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Escultor lagunero José Luis Ponce talla la vida desde las emociones

FOTO: El Siglo de Torreón / Erick Sotomayor

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SAÚL RODRÍGUEZ

La infancia fue un taller donde exploró al moldear figuras de plastilina. Recuerda que llegó a realizar zoológicos completos. El escultor lagunero José Luis Ponce cincela en el ayer y recuerda sus primeras inquietudes artísticas. Ha regresado de Dubái, en los Emiratos Árabes Unidos, donde entregó las esculturas del Taco de Oro, una importante premiación que reconoce a la gastronomía mexicana en el mundo.

De regreso a su historia, narra que frente a su casa había una fábrica de muebles. Tenía entre seis y ocho años de edad. El pequeño José Luis veía los pedazos de madera repartidos por el suelo e imaginaba las figuras que podría hacer con ese material desperdiciado.

“Mi papá era amigo del dueño de esa fábrica de muebles. Yo iba, escogía las maderas, me las llevaba al taller y ahí empecé a usar martillos, clavos y ya otro tipo de herramientas”.

Precisamente su padre fue una gran inspiración, también su principal maestro, pues veía cómo creaba y modificaba máquinas para mejorar el proceso en su trabajo. Esa necesidad de inventar le fue heredada para fundirse con su inquietud. Gracias a la madera construía aviones, rifles, robots, espadas, maquetas, artefactos, mientras leía manuales de Hágalo usted mismo.

José Luis Ponce es ingeniero bioquímico de profesión y hasta hace ocho años se dedicaba a ser conferencista en la Procuraduría General de la República (PGR). No obstante, la escultura siempre lo acompañó. Solía moldear materiales y hacer figuras que obsequiaba a sus amigos y seres queridos. La vuelta de tuerca llegó más tarde: una convocatoria del Instituto Municipal de Cultura y Educación (IMCE) lo incitó a tomar el ejercicio artístico como su principal sustento de vida.

Cuando se le pregunta por su material favorito para esculpir, el escultor no duda en mencionar que el acero. Por eso ostenta muy claro el instante en que se encontró con la escultura de este tipo durante la inauguración del Museo Arocena. Ponce observó a detalle una exposición del maestro Rogelio Madero. Se percató entonces de que podía hacer un trabajo similar.

“El acero tiene muchas etapas de procesos que lo puedes conceptualizar a cualquier cantidad de ideas o de objetivos”.

Proyectos recientes

Uno de los últimos trabajos responde a una escultura que él mismo donó para el homenaje en Torreón, en octubre pasado, a la bailarina Pilar Rioja por sus 90 años de vida. A la obra la tituló ‘El Pilar’ y para su diseño se basó en una fotografía tomada por Eduardo Rioja, sobrino de la reconocida maestra.

“Le pedí imágenes de la maestra Pilar Rioja, porque sí le dije (a Eduardo Rioja) que quería hacer una escultura de ella. Me mandó las imágenes y toma una donde está la maestra con un vestidazo rojo levantando sus manos. No con la pose clásica de las castañuelas, sino levantando sus manos como diciendo: ‘¿Qué más me falta? Ya lo logré’. Fue así como surgió la idea de esa escultura. Yo encantado de haber hecho esa pieza. Al final fue un obsequio mío que Eduardo me acepto”.

Esa noche, el escultor lagunero subió al escenario y estuvo sentado al lado de Pilar Rioja, en un actor que para él resultó de gran honor.

Ponce también es autor de la escultura ‘Contigo sobre el mar’, la cual le fue obsequiada al tenor italiano Andrea Bocelli en su visita de febrero pasado a la ciudad. El artista recalca que esta fue una oportunidad que él mismo buscó dada la relevancia del personaje. El resultado es una obra que engloba dos grandes pasiones del artista: los caballos y el mar.

“Andrea no iba a poder ver la pieza. Entonces tenía que hacer la crin de una manera que él la pudiera sentir y la pudiera diferenciar de la pieza. Porque si solo le hago el corte de la lámina, él va a sentir algo liso. Y si hay bordes, va a sentir bordes, va a sentir curvas, pero no va a diferenciar bien la pieza. Y cuando pensé en todo eso supe que tenía que hacer la crin cabello por cabello".

Para él, la escultura lo representa todo: lo que habita en su cabeza, la grandeza del ser humano. Es prueba de la capacidad de transformación de los materiales. “Cada pieza es una emoción”, concluye.

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