Enfrentar los desastres
Los desastres naturales son una ocurrencia inevitable en cualquier momento, en cualquier lugar y bajo cualquier gobierno. Sin embargo, en México suelen pillar a las autoridades desprevenidas. Esto ocurrió con el impacto del huracán Otis, la noche del 24 al 25 de octubre, en Acapulco y Coyuca de Benítez.
El presidente ha señalado que fue un fenómeno extraordinario… y tiene razón. No solo fue un huracán de categoría 5, el máximo nivel en la clasificación SaffirSimpson, con vientos sostenidos de 270 kilómetros por hora, sino que además pasó de ser tormenta tropical a la máxima intensidad en apenas 12 horas, algo inusitado.
Esto no significa que el gobierno no pudiera haber reaccionado mejor. El mismo rápido desarrollo del fenómeno era una advertencia de que había que actuar. Si bien es cierto que el martes 24, a las seis de la tarde, la Conagua advirtió por primera vez que el huracán pegaría con categoría 5, y el presidente López Obrador mandó un tuit señalándolo a las 8:25 de la noche, ni las autoridades federales, ni las estatales, ni las municipales tomaron medidas concretas de protección.
Quizá haya que entenderlo y comprenderlo. Laura Velázquez, la coordinadora nacional de protección civil, tiene una licenciatura en historia y arte, pero carecía de experiencia en el campo de protección civil antes de asumir la máxima responsabilidad del país en esta materia. El presidente la escogió, como a tantos otros funcionarios, no porque supiera del tema, sino porque podía contar con su lealtad política. El cargo lo entendió como un premio y no como una responsabilidad.
No solo la coordinadora carecía de experiencia; también, como ha ocurrido en muchas otras instituciones en este gobierno, fueron despedidos funcionarios de nivel inferior con experiencia por el delito de haber trabajado en sexenios anteriores. No eran políticamente confiables, a pesar de hacer bien su trabajo. Cuando llegó el huracán, por lo tanto, la Coordinación Nacional de Prevención de Desastres no supo cómo reaccionar.
Muchos de los daños de Otis eran inevitables. Las construcciones de Acapulco no estaban hechas para resistir el embate de un huracán de categoría 5. Los grandes ventanales de los hoteles y edificios residenciales no contaban con ventanas tormenteras para mitigar el impacto de un temporal. Estaban hechas para proporcionar vistas magníficas, pero no seguridad.
La incapacidad de los funcionarios de protección civil hizo que los daños y muertes fueran mayores a lo que se podría haber esperado. Desde las seis de la tarde hasta la medianoche, que pegó el huracán, había tiempo suficiente para llevar a gente a refugios, y desplegar policías y personal de apoyo en las comunidades más expuestas. Pero nadie hizo nada. La cena inaugural de la Convención Minera empezó a las 9 de la noche en un hotel de la zona diamante, cuando ya los vientos eran huracanados; nadie, ni siquiera los funcionarios presentes, pensaron que era un momento para que tanto los asistentes como los empleados del hotel se refugiaran o fueran a apoyar a sus familias.
La tragedia de Acapulco nos deja muchas lecciones. Una de ellas es que los desastres naturales están siempre a la vuelta de la esquina. Por ello es importante que el gobierno designe a personas realmente capacitadas para ocupar los cargos de protección civil. Entregar estas responsabilidades a amigos o aliados políticos sin ningún conocimiento puede tener un costo muy elevado para la sociedad.