San Virila salió de su convento. Iba a la aldea a pedir el pan del pobre. En el camino halló a unas muchachas que le rogaron que hiciera un milagro para ellas.
A San Virila le sucedía lo mismo que les pasa a todos los que pueden hacer milagros: no le gustaba hacerlos. Pero ¿quién se resiste a la petición de unas muchachas? Tomó entonces una flor roja, pequeñita, y soplando sobre ella hizo que se volviera azul; luego amarilla; en seguida color de rosa; y finalmente que se pintara con todos los colores que tiene el arco iris. Las muchachas, divertidas, aplaudieron, y le dijeron con gozo a San Virila:
-¡Qué lindo milagro!
Les dijo él:
-La flor es el milagro. Y ese milagro, que es el de la vida, lo hizo Dios. Todo lo que hacemos los hombres son sólo variaciones de ese maravilloso tema.
¡Hasta mañana!...