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Juan Correa, el pintor de los ángeles de color quebrado

El artista afrodescendiente se abrió paso como uno de los más destacados de su época. Se dio el lujo de representar personajes religiosos con piel morena, dotando a la pintura novohispana de una identidad propia.

El niño Jesús con ángeles músicos. Imagen: Google Arts

El niño Jesús con ángeles músicos. Imagen: Google Arts

JESÚS GONZÁLEZ ENCINA

La Colonia es trascendental en la configuración de la identidad mexicana y, aunque es una etapa de la historia que dejó profundas heridas en la psique colectiva, debido a la violencia de la Conquista, es necesario reencontrarnos con este periodo y profundizar en sus hechos para dar respuesta y significado a muchas de nuestras formas de ser y hacer.

Somos una nación mestiza, sobre todo por la fusión de lo español y lo indígena. Sin embargo, en México se ha reconocido una tercera raíz: la población de origen africano que abrevó poderosamente a la riqueza cultural en esta sociedad pluriétnica que conforma nuestro variopinto país.

Reflejo de esa diversidad fue la llamada pintura de castas, series de dieciséis cuadros (generalmente) que, con un afán clasificador, fruto de la influencia de la Ilustración francesa en el país, pretendía representar, sin rigor científico pero con un innegable encanto e ironía, las diferentes mezclas raciales en la Nueva España. La serie más relevante es la del afamado pintor Miguel Cabrera, dispersa en varias colecciones. En ella destaca De español y negra; mulato, que expone precisamente esta tercera raíz.

Lo fascinante de la sociedad novohispana es que había más oportunidades de libertad que en otras regiones del mundo, por supuesto dentro de ciertos parámetros. Y es que a pesar de que el origen de la población afrodescendiente son los esclavos traídos de África, estos y sus vástagos podían ser liberados o comprar su libertad, y así dedicarse a labores artesanales o artísticas, cosa que era más difícil en la España peninsular. Por ello en el México de la Colonia hubo pintores mulatos de gran renombre, como Juan Correa.

Este artista nació hacia 1646 y murió en 1716, y es considerado uno de los más importantes y valorados pintores novohispanos. Su obra se expone en diversas colecciones del mundo, tanto americanas como europeas. Su padre, del mismo nombre, fue un mulato español originario de Cádiz, conocido cirujano-barbero de la Inquisición; su madre, Pascuala de Santoyo, era afrodescendiente o morena libre. Estos tuvieron una holgada situación económica que les permitió adquirir propiedades que heredaron a sus hijos.

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Virgen de Guadalupe en Sevilla. Imagen: Francisco Montes González

Correa fue miembro del gremio de pintores de la Ciudad de México, donde, hacia 1707, obtendría el cargo de vedor, un puesto de altísimo prestigio, ya que, debía contar con mucha fama y experiencia para ser elegido. Tuvo un gran taller, por medio del cual realizó una ingente cantidad de obras que se encuentran a lo largo y ancho de la nación, desde la Catedral de Durango hasta la ciudad de Antigua Guatemala.

OBRA DESTACADA

Juan Correa participó en la decoración de uno de los espacios más espectaculares del barroco novohispano, la sacristía de la Catedral de México, con dos pinturas monumentales: La entrada de Cristo a Jerusalén y El tránsito de la Virgen; esta última fue un prodigio de esta corriente artística. Muestra a los discípulos de Cristo sorprendidos por la tumba vacía de María, la cual es asunta al cielo entre nubes y un torbellino de ángeles que la llevan ante la presencia de Cristo, quien sale a su encuentro para llevarla ante Dios. Estas obras nada tienen que envidiar a las de Cristóbal de Villalpando, con las que comparte el recinto.

Considerado como el pintor guadalupano por excelencia, debido a sus múltiples y bellas reproducciones del ayate de Juan Diego, Juan Correa ha trascendido las fronteras mexicanas con obras como la Guadalupana del Convento de San José del Carmen de Sevilla, en España, recientemente identificada de su autoría.

Dentro de su producción también destacan sus biombos, verdaderos tesoros del arte civil virreinal. Tal vez el más espectacular de ellos es el biombo de diez hojas de la colección del Banco Nacional de México, conocido como El encuentro de Cortés y Moctezuma, en cuyo anverso se encuentra ilustrado, de manera espectacular y suntuosa, este suceso; mientras en el reverso nos encontramos una representación alegórica de los cuatro continentes por medio de familias, animales y paisajes representativos de estas tierras.

VISIBILIZACIÓN DE SU ORIGEN MULATO

Pero tal vez la aportación más importante de Juan Correa fue el haber estado consciente de su origen afrodescendiente, de ser mulato y no ocultarlo. Al contrario, él llegó a firmar algunos de sus cuadros como “mulato libre, maestro pintor”, de tal manera que revolucionó la pintura novohispana al introducir en sus lienzos angelitos y niños de “color quebrado”, es decir, mulatos.

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La Virgen del Apocalipsis. Imagen Wikimedia

Esto se hace notar en El Niño Jesús con ángeles músicos de la colección del Museo Nacional de Arte de México, basado en un grabado de Wenceslaus Holallar. En esta bella y colorida pintura destacan dos angelitos mulatos de entre los que acompañan al niño Jesús en este concierto celestial.

Correa va más allá en La Virgen del Apocalipsis, ubicada en el Museo Nacional del Virreinato, tema reiterativo del arte virreinal mexicano. En esta obra se contempla una de las visiones de San Juan descritas en el libro del Apocalipsis, donde el arcángel Gabriel protege a una mujer en labor de parto, vestida de sol, con la luna a sus pies y con dos grandes alas, quien fuera atacada por un dragón de siete cabezas que pretendía devorar a su hijo. Mas los ángeles tomaron al niño y lo llevaron con Dios padre. Los exegetas de La Biblia interpretan este pasaje como la Virgen teniendo a Jesús por segunda vez, mientras que la bestia es el demonio que quiere evitar que Cristo venga por segunda vez para redimir definitivamente a la humanidad.

El tema ha sido representado infinidad de veces por los más diversos artistas, tanto europeos como novohispanos; sin embargo, la gran novedad de Correa radica en la representación del niño custodiado por los ángeles como un mulato de piel morena. Es muy importante resaltar esto, ya que habla de la riqueza de la pintura colonial, que durante mucho tiempo fue despreciada y considerada como un arte de segunda clase que dependía absolutamente de los modelos y movimientos españoles. Sin embargo, actualmente se ha revalorizado con grandes exposiciones en museos tan importantes como el Louvre de París, el Prado de Madrid o el Metropolitano de Nueva York, donde, con nuevas lecturas curatoriales e investigaciones, se ha destacado su gran originalidad, fruto de la riqueza étnica, cultural, histórica, social y material de México.

Estas manifestaciones artísticas hablan también de una conciencia diferenciadora de la sociedad novohispana, que poco a poco iría forjando un sentido de identidad propio. Y es que Juan Correa no es el único pintor mulato, aunque tal vez sea el más representativo por la reivindicación deliberada que hace de su origen. También son mulatos su discípulo, el prestigioso José de Ibarra, o Tomás de Sosa, por mencionar algunos. Hubo además los que incursionaron como maestros de danza, músicos, carpinteros, entalladores, ensambladores y alarifes. En fin, hay mucho que estudiar para conocer y reivindicar esta tercera raíz que es parte esencial del mosaico fascinante de culturas y etnias que es nuestro país.

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