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Reportaje

Fantasía Disney, epítome de un imperio centenario

La magia de las películas infantiles se ha trasladado a los parques temáticos, tiendas oficiales, mercancía y nuevos modelos de negocio como las plataformas streaming o la absorción de otras compañías de comunicación.

Imagen: Pexels/ Juan Mendez

Imagen: Pexels/ Juan Mendez

WALFRÉ VIRGIL CASTRO

Considerado un icono de la animación y figura referencial para la infancia de muchas personas, Mickey Mouse se encuentra grabado en una base asociada a la diversión, al entretenimiento y la magia. Desde principios del siglo pasado, el ratón ha mantenido cautivo a un público tanto infantil como adulto, dominio que también se sostiene gracias a películas como Blancanieves y los siete enanos (1937), Alicia en el País de las Maravillas (1951) o El libro de la selva (1967), por mencionar algunas.

Si bien no podríamos darnos abasto enunciando los más de sesenta largometrajes pertenecientes a Walt Disney Animation Studios, las producciones no animadas y las obras de Pixar, no podemos olvidar que hoy en día esa cifra se quedaría corta frente a las propiedades intelectuales que actualmente pertenecen al conglomerado Disney, que comprenden desde los cómics del universo de Marvel y productoras como Lucasfilm, hasta productos televisivos como los pertenecientes a la Fox Entertainment Group. Lo que comenzó como un sueño de incursionar en la animación y revolucionarla, terminaría en una incontable cantidad de merchandising, programas de televisión y parques de atracciones, haciendo de Disney una esponja que absorbe los más variados rubros de la industria del entretenimiento.

En 2022 se estimó que The Walt Disney Company ostentaba un valor por encima de los 407 mil millones de dólares, mayor al producto interno bruto (PIB) de países como Filipinas, Singapur, Chile o Colombia.

El impacto cultural de Disney trasciende las fronteras de la pantalla. Sus parques temáticos, como el mítico Disneyland en California y Disney World en Florida, se han convertido en destinos turísticos casi obligatorios y de renombre mundial, ofreciendo experiencias inolvidables para millones de visitantes cada año.

La compañía no deja de lado ninguna oportunidad de negocio. Ejemplo de ello es su incursión en el mercado del streaming con la plataforma Disney+, que brinda acceso a su extenso catálogo de películas, series y contenido exclusivo. La marca indeleble dejada por la empresa en la historia del entretenimiento es reflejo de la edificación de un imperio que abarca desde animaciones clásicas hasta franquicias de gran éxito, incalculables premios y valoraciones económicas que se calculan estratosféricas. Su capacidad para capturar la imaginación de generaciones enteras y su innegable influencia en la cultura popular han hecho de Disney un caso verdaderamente único.

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Escultura de platino de Mickey Mouse instalada con ocasión de los 100 años de Disney en la entrada del Walt Disney World Resort en Lake Buena Vista, Florida. Imagen: EFE/ Amy Smith

EL FUNDADOR

Walter Elias Disney, el visionario detrás de la magia, nació en Chicago en 1901. Desde temprana edad se caracterizó por gozar de una brillante imaginación y apasionada creatividad, alentado por una infancia en los pintorescos campos de Missouri, donde se había mudado su familia. Inculcado por su madre, Walt encontró en el arte una forma de expresión, la cual en un futuro sería su herramienta esencial, así como también usaría sus experiencias infantiles como base para muchos de sus proyectos.

Para 1920, Walt se trasladó a Kansas City, donde dio sus primeros pasos en la industria del entretenimiento ejerciendo como dibujante publicitario. Más tarde fundó su primera empresa de animación llamada Laugh-O-Gram Studio. Aquí produjo una serie de cortometrajes animados, entre los cuales destacó Alice’s Wonderland, que combinaba el live action con la animación. Sin embargo, Laugh-OGram enfrentó dificultades financieras y terminó por cerrar en 1923.

Tras el fracaso de su primer estudio, Walter se trasladó junto a su hermano Roy a una creciente Hollywood que ya mostraba terreno fértil para convertirse en el epicentro industrial cinematográfico de Estados Unidos, una fábrica de sueños y estrellas de la pantalla. En busca de nuevas oportunidades, los hermanos fundaron los estudios Disney en 1923.

