
Después de dos horas de acecho, destrucción y cansancio, dos personas del hotel ingresaron al pasillo del tercer piso.
La medianoche del miércoles 25 de octubre de 2023 viví una experiencia que me marcó de por vida. Quedé atrapada en la habitación 372 del Hotel Pierre del Grupo Mundo Imperial, durante el peor huracán registrado en la historia de Acapulco, Guerrero. El potente Otis destrozó el ventanal de mi cuarto, derribó lámparas, instalaciones eléctricas, termos, papelería, mobiliario de madera e hizo temblar el baño en el que me refugié. Han transcurrido varios días del insólito ciclón tropical y aún recuerdo los terribles alaridos en los pasillos del hotel y el zumbido en mis oídos que comenzó una vez que se rompieron los cristales y el huracán se coló a mi habitación, con vientos sostenidos de hasta 270 km/h que dejaron ramas, lodo, arena y una inundación en la recámara y el sanitario. Podría decir que aún siento miedo; sigo con esa sensación de angustia y pena por las miles de familias que aún siguen inmersos en esa pesadilla.
Llegué el domingo 22 de octubre a la costa para participar en un seminario y cubrir la Convención Internacional de Minería organizada por la Asociación de Ingenieros de Minas, Metalurgistas y Geólogos de México A.C. (AIMMGM). Nos reunimos más de 30 periodistas mexicanos y venezolanos; al evento asistieron unas diez mil personas, alrededor de 200 eran originarias de la Comarca Lagunera.
Minutos después de las 19:00 horas del martes dio inicio la inauguración del segundo evento minero más importante de América Latina, en el Centro de Convenciones de Mundo Imperial. La declaratoria inaugural la hizo el secretario de gobierno de Guerrero, Ludwig Marcial Reynoso Núñez. Disculpó a la gobernadora Evelyn Salgado Pineda. No pudo asistir porque se encontraba coordinando acciones preventivas ante el impacto de "Otis" que en menos de 12 horas pasó de ser una tormenta tropical a un huracán categoría 5, la máxima en la escala de Saffir-Simpson. Rompió con el récord histórico de intensificación en México, que era de 24 horas, observado en el huracán Patricia en 2015, según dijo el Centro Nacional de Prevención de Desastres.
Cuando terminó el evento, de inmediato envié la nota informativa a la redacción de El Siglo de Torreón y hasta las 21:00 horas, no había indicaciones de desalojo del recinto. Incluso, autoridades y mineros todavía hicieron un recorrido por una Expo.
El grupo de periodistas nos trasladamos a la plaza comercial "La Isla", a una cena que invitó Industrias Peñoles en el restaurante "La Vicenta". A las 21:39 horas, capturé el primer video donde ya se podía observar el viento que agitaba los árboles; el tema principal en la cena era el huracán pues momentos antes, la Conagua había alertado que impactaría tierras costeñas entre las 4 y 6 de la mañana del miércoles.
A las 22:52 horas, ya se había intensificado la lluvia por lo que decidimos retirarnos del lugar, pensando que entre más temprano llegáramos al hotel, más tiempo tendríamos para prepararnos y resguardarnos en un sitio seguro.
VAS A CORRER CUANDO NOSOTROS TE DIGAMOS
Nos dividimos en dos grupos. Me fui en el primer viaje a bordo de una camioneta de turismo a las 22:57 horas. Hicimos quince minutos de trayecto y cuando llegamos al hotel, ya no había energía eléctrica y había más fuerza del viento. Preocupados, solicitamos informes en la recepción pero lo único que nos dijeron fue que nos quedáramos en nuestras habitaciones y que ellos nos avisarían si había necesidad de trasladarnos a un albergue que habían habilitado allí mismo. Empapados, tres periodistas, tomados de los hombros, corrimos hacia nuestras habitaciones. Atravesamos la alberca, el restaurante, y dos edificios mientras tratábamos de esquivar ramas y láminas que ya empezaban a volar. De los nervios, subimos un piso más y ahí perdí contacto con ellos. Apresurada descendí del cuarto al tercer piso pero hice una pausa cuando vi que cayó un espejo. Dos camareros del hotel me interceptaron y me dijeron "colócate detrás de nosotros y vas a correr cuando nosotros te digamos". Así fue. Corrimos al cuarto 372, con la ropa mojada y una mochila que cargaba con una laptop, mi teléfono celular y una cartera. Uno de los trabajadores, abrió mi habitación y me dijo que cerrara las cortinas del ventanal pues no les había dado tiempo de proteger los tres cristales con cinta adhesiva, en forma de X. Se retiraron para acompañar a una huésped que deambulaba por el pasillo con crisis nerviosa.
A las 23:47 horas, volvió la electricidad, pero solo fue por unos minutos. Intercambié un par de mensajes con mi madre. "Están diciendo en las noticias que en Acapulco llegará un huracán muy fuerte, ponte muy lista hija", me escribió. "No te preocupes, ya duérmete, yo estoy muy bien, mañana nos escribimos, cualquier cosa yo te aviso, te quiero má", le contesté mientras apurada me cambiaba de ropa y cogía agua embotellada y un papel higiénico para guardarlo en mi mochila.
