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Impuestos y estabilidad

DARÍO IBARRA ZAVALA

En dos momentos históricos distintos, e igual de relevantes para la humanidad, se dieron condiciones semejantes: la clase social de mayores ingresos y las clases políticas no pagaban impuestos o se les condonaban continuamente. En el primer caso, me refiero al Imperio Romano que, si bien se presentaron diversas causas y circunstancias para su caída y con ello el inicio del feudalismo, lo cierto es que las clases poderosas buscaban no pagar impuestos y tener la mayor cantidad de beneficios. Durante el Feudalismo se repitió la historia, pero ahora eran los llamados nobles lo que no querían, y en ocasiones lo conseguían, no pagaban impuestos o lo hacía de manera muy pobre. En ambos casos vino el fin para la primera civilización y para el feudalismo. Los empresarios mexicanos deberían mirar al pasado para entender que pagar impuestos en realidad es algo que les conviene.

Muerte e impuestos: de ninguna nos podemos librar. Tarde o temprano ambos nos alcanzan, de un modo u otro. A nadie nos gusta. Los impuestos son un mal necesario, es la cuota de vivir en sociedad y dentro de un Estado. La única alternativa es convertirnos en ermitaños y vivir alejados de la sociedad, con los costos que implica vivir solos y aislados, pero también con el beneficio de no pagar impuestos. Para muchos, definitivamente el aislamiento no es una opción.

Desde hace décadas se menciona en diversos medios que hay muchas personas y empresas que no pagan impuestos. Preferentemente el sector informal de la economía, que evade o elude el pago de la carga fiscal y adicionalmente no otorga seguridad social a sus trabajadores. Sin embargo, todos recibimos los beneficios de los servicios públicos fondeados con los impuestos de quienes sí pagamos, lo que definitivamente marca una situación de inequidad tributaria: unos cuantos pagan, pero todos disfrutan de servicios públicos como el alumbrado o el acceso a la educación pública.

Lo anterior, sin embargo, es sólo una parte de la historia. Lo cierto es que la informalidad en general es muy poco productiva y la mayoría se dedica actividades de mera sobrevivencia que a duras penas les permiten generar ingresos para solventar el gasto familiar. Es probable que existan algunos empresarios informales que generan elevados ingresos libres de impuestos, algunos rayan en lo mítico, como el llamado rey del tamal o el zar de los tacos de canasta. En ambos casos se presume que se trata de un individuo que tiene a su cargo una enorme red de distribuidores de tamales y otro de tacos de canasta. De ser cierto, los ingresos de estos hipotéticos personajes serían de auténtico escándalo.

Las empresas formales son las más productivas y las que están en condiciones de pagar impuestos y seguridad social. Definitivamente es a eso a lo que deberíamos apostar como sociedad: a acabar con la informalidad y que toda la población en condiciones de laborar lo haga en empresas que paguen impuestos y seguridad social, pero estamos lejos de eso. Lo hemos estado desde hace por lo menos treinta años. Las causas son muchas, el propio trabajador a veces prefiere laborar en condiciones de desprotección con tal de tener un salario más decoroso, o bien, más tiempo para sus actividades y su familia.

La cercanía, en el pasado reciente, de los dueños de los grandes consorcios y grupos de empresas, les permitían tener condonaciones de impuestos, por lo que, en el actual Gobierno, cuando esto dejó de ser posible, es normal que los grandes empresarios no estén contentos y que manifiesten su desacuerdo. Si embargo, lo que no deben olvidar es que el gasto social ha evitado el caos social y llamados manifestaciones que podrían traer inestabilidad tanto política como económica. Pueden gustarnos o no, pero la política social del actual Gobierno ha incrementado el nivel de vida de gran parte de la población, y mejorado la brecha de desigualdad, esto sólo es posible si se cobran impuestos. A la postre, esto se ha reflejado en una relativa estabilidad social que muchos países latinoamericanos, como Venezuela, quisieran tener. Por lo tanto, me temo que debemos asumir que los impuestos nos acompañarán hasta la muerte.

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