Durante sus primeros años lanzaron una serie de cortometrajes animados donde destacó Oswald, el conejo afortunado. Sin embargo, perderían los derechos sobre dicho personaje debido a una disputa contractual, lo que orilló a Walt a crear uno nuevo: Mickey Mouse, un pequeño tropiezo de roedor que, pasados los años, y sin imaginárselo, conquistaría los corazones de millones de personas.

Si bien existe un debate sobre si el aclamado ratón era de la autoría de Walt o de su mano derecha, el animador Ub Iwerks, está claro que en conjunto dieron rienda suelta a no solo una caricatura, sino a un icono que terminaría viviendo tantas décadas como para levantar un imperio.

La primera aparición de Mickey se dio en 1928, protagonizando el cortometraje El barco de vapor de Willie (Steamboat Willie), que resaltó la calidad del estudio al ofrecer una experiencia no sólo animada, sino también sonora, altamente sincronizada y capaz de atrapar al público. En sus inicios, el mismo Walt Disney dio su voz al mítico roedor, que representaba su alter ego, ya que en él plasmaría sus más grandes sueños y experiencias de infancia.

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Con el paso del tiempo llegaron más personajes que respondieron a una exigencia más dinámica. Si bien en un principio Mickey Mouse se mostraba confrontativo en algunos cortos peléandose a golpes o cargando algún tipo de arma, los padres de familia estadounidenses exigieron un mayor control sobre el dibujo animado, para evitar que fuese un mal ejemplo para sus hijos debido al enorme impacto que sus aventuras tenían en los infantes.

En consecuencia, terminaron por agregarse personajes como Donald, Goofy y Minnie, quienes cargaron con nuevas temáticas, ofreciendo así una variedad de historias como respuesta a una necesidad creativa, sin manchar o alterar el valor que había alcanzado el tan amado roedor.

La suma de estos éxitos llevó a Walt Disney a cumplir una gran ambición: crear su primer largometraje animado, toda una hazaña para aquel entonces. Inició así la producción de Blancanieves y los siete enanos (1937), inspirada en la obra literaria de los hermanos Grimm.

FANTASÍA

Blancanieves y los siete enanos representó un proyecto ambicioso debido a sus riesgos y altos costos. La animación y el entintado fueron producidos manualmente bajo un modelo de 24 fotogramas por segundo. A casi noventa años de haberse estrenado, esa cifra sigue siendo considerada la medida estándar para cualquier producción animada promedio.

El largometraje fue galardonado con el Premio Honorífico de la Academia por representar una innovación para la gran pantalla. A partir de aquí, Walt Disney demostró una enorme visión sobre cómo hacer cine animado con grandes historias, un arte destacado y una musicalidad inolvidable.

El secreto fue el uso de sueños y pesadillas de la vieja Europa para desarrollar sus narrativas. Esto se observa en producciones como Bambi (1942), basada en la obra del austriaco Félix Salten; Pinocho (1940), del italiano Carlo Collodi, o Alicia en el país de las maravillas (1951), del británico Lewis Carroll.

Estas historias fueron acompañadas de una propuesta de animación diferente y detallada, donde se distinguen juegos de contrastes entre los personajes: algunos tenían un diseño realista, como Blancanieves, el príncipe o la madrastra; mientras que otros, como los enanos o animales del bosque, presentan un esquema más caricaturizado.

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Fantasía, 1940. Imagen: Disney

Pero el pronto y creciente éxito de sus largometrajes hizo surgir un temor repentino en Walt Disney. Sus obras y personajes eran de tal calidad que temía el desplazamiento de Mickey en popularidad. Para su resurgimiento creó la animación El aprendiz de brujo, la cual anexó a una antología musical animada que llevó por nombre Fantasía (1940). Esa obra sería altamente significativa y representaría un clásico de la casa productora.

Con Fantasía se desarrolló la vena artística de Walt Disney, ya que mezclaba corrientes como el realismo, cubismo, impresionismo e incluso tintes del expresionismo alemán. A partir de ese momento, la empresa empuñó la creación de decenas de personajes, innumerables princesas, príncipes, villanos y héroes. Sin embargo, el sueño aún no eclosionaba, ya que el epítome de Disney se encontraba más allá de la pantalla.

EL LUGAR MÁS FELIZ DEL MUNDO

Para 1955, tras el éxito en taquillas, más de 20 premios Oscar y numerosos programas de televisión, comenzó a hacerse realidad una fantasía que siempre estuvo latente en la cabeza de Disney. La idea que germinó en él se remontaba a sus tiempos de infancia visitando las ferias de pueblo. Ahora que era padre de familia y llevaba a sus hijas a los parques, se percataba de que no existían lugares donde padres e hijos pudiesen disfrutar juntos, debido a que las atracciones eran mayormente pensadas para los niños.