OTIS, NOS TOMÓ DE SORPRESA
A las 23:50 horas, una compañera que se había quedado en el segundo grupo escribió en un mensaje que venían en el autobús y que era imposible llegar al hotel. "Estamos pegados al hotel pero no podemos bajar del autobús, pero para que sepan dónde estamos". Acto seguido, comenzaron a circular mensajes en los teléfonos celulares de quienes estaban en sus habitaciones. "En el cuarto 209 se rompió nuestra puerta y ventanas", "métanse al baño, es el lugar más seguro", "metan sus cosas de valor y aléjense de las ventanas. Calma, esto pasará pronto, quédense en el sitio donde se sientan más seguros", "ya se fregó mi ventana, se venció el pasador y no me acerco a cerrarla porque se oye cabrón", y "tuvimos que poner el mueble se rompió la ventana".
A las 00:30 horas, estaba encerrada en el baño y Otis había aumentado su intensidad además de que ya no había energía eléctrica. Transcurrieron once minutos y se rompieron los tres cristales del ventanal, uno tras otro. El sonido del huracán era ensordecedor, tanto, que tomé una toalla para cubrirme los oídos mientras sujetaba la puerta del baño, que era empujada con mucha fuerza. "Ya se quebró mi vidrio, auxilio, estoy encerrada en el baño, ya también la puerta amenaza, 372, perdón, me estoy inundando", escribí en el teléfono pero el mensaje ya no se envió. Se había caído la señal de internet y no había electricidad. Mi relato de terror no cambia mucho al de los demás huéspedes.
Escuché gritos, llantos, el estallar de los vidrios de las demás habitaciones, la caída de láminas y árboles, mientras el agua de lluvia seguía colándose por la puerta principal hasta el sanitario. Después de dos horas de acecho, destrucción y cansancio, dos personas del hotel ingresaron al pasillo del tercer piso. Lo supe porque en voz alta preguntaron si estábamos bien. De inmediato abrí la puerta y casi a las 3 de la mañana me llevaron a un albergue donde me empecé a reunir con mis demás compañeros. La lluvia no cesó por lo que llegué al refugio con la ropa y el calzado mojado. Fue una noche en vela y cuando amaneció siguió el calvario. La joya turística estaba destruida, colapsada. Seguíamos sin electricidad, con corte de agua potable y sin conexión a internet. Había postes de luz tirados y vehículos volcados, habitaciones que quedaron a la intemperie, plafones caídos, muros desgajados, sistemas de videovigilancia desechos, palmas caídas, cientos de vidrios esparcidos en las calles al igual que colchones, televisores, ventiladores y sábanas.
Alrededor de las 14:00 horas, nos percatamos de que en el Hotel Princess, que quedó destruido, había una planta de electricidad y una antena de internet satelital. Con muchos obstáculos provocados por la fuerza de la naturaleza y con el instinto de supervivencia, llegamos, y finalmente pudimos comunicarnos con nuestras familias. Luego volvimos al hotel donde nos ofrecieron alimentos racionados en charolas y vasos de unicel. Las hieleras de las habitaciones las utilizamos para el acarreo de agua de lluvia para los sanitarios y para la higiene personal. Pasadas las 30 horas del paso de Otis, proliferaban los mosquitos, se incrementaban las temperaturas en el albergue y empezaba a escasear la comida y el agua embotellada. Ninguna autoridad local o federal había llegado a la zona hotelera hasta ese momento.
RESCATE
Fue el jueves por la tarde que pudimos salir de la zona de desastre. Lo hicimos caminando y cargando nuestro equipaje por la calle Simón Bolívar que asemejaba un pantano. Cuando llegamos al bulevar de las Naciones, el panorama fue aún más desalentador. Había saqueos de tiendas de conveniencia y centros comerciales, robo de neumáticos y asaltos. Una mujer intentó agredirme físicamente cuando se percató de que estaba grabando los actos de rapiña. Me quiso tomar del cuello, pero una periodista zacatecana intervino. "Tranquila, ya nos vamos a ir de aquí", le dijo. La mujer se alejó con un carrito de supermercado repleto de artículos pero sin apartarnos la mirada. En ese momento, subimos a un vehículo y fue gracias a Industrias Peñoles que pudimos salir del puerto de Acapulco, de manera terrestre con destino a la Ciudad de México. Llegué con moretones en las piernas, con los tenis mojados, con dolor en las plantas de los pies y con malestar emocional. A una semana de la tragedia y de haber resistido la embestida de Otis, solo puedo dar gracias a Dios por esta segunda oportunidad de vida, sin dejar de mencionar la importancia de la resiliencia comunitaria y el respeto por la naturaleza, nuestra casa común.