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La libertad es algo difícil de manejar y se consigue tras algunas generaciones que, con acceso a la educación, ciencia y cultura, desarrollan la madurez y criterio que requiere la democracia.

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ADELA CELORIO

Muy padre de la patria pero fusilamos a Hidalgo. Pasamos por las armas a Iturbide, a Maximiliano, a Morelos, a Villa, a Madero, a Obregón, a Colosio… nomás por nombrar algunos a bote-pronto. Desde entonces hemos avanzado mucho; hoy tenemos 78 asesinatos diarios.Sin capacidad para el diálogo, seguimos resolviendo los problemas a balazos. ¿Será tropiezo de juventud? No hay que olvidar que como país somos muy jóvenes. Antes de la llegada de los españoles, éramos tribales y dejamos de serlo para convertirnos en colonia española; coloniaje que sólo alteró la declaración de independencia que, impremeditada y frenética, hizo en 1810 el cura Hidalgo, sacrificando a millares de víctimas en ese primer intento libertario. 

Once años después, Agustín de Iturbide fundaría nuestra libertad con esta contundente declaración: “Al frente de un ejército valiente y resuelto, he proclamado la independencia de la América Septentrional. Es ya libre. Es ya señora de sí misma y no reconoce ni depende de España ni de otra nación alguna.” Y así fue como, del abrazo entre realistas, insurgentes, peninsulares, criollos, indios y mestizos, inauguramos patria, identidad y bandera.Sin duda, un gran logro, pero aún correría mucha sangre antes de que finalmente, con la firma de los Tratados de Córdoba, se declarara públicamente la independencia de México. 

Perdón, pacientísimo lector–lectora, si insisto en recordar aquí una historia que todos conocemos. Es sólo un intento de justificar la terquedad, la violencia con que enfrentamos los problemas, como tropiezo de juventud (apenas doscientos años de ser país libre y soberano). La libertad es algo difícil de manejar y se consigue tras algunas generaciones que, con acceso a la educación, ciencia y cultura, desarrollan la madurez y criterio que requiere la democracia. Evidentemente nosotros no lo hemos conseguido. 

Entre otros problemas que no logramos resolver, la peor desdicha es la desatención que, sexenio tras otro, le hemos dado a la educación. Ya en el Ulises Criollo, libro autobiográfico que apareció en los años treinta del siglo pasado, José Vasconcelos relataba: “En Piedras Negras prosperaban los negocios, se construían edificios públicos, abundaban los comercios de lujo, almacenes y joyerías; pero no había una escuela aceptable. Del otro lado, los yankees acompañaban su acelerado progreso material de una esmerada atención a la escuela.” Y así seguimos, sin escuelas públicas suficientes y eficientes. 

Nuestro sistema educativo depende de los caprichos del gobernante en turno. Entre los países de la OCDE, ocupamos los últimos lugares en comprensión lectora. Seguimos sin crear infraestructura que garantice educación, salud y legalidad, factores sin los cuales es imposible alcanzar la madurez cívica. Dos emperadores, Juárez y Porfirio dictadores, una dictablanda de ochenta años, y apenas unos pasitos hacia una frágil democracia que ahora se ve seriamente amenazada por quien declara que la ley es un cuento. 

Mientras vamos de un gobierno fallido a otro, el avance del mundo nos va dejando atrás. Necesitamos gobernantes que apuesten todo a la educación, que es el arma más poderosa para salvarnos de la ignorancia que genera todos nuestros males. Más de cuatro millones de niños y adolescentes en México no van a la escuela; inexistente en los pueblos lejanos, mediocre en todo el país. 

Según declaró MALO, mantener a la mayoría de la población en la pobreza que va de la mano con la ignorancia, es estrategia política: “Ayudar a los los pobres va uno a la segura (sic) porque cuando se necesite, se cuenta con el apoyo de ellos, no así con la clase media ni con los de arriba ni con los medios, ni con la intelectualidad”. Eso me hace pensar que el rezago en la educación es perverso e intencional. Obvio, una sociedad educada no puede ser manipulada. Una masa ignorante, en cambio, es fácil de controlar. Mientras tanto, nos seguimos matando. 

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