En su sueño, los personajes de sus películas convergían en un espacio divertido, alegre y relajante. Así es como dedicó todo su esfuerzo y una descomunal inversión de 17 millones de dólares para que, en junio de ese mismo año, se inaugurara el primer Disneyland de la historia, ubicado en Anaheim, al sur de Los Ángeles.

Durante su primer día, una turbulenta masa de más de 30 mil personas sería causante del caos: entradas e invitaciones falsificadas, fallos técnicos en algunas atracciones y la saturación del parque porque su capacidad para 15 mil asistentes se había duplicado debido al furor.

Pero dejando de lado esos problemas iniciales, no había duda de que existía un amplio público para este tipo de centros recreativos, asentando así las bases de una industria muy lucrativa del ocio. Esto dio paso a más, aunque estratégicamente limitados, parques de atracciones como el Walt Disney World Resort (1971) en Florida, el Tokyo Disney Resort (1983), Disneyland Paris (1992), Hong Kong Disney (2005) y Shanghái Disney Resort (2016).

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Disneyland Resort en Anaheim, California.

Probablemente el sueño de todo niño, e incluso de muchos adultos, es pisar algún día un parque temático de Disney, con la promesa de un mundo que solo da cabida a la diversión y la felicidad. Si bien sus inicios se centran en la industria de la animación, la empresa ha demostrado de sobra su capacidad para extenderse más allá de los dibujos en movimiento.

MODELO CUADRANGULAR

Tras cien años, Disney es hoy la mayor compañía de medios de comunicación y entretenimiento en términos de valor de demanda, sin olvidar que también se encuentra entre las que tienen la mejor reputación actual en el mercado.

En 2019, la empresa reportó más de 69 mil millones de dólares como ingresos, cifra que en 2020 descendió a los 65 mil millones y ascendió a los 67 mil millones el siguiente año. Ese desliz se dio en un contexto pandémico, pero en 2022 los ingresos se dispararon a poco más de 82 mil millones de dólares.

Todo lo anterior se debe no sólo a simples aventuras animadas, sino a un enorme modelo segmentado de comercialización, que consta de cuatro apartados.

El primero, llamado Media Networks, contempla cadenas de televisión como Disney Channel, ABC, ESPN, FX, National Geographic y Freeform. Dichas adquisiciones permitieron que Disney obtuviese una presencia importante en los principales sistemas de radiodifusión, telefonía, televisión por cable y entretenimiento.

Como segundo apartado están productoras como Marvel, 20th Century Studios, Pixar o Lucasfilm. Aquí se observa el frenesí de la gran D por obtener la mayor cantidad de propiedades intelectuales posible. La absorción de los estudios mencionados incluye figuras, personajes e iconos que van desde Los Vengadores hasta Los Simpson o La Guerra de las Galaxias.

Otro segmento son las plataformas de streaming como Disney+, ESPN+, Star+, Hulu y Hotstar. En 2022, la suma de todas ellas alcanzó la cantidad de 235.7 millones de suscriptores, superando los 230.7 millones de Netflix. Si bien las cifras de Disney contemplan varias plataformas, su crecimiento es considerablemente superior, en tiempo y forma, al obtenido por la N roja que lleva años en el mercado.

El último apartado, no menos importante, considera las llamadas experiencias y productos, que consisten en parques temáticos, merchandising, cruceros y resorts vacacionales. Este rubro representó en 2022 ingresos por 28.7 millones de dólares, con poco más de 58 millones de visitantes al año en los parques recreativos, consolidándose como una de sus ramas más lucrativas. Este consumo representa el epítome de negocios que tanto anhelaba Walt Disney.

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Interior de la tienda Disney Store de Times Square en Nueva York. Imagen: portal-disney.com

ADAPTACIONES Y ADOPCIONES

El éxito de Disney se encuentra escrito a media tinta. Muchas de sus obras se sostienen en la apropiación de relatos, al grado de que varias han sido señaladas como plagio. Sin rayar en lo estricto, hay que reconocer que existe una línea delgada, y fácil de traspasar, entre la inspiración y la copia.

Hoy se puede considerar que casi todo está escrito y que son pocas las veces en que irradia el destello de una narración nueva y refrescante. Pero si bien las historias de Disney han sido objeto de inspiración y copia para otras producciones, esto no absuelve a la empresa de posibles plagios.

