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De política y cosas peores

ARMANDO CAMORRA

"Tit man". Así es llamado en Estados Unidos el hombre a quien agrada el busto por sobre las demás partes del cuerpo femenino. Existe también el "buttocks man", que favorece las caderas. Me viene a la memoria en este punto aquel el individuo al que alguien le preguntó qué tipo de muslos le gustaban en la mujer: los delgados o los gruesos. Respondió: "Prefiero más bien el punto medio".  

Cierto sujeto de nombre Pechino era definitivamente un tit man, de modo que cuando en la barra del Bar Ahúnda vio a una dama de opulento tetamen no pudo contenerse, y como además se había echado entre pecho y espalda tres o cuatro copas fue hacia ella y le dijo con el mayor atrevimiento: "Señorita: gustosamente daría yo 20 mil pesos por besar una sola vez su busto". La mujer era partidaria de la claridad en la relación entre personas, de modo que inquirió para evitar imprecisiones: "20 mil pesos ¿por cada una, o por las dos?". "Por cada una" -respondió sin dudar el de la proposición.

La dama multiplicó mentalmente 20 mil por 2, y el resultado de la sencilla operación matemática le pareció interesante. Así, le indicó al tipo: "Vayamos a mi coche". Fueron, en efecto, y en el asiento trasero del vehículo ella descubrió el doble encanto del cual con generosidad la había dotado la naturaleza.

El hombre contempló extasiado la belleza de aquellos ebúrneos cálices cuya hermosura... (Nota de la redacción. Nuestro estimado colaborador se extiende durante 12 fojas útiles y vuelta en la descripción del busto de la dama, descripción que, aunque interesante, nos vemos en la penosa necesidad de suprimir por falta de espacio). Tras haber contemplado a su satisfacción el precioso atractivo, el individuo puso en él las manos y lo acarició con deleitosa morosidad. Largo rato estuvo en ese inefable disfrute, hasta que la dueña de las alabastrinas maravillas le preguntó, impaciente: "¿A qué horas las vas a besar?". "No -declaró el tipo-. Te dije que con gusto pagaría por besarlas, pero no tengo dinero". Confío en que muchos votantes hayan acudido ayer a las urnas tanto en Coahuila como en el Estado de México.

El mayor enemigo de la democracia es el abstencionismo. Por eso, independientemente de los resultados de las elecciones, desconocidos a la hora en que esto escribo, espero que la participación de los electores haya sido copiosa, abundante. Yo fui a votar, naturalmente, y lo hice atendido por personal amable y bien preparado para recoger los votos de los ciudadanos. Al emitir mi sufragio no sólo ejercí un derecho y cumplí una obligación: adquirí la facultad de criticar los actos de quienes nos gobernarán y representarán, pues contribuí a designarlos.

Esa atribución no la tienen las personas que se abstuvieron de votar pudiendo hacerlo, ya que se marginaron voluntariamente de un proceso fundamental para la vida cívica y política de la comunidad. Perdieron así el derecho de quejarse o protestar por los yerros, abusos u omisiones de los gobernantes o representantes populares, en cuanto que no votaron ni para nombrarlos ni para escoger otros.

La calidad de ciudadano se adquiere cumpliendo las obligaciones y ejerciendo los derechos de la ciudanía. Quien por pereza, desgano o importamadrismo se abstuvo de votar, guarde silencio en todo lo relativo a los asuntos públicos. Y más no digo, pues no estoy para dar palmetazos de dómine a mi prójimo, sino para orientar a la República, tarea que espero llevar a cabo ahora que, pasadas las elecciones de Coahuila y mexiquense, tenemos ya a la vista como principal preocupación la del 24, de la cual dependerá en buena parte el futuro de México.

FIN. 

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