuerte cinturón.
Antes de dar la orden de partida sir Galahad llamó a su mejor amigo, sir Basil, y le dijo:
-Amigo mío: he aquí que voy a Tierra Santa a combatir por nuestra fe. A ti, en quien confío más que en nadie, entrego la llave del cinturón de castidad de mi mujer.
Dicho lo cual el noble caballero emprendió el camino con sus tropas.
No había cabalgado ni una legua cuando a todo galope lo alcanzó sir Basil y le dijo:
-No es la llave.
¡Hasta mañana!...