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Frivolidad e insensatez: una crítica al gremio literario

El relato se enfoca en la actitud “frívola” que ciertos profesionales de la palabra adoptan frente a esfuerzos de recuperación de la memoria histórica.

Frivolidad e insensatez: una crítica al gremio literario

Frivolidad e insensatez: una crítica al gremio literario

VICENTE ALFONSO

Se conoce como “conflicto armado interno” al período de violencia vivido en Guatemala entre 1960 y 1996. Tras la creación, en 1962, del Movimiento Revolucionario 13 de Noviembre, el Estado emprendió una serie de medidas contrainsurgentes que implicaban violaciones de los Derechos Humanos: tortura, guerra psicológica, quema y destrucción de poblaciones, ejecuciones de civiles incluidos ancianos, mujeres y niños. Se calcula que el saldo al final de la guerra fue de doscientos mil muertos, cuarenta y cinco mil desaparecidos y cerca de cien mil desplazados.

Finalizado el conflicto, en 1996, desde varias instancias se auspiciaron investigaciones. Acaso la más relevante sea la emprendida por la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala, entonces encabezada por monseñor Juan Gerardi. La tarea de recopilación de testimonios de los sobrevivientes se prolongó por tres años e involucró a más de seiscientos voluntarios.

Producto de ese esfuerzo es el informe presentado el 24 de abril de 1998, titulado Guatemala: nunca más. El documento consta de más de mil seiscientas páginas. Derivadas de esos testimonios han surgido novelas desgarradoras, acaso la más reciente es A veces despierto temblando (Random House, 2022), de Ximena Santaolalla, que destaca por la crudeza con que expone los crímenes perpetrados por el Estado, pero también por la precisión con que está escrita.

Pudiera pensarse que Insensatez (Tusquets, 2004), de Horacio Castellanos Moya, también tiene el conflicto interno como tema central. No es así. En la novela son muy pocos los pasajes en que se aborda la guerra de manera directa. El eje tampoco está en el informe. El relato se enfoca en la actitud “frívola” que ciertos profesionales de la palabra (periodistas, redactores, escritores y traductores) adoptan frente a esfuerzos de recuperación de la memoria histórica. Es fácil advertir, entre líneas, una dura crítica a ciertas conductas generalizadas en el gremio literario.

La novela arranca cuando un escritor es contratado, gracias a la recomendación de un amigo cercano, para corregir el estilo de las más de mil cien cuartillas que integran el informe. El narrador establece que su relación con el documento es únicamente profesional y que su intervención se limitará a cazar erratas. Si repara en alguna frase, lo hace por motivos meramente estilísticos. Cuando, al salir de su primera jornada de trabajo, se va a beber con un par de compañeros y les comparte una de estas frases, estos le recomiendan distanciarse y asumir la encomienda “como una chamba de oficina cualquiera”.

En sus horas libres, el escritor/corrector se concentra en conquistar a dos compañeras de trabajo, ambas españolas. Va primero tras Pilar, “la hija de un militar admirador de Franco, convertida en salvadora de indígenas”, y después tras Fátima, otra voluntaria que tiene como pareja a un militar uruguayo de alto rango. Ninguna de las dos advierte que existe una contradicción entre su trabajo y sus relaciones personales. Tampoco parece advertir sus propias contradicciones Johnny Silvermann, antropólogo forense neoyorkino cuyo fastuoso estilo de vida contrasta con el de la empobrecida mayoría a la que dice ayudar.

Pero las cosas no salen según lo planeado: entre comilonas y parrandas, al narrador le resulta cada vez más difícil no pensar en las atrocidades contenidas en el informe. Por todas partes encuentra indicios de que el ejército le espía, quizá con la intención de ejecutarlo. La situación se vuelve insostenible. La paranoia aumenta.

Dejemos la novela y volvamos al terreno de los hechos comprobables: monseñor Juan Gerardi, quien auspició y dio a conocer el informe en 1998, fue asesinado en extrañas circunstancias dos días después de revelar el documento. Al respecto, también existe un libro certero y deslumbrante que ayuda a profundizar: El arte del asesinato político (Anagrama, 2009) de Francisco Goldman.

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