Un ejemplo es El Rey León (1994) que, en palabras de Michael Eisner, director ejecutivo de The Walt Disney Company en los años noventa, era una película única que, a diferencia de otros metrajes de la casa animadora, no se basaba en historias u obras literarias existentes. No obstante, surgieron señalamientos que conectaban la odisea de Simba, el protagonista, con Hamlet. Asimismo, la cinta ostenta semejanzas significativas con una obra de Ozamu Tezuka, animador, dibujante y creador japonés, quien en los años cincuenta escribió un manga que se animaría en los sesenta con el nombre de Kimba: El León Blanco (Jungle Taitei).

En un principio, las fábulas europeas fueron la base del trabajo de Walt Disney, cuyo modelo creativo (y de negocio) se sustentó en la adaptación de estas narrativas. Pero, en la actualidad, la adaptación ha sido sustuida por la adopción de las llamadas propiedades intelectuales.

En el capítulo “Cuando se anhela una estrella”, Los Simpson ya caricaturizaba a la 20th Century Fox como una división de Walt Disney. El chiste se torna tragicómico por ser premonitorio: la apropiación intelectual de Fox fue apenas una de varias adquisiciones que ahora controla la gigantesca compañía.

Sin querer sonar a cliché de mercadotecnia, se puede estimar que el principal objetivo (comercial) de Disney no se trata de vender películas, sino emociones que posteriormentese se ofrecen en forma de experiencias a un público cautivo. Los espectadores enamorados y conmocionados generan un vínculo con las historias que se les presentan, dejándolos deseosos de consumir todo lo relacionado con ellas. Ese anhelo es altamente monetizable.

Las historias en pantalla son el gancho para atraer a las audiencias al epicentro del consumo, que puede tener forma de parques de atracciones o tiendas oficiales. Los personajes se convierten en mercancía y Disney es capaz de controlar quién, cómo y cuándo se saca beneficio de las marcas que ha ido anexado paulatinamente en su catálogo de propiedades intelectuales.

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El Rey León (1994) ostenta semejanzas significativas con Kimba: El León Blanco (1966), obra de Ozamu Tezuka, animador, dibujante y creador japonés.

En un principio, el sueño versaba castillos, princesas y héroes para los niños, pero actualmente se suman personajes como Indiana Jones y universos enteros como el de Star Wars o el de Marvel, que arrastran a públicos de edades muy variadas.

La potestad de la empresa sobre un sinfín de propiedades intelectuales ha agigantado su valor en el mercado, bajo una fórmula muy acertada.

PROPIEDAD INTELECTUAL

Cabe recordar que Walt Disney tenía una obsesión por preservar la imagen de su adorado ratón, y esto sigue vigente debido a la valoración de más de tres mil millones de dólares que representan los personajes de la casa animadora, un valor que merece resguardarse con recelo y aferro; por ello se encuentra respaldado por dos pilares fundamentales de protección a la propiedad intelectual: el derecho de autor (copyright) y el derecho de propiedad industrial (marcas y trademarks).

El título 17 del Código Federal de Leyes de los Estados Unidos, que abarca la Ley de Derechos de Autor, establecía una vigencia sobre la propiedad intelectual de 75 años, hecho que cambió en 1998. Llegados los noventa, y acercándose una inminente caducidad de derechos sobre la explotación de algunas propiedades intelectuales de Disney, la empresa del ratón rápidamente se movilizó para influir sobre grupos de animación, con el fin de impulsar en el congreso estadounidense una prolongación respecto a la duración del copyright.

El Copyright Term Extension Act, también llamada Ley de Protección de Mickey Mouse, terminaría por aprobarse en 1998, añadiendo así 25 años adicionales a los derechos de propiedad intelectual. La ley fue aprobada por Bill Clinton, presidente en turno, de quien se especula que, en un descarado movimiento, recibió de Disney 6.3 millones de dólares para su campaña política.

Los estrechamientos entre privados y políticos, aunque escandalosos, no son nada nuevo, y demuestran el poder, principalmente económico, que hace falta para establecer cierto orden en una industria.

BUSCANDO LA FORMA

Si bien la idea de este texto no es ofrecer un tinte teórico conspirativo ni tratar de encontrar un hilo negro, mucho menos emular una crítica similar a la de Ariel Dorfman y Armand Mattelart en su libro Para leer al Pato Donald (1972), no se puede evitar señalar la existencia de una enorme idiosincrasia e influencia cultural, comercial y empresarial por parte de Mickey y sus amigos.

