Con una extensión de 7.4 millones de km2, la Amazonia comprende casi el 5% del área continental del mundo. Una vasta superficie perteneciente a 8 países: Bolivia, Brasil, Colombia, Ecuador, Guyana, Perú, Surinam y Venezuela, habitada por cerca de 50 millones de personas, incluidas 350 comunidades indígenas. El 44% del territorio de Sudamérica. Además de ser el bosque húmedo tropical más extenso, comprende el mayor sistema fluvial del planeta: la cuenca del rio Amazonas, la más grande por su longitud y caudal, con un promedio de 230 mil metros cúbicos de agua por segundo, equivalente al 18% del agua dulce en la superficie de la tierra. Su inocultable importancia radica principalmente en dos factores: primero, porque ayuda a regular el ciclo del carbono y determina en gran medida el clima global, ya que a nivel planetario la vegetación tropical atrapa cerca de 200 mil millones de toneladas de dióxido de carbono de la atmósfera, de los cuales 70 mil son procesados por los bosques amazónicos. Se trata, efectivamente, del principal pulmón natural del mundo. En segundo lugar, la Amazonia es después del Ártico, el ecosistema más vulnerable del orbe a causa de la deforestación y desertificación, por lo que su conservación juega un papel crucial en los esfuerzos para frenar el círculo vicioso en el incremento de emisiones de CO2. Una macro región cuya conservación resulta clave para evitar que continúen aumentando las temperaturas a nivel global.
Aunque un porcentaje importante del territorio amazónico se encuentra bajo disposiciones de protección, como parques nacionales, áreas protegidas, reservaciones indígenas y reservas de la biosfera, desde hace décadas enfrenta enormes desequilibrios y presiones derivadas de la expansión de los procesos de colonización. Pero sobre todo registra una desenfrenada deforestación a causa del incremento notable de las actividades extractivas, legales e ilegales. Se estima que entre 1985 y 2021 perdió el 17% de su cobertura vegetal por la tala y los incendios. Las decisiones del anterior gobierno de Brasil, encabezado por Jair Bolsonaro, tuvieron impactos desastrosos que agudizaron esta grave destrucción, incluso favoreciendo una mayor participación de organizaciones criminales.
La Amazonia en el imaginario colectivo tiende a ser vista como una vasta región remota, uniforme y deshabitada; por ello es fundamental subrayar su extraordinaria importancia geopolítica, nacional e internacional, destacar su relevancia ecológica y ambiental, reconocer la abundancia y diversidad de los recursos naturales y minerales estratégicos, desentrañar su condición de región trasfronteriza con actividades económicas ilegales y valorar su enorme riqueza biocultural.
En las últimas semanas tuvieron lugar importantes desarrollos en relación con el futuro de la Amazonia. A principios de agosto, a iniciativa del presidente Lula da Silva, se llevó a cabo en Belém do Pará una reunión cumbre de los 8 países miembros de la Organización del Tratado de Cooperación Amazónica. Los mandatarios reconocieron la necesidad de actuar, con la máxima urgencia, para evitar llegar a un punto de no retorno. Se formularon propuestas y acciones concretas, como establecer un tribunal de justicia ambiental, reforzar las capacidades de investigación climática conjuntas y fundar un banco de semillas. Sin embargo, hubo diferencias inocultables, de visión, de compromiso y, sobre todo, de aplicación. Resultó muy difícil demostrar unidad de propósitos para alcanzar un consenso más amplio y potente en la adopción de una hoja de ruta, con medidas y acciones, que pudieran recogerse en el texto de la declaración final.
El acuerdo sentó las bases para lograr una mejor coordinación entre los países andino-amazónicos para aplicar las leyes existentes contra los crímenes ambientales y combatir la tala y la minería ilegales, que se han generalizado, así como entre los bancos para reunir fondos no reembolsables destinados a la conservación y el empleo sostenible. Desgraciadamente no hubo acuerdos explícitos con Bolivia y Venezuela para que reduzcan a cero la deforestación de sus bosques para 2030. Tampoco se comprometieron todos a suspender y prohibir nuevas exploraciones petroleras. Petrobras, la mega empresa petrolera de Brasil sigue manteniendo planes para perforar un pozo en la desembocadura del rio Amazonas. Había también la esperanza de que la cumbre diera impulso a otro acuerdo entre otras naciones con importantes selvas tropicales: Indonesia, la República Democrática del Congo y la República del Congo para coordinar de manera más estrecha la protección, a escala mundial, de esos ecosistemas.
Ahora bien, en las recientes elecciones generales adelantadas en Ecuador se decidió por mayoría, mediante un plebiscito promovido por colectivos de la sociedad civil, detener por completo la explotación petrolera en un parque nacional, localizado en el corazón de la Amazonia ecuatoriana. Los objetivos por cumplir son asegurar la conservación de la biodiversidad en una de las regiones de mayor concentración de especies y proteger a los pueblos indígenas que habitan en ella, en aislamiento voluntario. La perforación mediante plataformas deberá suspenderse en el lapso de un año, a pesar de las considerables repercusiones económicas negativas para la empresa petrolera paraestatal de ese país. Se procurará también frenar la deforestación derivada de ésta y otras actividades, entre otras, la ganadería extensiva, la agricultura industrial, el acaparamiento de tierras y la minería ilegal. Este plebiscito sienta un importantísimo precedente a nivel regional y mundial. Constituye una valiosa victoria para los movimientos indígenas y ecologistas. Un oportuno llamado para continuar con la acción afirmativa.
Ojalá en Emiratos Árabes, en la COP 28, los países amazónicos consigan obtener financiamiento de los países desarrollados y negociar el canje de deuda externa por acciones climáticas.
@JAlvarezFuentes
