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De política y cosas peores

ARMANDO CAMORRA

Vino viejo qué beber. Leña vieja qué quemar. Viejos libros qué leer. Viejos amigos para recordar. La vida ha sido cariciosa conmigo, y me ha llenado de inmerecidos dones. A veces, claro, se le olvida esa benevolencia, y entonces me da golpes que me sacan la sangre del alma, pero en promedio se ha portado bastante bien, al menos hasta ahora. Uno de sus mejores regalos son mis amigos. No tengo muchos, pero los que tengo son mucho. Si yo fuera como ellos no sería como soy. Uno de los más grandes, no sólo en calidad sino también en estatura y corpulencia, es Modesto Alanís von der Meden. Diplomático, empresario, generoso mecenas, sabidor gourmet, ha guardado celosamente su herencia cultural, y cada año le da a Monterrey una de sus celebraciones más alegres y tradicionales: el Oktoberfest. Sí a él asistes te parece hallarte en Múnich, en el Theresienwiese, pero estás en la capital nuevoleonesa, y ahí gozas la más grata camaradería, la más alegre música, las más sabrosas viandas y, sobre todo, el dorado tesoro que el legendario Rey Gambrinus le dio al mundo: la cerveza. Hace unos días Modesto me invitó a festejar un aniversario más de haber terminado su carrera de ingeniero mecánico administrador. Con ese motivo -terminar una carrera, de cualquier tipo que sea, es buen motivo para festejarse reunió con sus compañeros en un bello lugar, “Las Nubes”, sobre la carretera que va de Monterrey a Santiago. Obra de don Fidel Pedraza, a quien desde hace muchos años admiro por su incansable trabajo y su excepcional calidad humana, hay ahí una hermosa capilla y elegantes salones que sirven de recinto para bodas, XV años y eventos sociales de todo orden. Créanme si les digo que se siente uno muy bien andando en “Las Nubes”. Y otro regalo de vida recibí ese día. Fui a un restaurante de gran prestigio y tradición -data de 1940, el popular y concurridísimo restaurante “El Charro”, cuyo local tiene la forma de un sombrero acorde con su nombre. Guardo de ahí un lindo recuerdo. Con frecuencia solía yo ir a perorar a Ciudad Victoria o a Tampico, e invariablemente llegaba a “El Charro” a almorzar, pues me gusta almorzar bien. Siempre pedía el mismo platillo: piernil -así decía el menú: “piernil”de cerdo, sabrosísimo. En una de esas veces observé que le habían cambiado el nombre. Ahora decía “pernil de cerdo”. Es lo correcto, claro, pero yo sentí la corrección, porque me parecía más regional y auténtico aquello de “piernil”. Escribí un artículo al respecto. Pocos días después tuve una llamada telefónica del propietario del establecimiento, el profesor Juan Antonio Tolentino. Me invitaba a comer en “El Charro”. Claro que fui -nunca puedo resistir una invitación a comer bien-, y mi amable anfitrión me presentó el menú. El delicioso platillo se anunciaba ahora como “Piernil de Catón”. Así aparece todavía, honor tan grande para mí como los doctorados honoris causa que he recibido. Por medio de estas líneas le agradezco al maestro Juan Antonio su bondad, y al eficiente personal de “El Charro” sus afectuosas atenciones. Y ya que de cerveza hablé antes, de cerveza hablo ahora: si pides una en “El Charro” te llega acompañada, por cortesía de la casa, de un caballito de tequila. ¡Qué cortesía, qué casa y qué tequila! De regreso a mi ciudad llegué a Los Cavazos y compré el infaltable pan de elote y la dulce conserva de naranja que se elabora en las moliendas comarcanas. Hermoso día fue aquél. Todos en verdad son días hermosos. Así los hace el sólo hecho de poder vivirlos. Por tantas gracias le doy gracias al dueño de las gracias. Dijo Georges Bernanos: “Todo es gracia”. FIN.

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