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Estudios de entretenimiento como Marvel, Lucasfilm o Pixar, fueron absorbidos por Disney.

Un ejemplo es la reutilización de sus clásicos en formatos de live action, cuya función es recautivar a un mercado adulto que creció con esas historias y que ahora representa a figuras potestad de infancias potencialmente domesticables. Sin embargo, hay quienes rechazan las (re)adaptaciones o secuelas realizadas, argumentando que los mercados se movilizan con el tiempo y, por tanto, también deberían hacerlo los contenidos producidos.

Las críticas a la incorporación de inclusiones “forzadas” o a la decadente calidad en los guiones, también hacen que Disney actualmente ostente grandes fracasos comerciales, no importa si son producciones de Marvel, readaptaciones de clásicos o secuelas.

Estas últimas son más bien resultado de una ambición que ha tirado por la borda el amor por las obras, para sólo pensar en los ingresos. Así, las secuelas pueden parecer una estrategia fácil, ya que penden del hilo de la nostalgia. Pero esta no es suficiente y, por el contrario, exige un tratamiento tan cuidadoso como los filmes clásicos.

El rechazo hacia la última trilogía de Star Wars, el reciente y último capítulo de Indiana Jones o la actual Saga del Multiverso de Marvel, son ejemplo de lo anterior.

Esto llevó a que Robert Iger, actual CEO de Disney, restableciera el rumbo apostando por calidad en vez de cantidad, reafirmando así que la adaptación ha convertido a Disney en un uróboro que planea no desaparecer nunca, en una perpetua transmutación.

MICKEY PARA TODOS

El próximo primero de enero expirarán los derechos del primer metraje de Mickey Mouse, Steamboat Willie y, por lo tanto, expira también la potestad sobre el protagonista. Es decir, quedará abierto el uso del personaje. Aunque dicha caducidad corresponde a la primera versión de Mickey, ya que las versiones actuales seguirán teniendo derechos, existe la posibilidad de que la empresa no suelte tan fácilmente al roedor.

Si bien el dominio público abre el libre uso de los iconos de la casa animadora, no permite calcar con exactitud los personajes de Disney, sino que deben hacerse cambios en uno que otro elemento para poder utilizar su imagen. Un ejemplo de ello fue la película Winnie the Pooh: Blood and honey (2023), realizada por el director Rhys Frake-Waterfield cuando se liberaron los derechos del agradable oso come miel, donde lo ilustra como una figura monstruosa de terror slasher.

Está claro que el dominio público permitirá una infinidad de posibilidades. Un creador puede imaginar la oportunidad de ser nominado a un Oscar usando una figura que pertenecía a Disney, sin sentir el peso legal y monopólico del conglomerado en las premiaciones que, sin demeritar el progreso en el campo de la animación logrado por la empresa y sus filiales, hace tiempo saben a favoritismo.

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El barco de vapor de Willie (Steamboat Willie). Imagen: Disney

Es innegable que, tras un siglo, Disney ha tejido narrativas que traspasan generaciones y fronteras. Infinidad de manos creativas han sido necesarias para lograr el equilibrio y la innovación que han cautivado a viejas y nuevas audiencias, como reflejo de la imaginación humana y su interminable capacidad para soñar, crear y compartir. El futuro de Disney parece estar lleno de posibilidades y transformaciones emocionantes.

Con la adición constante de nuevas propiedades intelectuales y la expansión de su imperio mediático, la empresa continuará evolucionando para satisfacer las demandas cambiantes de las audiencias globales. La incursión en el streaming a través de Disney+ no sólo representa un nuevo capítulo en la distribución de contenido, sino también un terreno fértil para explorar narrativas más profundas y experimentales.

A medida que las tecnologías emergentes como la realidad virtual y la realidad aumentada se vuelven más accesibles, es plausible imaginar que Disney revolucionará nuevamente la forma en que experimentamos el entretenimiento. En última instancia, la marca seguirá siendo un faro creativo y cultural, trascendiendo generaciones y continuando su legado como un constructor de sueños en constante renovación.

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Escrito en: Walt Disney Walfré Virgil universo cinematográfico propiedad intelectual Mickey Mouse merchandising Disneyland Disney copyright clásicos de Disney adaptaciones cinematográficas

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