La vida en rosa
¡Piensa en rosa! ¡Piensa en rosa! ¡Piensa en rosa si quieres esa cosa! Mil millones de dólares en taquilla. El fenómeno que devolvió la vida a las salas de cine en peligro de extinción desde la pandemia. De rosa todas y todos, porque es inspirador, alegre y es símbolo del empoderamiento de las niñas. De rosa al país de las maravillas, de algodón de azúcar, de ensueño artificial que captura la imaginación y transporta a un lugar feliz y divertido. Todo mundo va o viene de Barbieland. Yo como Vicente, voy a donde va la gente.
Y allá me fui, aunque eso de ver Barbie es un decir. Antes de entrar al cine comí en mi restaurante favorito, donde los tequilas son generosos. Hasta donde alcancé a ver antes de dormirme, la película resultaba bastante bobalicona, aunque por lo que escucho ha generado una gran controversia; hay quienes la encuentran reveladora y propositiva, otros insisten en que es no vale ni lo que cuesta la entrada al cine. Yo creo que, en todo caso, es mucho más interesante conocer la historia que hay atrás de la muñeca que revolucionó el mundo de las niñas.
Se trata de una caricatura llamada Lili que apareció por ahí de los años cincuenta en un tabloide alemán llamado Bild. Irreverente, sensual, con un busto desproporcionadamente grande y poca ropa, pestañona, labios en forma de corazón y uñas rojas de “mujer fatal”. Alcanzó tanta popularidad que, en 1953, la caricatura se materializó en una muñeca erótica a la venta en bares y estancos para regalo masculino, especialmente en las despedidas de soltero.
Así estaban las cosas hasta que en un viaje a Europa, la esposa del dueño de Mattel, descubrió a Lili, una muñeca que ya no era un bebé, sino una joven claramente sexuada que vagamente le inspiró la creación de Barbie que, esbelta y glamorosa, llamó poderosamente la atención de las niñas, dado que se adaptaba muy bien a las expectativas de las adolescentes que con sus walkmans y sus liberadoras minifaldas, se proyectaban a la modernidad. Esculpir el cuerpo a la imagen de Barbie con senos, piernas largas, panza de lavadero, sedosas melenas y pestañas como palmeras, contribuyó al auge que los gimnasios gozan ahora. Para la escritora Jill Filipovic, la muñeca transmite “una imagen lejana del ideal femenino y de lo que significa ser una mujer atractiva”.
Yo, como dijo Francis Bacon, creo que la belleza se encuentra en los ojos que miran. En todo caso me parece más inspiradora la historia de Greta Gerwig, directora de la exitosa película, cuando imagino las barreras masculinas que habrá tenido que saltar para conseguir un lugar como brillante guionista, actriz, directora y productora. La joven Taylor Swift, quien a los 33 años cobra trece millones de dólares por concierto, es una empoderada Barbie que, sin embargo, no alcanzó el éxito por su imagen —aunque es innegable el valor añadido de la belleza— sino porque lo respalda un intenso trabajo y muchas horas de estudio que la capacitan para reconocer y tomar las oportunidades que, venciendo las trabas impuestas por el poderoso mundo machista, le han abierto paso en el competido mundo de la música. Balance de belleza y talento que rompe el viejo paradigma de que las bonitas son tontas.
Madrecitas en proceso de construcción, las niñas muy antiguas jugábamos a la comidita y arrullábamos muñecas con cuerpo de trapo y cara de porcelana, que abrían y cerraban los ojos siempre azules. Inocentes y bobaliconas, como éramos las niñas de entonces, desconocíamos palabras como sexo, vagina, pene, orgasmo, que son ahora lenguaje común entre las empoderadas barbies. Es decir, el mundo dio un giro de noventa grados mientras yo dormía en un cine. Ash.
