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La última parada

JUAN VILLORO

ÁTICO

Marcela Turati cede la palabra a los testigos del horror para reconstruir una de las historias más escabrosas del México reciente.

En 2011 sucedía algo curioso en las terminales de autobuses de Reynosa y Matamoros: muchas maletas llegaban sin pasajeros. El equipaje no era reclamado y permanecía meses en una bodega. ¿Qué pasaba en Tamaulipas? Los camiones eran interceptados en una parada previa: San Fernando.

La extraordinaria periodista Marcela Turati ha reconstruido una de las historias más escabrosas del México reciente. Después de doce años de investigaciones, publica el saldo de su temporada en el infierno: San Fernando: última parada.

Con la complicidad de las autoridades, la carretera federal 101 se convirtió en la senda de la muerte. Personas que buscaban llegar a la frontera eran detenidas por el cártel de los Zetas. Lo que no contó el Ministerio Público ni la Fiscalía está en el libro de Turati.

Algunos pasajeros eran reclutados de manera forzosa por el narco; otros debían enseñar sus celulares: si tenían números de Reynosa o Matamoros eran ejecutados, pues se sospechaba que se dirigían al territorio de una banda enemiga: el Cártel del Golfo. También se escenificaba una grotesca versión del circo romano. Los detenidos recibían mazos para combatir a muerte; los sobrevivientes eran obligados a pertenecer al cártel.

Sólo las maletas seguían su camino.

Una larga secuencia llevó a esta sanguinaria costumbre en el desierto. En 2003, Osiel Cárdenas Guillén, líder del Cártel del Golfo, fue capturado; en 2005 se libró una orden de extradición a Estados Unidos, que se cumplió en 2007. Hasta entonces, los cárteles mantenían un equilibrio del miedo en Tamaulipas, evitando excesivos daños colaterales. A cambio de rebajar su condena, Osiel delató a los Zetas. Esta traición desató una guerra sin cuartel.

Turati se entrevistó con el periodista chicano Alfredo Corchado, quien recibió una caja con documentos de la DEA en la que constaba que mandos de Estados Unidos pidieron cincuenta millones de dólares por liberar al capo del Golfo. Los Zetas contribuyeron a esa cantidad hasta que supieron que el abogado de Osiel era informante de la DEA. Esto incrementó su furia. Las consecuencias fueron tan terribles que un agente arrepentido dio información a Corchado. A cambio de sus delaciones, Cárdenas Guillén recibió una condena de 25 años por asesinatos que alcanzan el rango de genocidio.

Este entramado explica la matanza de los 72 migrantes en 2010 y las fosas comunes que comenzaron a aparecer en 2011.

Turati entrevista a familiares de los desaparecidos, médicos, enterradores, policías, abogados, soldados, sicarios, periodistas y funcionarios para narrar la trama que el gobierno ha querido ocultar.

Mientras ocurrían las matanzas, los autobuses seguían viajando al noreste de México y las autoridades borraban huellas de lo sucedido. Los periódicos locales se vieron obligados a callar. En las misas no se podía pedir por los desaparecidos.

La burocracia cumplió su papel en la administración de la muerte e integró 344 tomos de inútiles expedientes. No se actuó así por descuido o ignorancia. En México la impunidad no se improvisa; es un trabajo de tiempo completo, dedicado a fragmentar pruebas, retrasar exámenes de ADN, cambiar versiones de los declarantes, hacer extravíos selectivos, evitar cotejos, elaborar hasta 17 tipos de informes médicos, pedir peritajes a miembros de la misma corporación que hace los arrestos. Quienes buscan a los desaparecidos deben someterse a trámites de calculada incompetencia.

Como Svetlana Alexiévich en Las voces de Chernóbil o Elena Poniatowska en La noche de Tlatelolco, Turati cede la palabra a los demás. San Fernando: última parada es un triunfo de la escucha. Los que hablan son sobrevivientes, incluida la autora, a quien la PGR abrió una delirante investigación por "secuestro y delincuencia organizada". Con ese expediente, que pretende convertir la búsqueda de la verdad en un delito, el gobierno se acusa a sí mismo.

Turati no permitió que su libro tuviera una parada anticipada. Después de doce años de riesgos llegó a un insólito destino mexicano: saber lo que sucede.

Su indagación explora los límites del lenguaje. ¿Cómo decir lo innombrable? La población se refería a los narcos como esa gente, temerosa de usar otras palabras.

San Fernando: última parada es el sitio de excepción donde los testigos del horror se atreven a hablar desde el anonimato amparados en el nombre ejemplar de una sola persona: Marcela Turati.

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